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Columnista - 2 septiembre, 2021

Vacunas juveniles, en sus líneas

Ya se están conociendo aspectos del cambio que la pandemia trajo. Los jóvenes, más propicios al invento, la creatividad, la alegría, incluso la trampa, hoy cuentan peripecias, no solo para el traguito camuflado, sino para ratos de goce pagano, con sus amigas de goce, pa’ ganas..  Una prima, algo jarocha, me contó lo siguiente: “Si […]

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Ya se están conociendo aspectos del cambio que la pandemia trajo. Los jóvenes, más propicios al invento, la creatividad, la alegría, incluso la trampa, hoy cuentan peripecias, no solo para el traguito camuflado, sino para ratos de goce pagano, con sus amigas de goce, pa’ ganas..

 Una prima, algo jarocha, me contó lo siguiente: “Si supieras -me dijo- como las discotecas fueron las primeras en cerrar, luego los moteles atrancaron  puertas por el virus, nosotras,  un combito de amigas no tan tibias, creamos un grupo de WhatsApp para  divertirnos, no solo virtual, sino real…

 En la casa de Chelly, que es la más grande, la casa, no Chelly, dispusimos  unos cuartos semioscuros  y adaptados para bailar, con muebles incluidos mientras nuestros padres se fueron para la finca, huyéndole a la peste. Entonces, dos veces por semana y por razones de bioseguridad, nadie de nosotros nos veíamos las caras, no solo por el tapabocas, sino por el miedo al contagio.

Llenamos la nevera de cervezas, sal, limones para micheladas, mientras los varones, todos vestidos de negro,  nosotras de blanco, tomábamos  whisky, ahí salió el jueguito de perro con perro, porque algunos de ellos salieron diversos, pero el juego real  debe  llamarse  perro con perra, por las figuritas de la botella, no por quienes participan en el juego. Siempre  es para diversión no para hacer perrerías ni ladrar; evitar la bulla era el primer compromiso de una fiesta silenciosa, no licenciosa.

Ya  en sus cuartos elegidos, cada quien ordena su música preferida en el sistema previamente instalado, hay libertad de usar lo que tenga más cercano, pero con la condición de lavarse las manos con alcohol antes que  el bicho amenace con dejarse colar entre nuestros  cuerpos. Muy a pesar de la oscuridad planificada, puede ocurrir una excepción a la regla y terminar en una relación embarazosa, meticulosa y miedosa, porque el miedo es el peor enemigo del virus chino, pero con tantos dolores causados parece original.

La cita preferiblemente  es en las tardes,  evadiendo los toques de queda, pero el que no sepa tocar bien, en nuestras cosas internas, es posible aplicarle  ley seca, es  algo que por razones de bioseguridad realizamos. A veces  jugamos ‘la gallina ciega’, aprovechando la poca luz del lugar, incluso hacemos ensayos como la ovejita Dollys, que así se llama una amiguita de Chelys,  la organizadora.

‘El baile del perrito’ no está permitido porque ya  lo bailaron nuestros padres, en cambio ‘el gato volador’,  en versión reguetón, si podemos  gozamos, y entonces nos disfrazamos de gatitas y no de conejitas para no darle gusto al viejito verde de Playboy que se rodeaba de angelitos y esas cosas.

Ya entrada la noche, con manos  lavadas, alcoholes agotados, cervezas calientes y nosotras con algo de calor, recordamos juegos antiguos como ‘la vaca loca’, entonces nos creemos vacunas, pero de raza, sin rabos, solo pieles rojas, cuernos cortos y doble propósitos, en cuando los muchachos inician ensayos de vacunación, dependiendo la edad, primero las treintañeras, se llevan su primera dosis, luego las veinteañeras las segundas mientras algunas veteranas que con frecuencia se cuelan -recuerda que nadie ve a nadie- insisten en sus terceras dosis, sin importar ni la cantidad de líquido, y menos el tamaño de la aguja, tampoco la procedencia, menos china porque de allá vino en bicho, que ya no es un cuento.

Al final, sacamos nuestras  estadísticas para planear otro encuentro. Entonces revisamos cada cuarto, encontramos los casos confirmados, es decir, perros con perros, o perras con perras, son casos sospechosos, los casos recuperados, aquellos que estaban con perros con perros y regresaron con perras y casos activos, es decir, que pasaron las pruebas de la primera, segunda y tercera dosis.

Las que odian las puyas por cuestiones religiosas, y no pueden entrar a la fiesta, y las que temen la inyección de un chip en alguna parte, tampoco son aceptadas; finalmente se le toma algo de confianza al virus, que ya lleno de alcohol queda indefenso, y cada quien sale a su casa convertida en ovejita, gallinita, vaquita, pero con la seguridad que ningún virus, ningún chino, ninguna ley, es capaz de hacernos temer a la pandemia, y menos al bicho”. Vainas  de los jóvenes, siempre nos llevan la delantera…

Columnista
2 septiembre, 2021

Vacunas juveniles, en sus líneas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

Ya se están conociendo aspectos del cambio que la pandemia trajo. Los jóvenes, más propicios al invento, la creatividad, la alegría, incluso la trampa, hoy cuentan peripecias, no solo para el traguito camuflado, sino para ratos de goce pagano, con sus amigas de goce, pa’ ganas..  Una prima, algo jarocha, me contó lo siguiente: “Si […]


Ya se están conociendo aspectos del cambio que la pandemia trajo. Los jóvenes, más propicios al invento, la creatividad, la alegría, incluso la trampa, hoy cuentan peripecias, no solo para el traguito camuflado, sino para ratos de goce pagano, con sus amigas de goce, pa’ ganas..

 Una prima, algo jarocha, me contó lo siguiente: “Si supieras -me dijo- como las discotecas fueron las primeras en cerrar, luego los moteles atrancaron  puertas por el virus, nosotras,  un combito de amigas no tan tibias, creamos un grupo de WhatsApp para  divertirnos, no solo virtual, sino real…

 En la casa de Chelly, que es la más grande, la casa, no Chelly, dispusimos  unos cuartos semioscuros  y adaptados para bailar, con muebles incluidos mientras nuestros padres se fueron para la finca, huyéndole a la peste. Entonces, dos veces por semana y por razones de bioseguridad, nadie de nosotros nos veíamos las caras, no solo por el tapabocas, sino por el miedo al contagio.

Llenamos la nevera de cervezas, sal, limones para micheladas, mientras los varones, todos vestidos de negro,  nosotras de blanco, tomábamos  whisky, ahí salió el jueguito de perro con perro, porque algunos de ellos salieron diversos, pero el juego real  debe  llamarse  perro con perra, por las figuritas de la botella, no por quienes participan en el juego. Siempre  es para diversión no para hacer perrerías ni ladrar; evitar la bulla era el primer compromiso de una fiesta silenciosa, no licenciosa.

Ya  en sus cuartos elegidos, cada quien ordena su música preferida en el sistema previamente instalado, hay libertad de usar lo que tenga más cercano, pero con la condición de lavarse las manos con alcohol antes que  el bicho amenace con dejarse colar entre nuestros  cuerpos. Muy a pesar de la oscuridad planificada, puede ocurrir una excepción a la regla y terminar en una relación embarazosa, meticulosa y miedosa, porque el miedo es el peor enemigo del virus chino, pero con tantos dolores causados parece original.

La cita preferiblemente  es en las tardes,  evadiendo los toques de queda, pero el que no sepa tocar bien, en nuestras cosas internas, es posible aplicarle  ley seca, es  algo que por razones de bioseguridad realizamos. A veces  jugamos ‘la gallina ciega’, aprovechando la poca luz del lugar, incluso hacemos ensayos como la ovejita Dollys, que así se llama una amiguita de Chelys,  la organizadora.

‘El baile del perrito’ no está permitido porque ya  lo bailaron nuestros padres, en cambio ‘el gato volador’,  en versión reguetón, si podemos  gozamos, y entonces nos disfrazamos de gatitas y no de conejitas para no darle gusto al viejito verde de Playboy que se rodeaba de angelitos y esas cosas.

Ya entrada la noche, con manos  lavadas, alcoholes agotados, cervezas calientes y nosotras con algo de calor, recordamos juegos antiguos como ‘la vaca loca’, entonces nos creemos vacunas, pero de raza, sin rabos, solo pieles rojas, cuernos cortos y doble propósitos, en cuando los muchachos inician ensayos de vacunación, dependiendo la edad, primero las treintañeras, se llevan su primera dosis, luego las veinteañeras las segundas mientras algunas veteranas que con frecuencia se cuelan -recuerda que nadie ve a nadie- insisten en sus terceras dosis, sin importar ni la cantidad de líquido, y menos el tamaño de la aguja, tampoco la procedencia, menos china porque de allá vino en bicho, que ya no es un cuento.

Al final, sacamos nuestras  estadísticas para planear otro encuentro. Entonces revisamos cada cuarto, encontramos los casos confirmados, es decir, perros con perros, o perras con perras, son casos sospechosos, los casos recuperados, aquellos que estaban con perros con perros y regresaron con perras y casos activos, es decir, que pasaron las pruebas de la primera, segunda y tercera dosis.

Las que odian las puyas por cuestiones religiosas, y no pueden entrar a la fiesta, y las que temen la inyección de un chip en alguna parte, tampoco son aceptadas; finalmente se le toma algo de confianza al virus, que ya lleno de alcohol queda indefenso, y cada quien sale a su casa convertida en ovejita, gallinita, vaquita, pero con la seguridad que ningún virus, ningún chino, ninguna ley, es capaz de hacernos temer a la pandemia, y menos al bicho”. Vainas  de los jóvenes, siempre nos llevan la delantera…