Por: Nuris Pardo Conrado Debo confesar, sin miedo alguno, que soy neófita en cuestiones de música Vallenata, cuarenta y más años escuchándolo no ha servido para capacitarme en este género musical que nos roba el corazón con sus versos y melodías. Me es difícil diferenciar a los artistas entre sí, aunque distingo los juglares de […]
Por: Nuris Pardo Conrado
Debo confesar, sin miedo alguno, que soy neófita en cuestiones de música Vallenata, cuarenta y más años escuchándolo no ha servido para capacitarme en este género musical que nos roba el corazón con sus versos y melodías. Me es difícil diferenciar a los artistas entre sí, aunque distingo los juglares de antaño más por intuición que por capacidad acerca de ellos.
Este Festival próximo, me ha llamado la atención por el homenaje que se le brindará a Leandro Díaz y a Lorenzo Morales, en conjunto, y donde se le reconocerá sus invaluables aportes a esta expresión cultural, sobre todo por las riquezas de sus obras inmensas y trascendentales, a través del tiempo; con esos cantos enriquecidos de metáforas, símiles, poemas, expresiones algunos de felicidad, amoríos, hechos, cuentos, disputas y demás relatos que los elevan a dignos representantes de esta región.
Lo que más admiro de ellos es que ni Leandro ni Morales han utilizado términos inadecuados en todo cuanto han querido decir; sus conductas han sido intachables, nos han servido de ejemplo y hay que advertir, sin recato, que ni en las más duras batallas han utilizado frases discordantes, pero si en algún momento les ha tocado se han referido con los mejores términos, sin herir, han sido peyorativos, elegantes para hacer pensar al escucha e indicarles lo que quieren simbolizar, jamás podremos sindicarlos de mala boca u otra palabra parecida.
Lorenzo Morales es la simbología del raizal, ese vallenato del ayer con cara de inocente, grácil, laborioso, parrandero y – en su época- mujeriego y como todos machista, estandarte de esa viejas figuras legendarias que deambulaban por todo el entorno alegrando a la gente, a cambio de aplausos y nada más; es un juglar de tiempo completo y el último de su estirpe, educado en la escuela de la vida, pero especializado en el respeto, lo que demostró en la contradicción que alguna vez tuvo con Emiliano Zuleta, donde la dignidad se sobrepuso a la ira si fue que se dio.
En cuanto a Leandro Díaz, un invidente trotamundo de su espacio geográfico, a quien Dios le dio en inteligencia lo que le quito en vista, solamente comparado con Homero, el narrador de historias bélicas de la vieja civilización Greco Romana, un poeta que en cada verso narra una realidad y como el mismo lo indica la vida la ve con los ojos del alma; que de pura filosofía y que la misma le ha servido para ennoblecer su propia vida, regalándonos más de doscientos cantos a los cuales no se le ha dado el valor que verdaderamente tienen y que en otro sector se le hubiera entregado los mayores honores, por que merece eso y mucho más.
Hay que felicitar a medias a la Fundación de la Leyenda Vallenata, realzar sus figuras es noble acto, pero lo sería mejor si por cada entrada a cualquier sitio de esta fiesta se le donara un incentivo dinerario a ellos, para que pudieran utilizarlos en mejorar su estándar de vida, que bueno sería que Leandro volviera a Tocaimo, montado en su propio carro, que pudiera llegar nuevamente al Rincón, Media Luna, San Diego o aparecerse a cualquier hora en Hato Nuevo, su pueblo, y de Morales que en un automotor último modelo recorriera a Guacoche su pueblo, recuperara la amistad que dejó alguna vez en San Juan del Cesar, donde solía temperar con su familia, en La Peña, La Junta, Patillal o también a Urumita y la Jagua del Pilar, donde se hizo sentir con sus versos, dejando muchos compadres y ahijados.
De esos dos caballeros del buen actuar debemos copiar sus principios, valores y modales, nunca marcaron pasos torcidos, hoy gozan de fama, pero se les ha negado darle lo que verdaderamente les corresponde y es hora de ponerse al día con ellos, sobre todo, cuando estamos recibiendo la crítica de que nuestros baluartes cantan y tocan muy bien, pero carecen de profesionalización y con sus actos un poco grotesco nos dejan mal parados en la opinión pública. A los nuevos, que los iconos a seguir para siempre sean Leandro, Morales, Luis Enrique, Emiliano y muchos otros a quienes la historia les tiene un saldo por su rectitud y Valledupar le debe a cada uno de ellos una estatua de mortalidad.
Nota:
Lamentamos profundamente el atentado de que fueron objeto los transmisores de “La Voz del Cañaguate”, emisora del afecto de todos y desde donde hemos podido mantener durante doce años nuestro programa “Hablemos de Servicios Públicos”. Este medio de expresión hace parte de los sentimientos generalizados y además con su ocurrencia se atenta contra la libre expresión, enmudeciendo la opinión de quienes quieren hacer patria, así mismo, dejando a su oyentes huérfanos de noticias y conceptos a los cuales nos tenían acostumbrados, habitualmente. Esperamos se investigue y se castigue a los actores si es que no es mucho pedir.
[email protected]
Nuris Pardo Conrado
Por: Nuris Pardo Conrado Debo confesar, sin miedo alguno, que soy neófita en cuestiones de música Vallenata, cuarenta y más años escuchándolo no ha servido para capacitarme en este género musical que nos roba el corazón con sus versos y melodías. Me es difícil diferenciar a los artistas entre sí, aunque distingo los juglares de […]
Por: Nuris Pardo Conrado
Debo confesar, sin miedo alguno, que soy neófita en cuestiones de música Vallenata, cuarenta y más años escuchándolo no ha servido para capacitarme en este género musical que nos roba el corazón con sus versos y melodías. Me es difícil diferenciar a los artistas entre sí, aunque distingo los juglares de antaño más por intuición que por capacidad acerca de ellos.
Este Festival próximo, me ha llamado la atención por el homenaje que se le brindará a Leandro Díaz y a Lorenzo Morales, en conjunto, y donde se le reconocerá sus invaluables aportes a esta expresión cultural, sobre todo por las riquezas de sus obras inmensas y trascendentales, a través del tiempo; con esos cantos enriquecidos de metáforas, símiles, poemas, expresiones algunos de felicidad, amoríos, hechos, cuentos, disputas y demás relatos que los elevan a dignos representantes de esta región.
Lo que más admiro de ellos es que ni Leandro ni Morales han utilizado términos inadecuados en todo cuanto han querido decir; sus conductas han sido intachables, nos han servido de ejemplo y hay que advertir, sin recato, que ni en las más duras batallas han utilizado frases discordantes, pero si en algún momento les ha tocado se han referido con los mejores términos, sin herir, han sido peyorativos, elegantes para hacer pensar al escucha e indicarles lo que quieren simbolizar, jamás podremos sindicarlos de mala boca u otra palabra parecida.
Lorenzo Morales es la simbología del raizal, ese vallenato del ayer con cara de inocente, grácil, laborioso, parrandero y – en su época- mujeriego y como todos machista, estandarte de esa viejas figuras legendarias que deambulaban por todo el entorno alegrando a la gente, a cambio de aplausos y nada más; es un juglar de tiempo completo y el último de su estirpe, educado en la escuela de la vida, pero especializado en el respeto, lo que demostró en la contradicción que alguna vez tuvo con Emiliano Zuleta, donde la dignidad se sobrepuso a la ira si fue que se dio.
En cuanto a Leandro Díaz, un invidente trotamundo de su espacio geográfico, a quien Dios le dio en inteligencia lo que le quito en vista, solamente comparado con Homero, el narrador de historias bélicas de la vieja civilización Greco Romana, un poeta que en cada verso narra una realidad y como el mismo lo indica la vida la ve con los ojos del alma; que de pura filosofía y que la misma le ha servido para ennoblecer su propia vida, regalándonos más de doscientos cantos a los cuales no se le ha dado el valor que verdaderamente tienen y que en otro sector se le hubiera entregado los mayores honores, por que merece eso y mucho más.
Hay que felicitar a medias a la Fundación de la Leyenda Vallenata, realzar sus figuras es noble acto, pero lo sería mejor si por cada entrada a cualquier sitio de esta fiesta se le donara un incentivo dinerario a ellos, para que pudieran utilizarlos en mejorar su estándar de vida, que bueno sería que Leandro volviera a Tocaimo, montado en su propio carro, que pudiera llegar nuevamente al Rincón, Media Luna, San Diego o aparecerse a cualquier hora en Hato Nuevo, su pueblo, y de Morales que en un automotor último modelo recorriera a Guacoche su pueblo, recuperara la amistad que dejó alguna vez en San Juan del Cesar, donde solía temperar con su familia, en La Peña, La Junta, Patillal o también a Urumita y la Jagua del Pilar, donde se hizo sentir con sus versos, dejando muchos compadres y ahijados.
De esos dos caballeros del buen actuar debemos copiar sus principios, valores y modales, nunca marcaron pasos torcidos, hoy gozan de fama, pero se les ha negado darle lo que verdaderamente les corresponde y es hora de ponerse al día con ellos, sobre todo, cuando estamos recibiendo la crítica de que nuestros baluartes cantan y tocan muy bien, pero carecen de profesionalización y con sus actos un poco grotesco nos dejan mal parados en la opinión pública. A los nuevos, que los iconos a seguir para siempre sean Leandro, Morales, Luis Enrique, Emiliano y muchos otros a quienes la historia les tiene un saldo por su rectitud y Valledupar le debe a cada uno de ellos una estatua de mortalidad.
Nota:
Lamentamos profundamente el atentado de que fueron objeto los transmisores de “La Voz del Cañaguate”, emisora del afecto de todos y desde donde hemos podido mantener durante doce años nuestro programa “Hablemos de Servicios Públicos”. Este medio de expresión hace parte de los sentimientos generalizados y además con su ocurrencia se atenta contra la libre expresión, enmudeciendo la opinión de quienes quieren hacer patria, así mismo, dejando a su oyentes huérfanos de noticias y conceptos a los cuales nos tenían acostumbrados, habitualmente. Esperamos se investigue y se castigue a los actores si es que no es mucho pedir.
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Nuris Pardo Conrado