Esculcando estantes hace un par de años en una discreta librería con diseño de mazmorra en Nueva York di con tres ediciones distintas de la misma novela: The Girl with the Dragon Tattoo (inexplicablemente traducida al español como “Los hombres que no amaban a las mujeres”). Puestas una al lado de la otra parecían un […]
Esculcando estantes hace un par de años en una discreta librería con diseño de mazmorra en Nueva York di con tres ediciones distintas de la misma novela: The Girl with the Dragon Tattoo (inexplicablemente traducida al español como “Los hombres que no amaban a las mujeres”). Puestas una al lado de la otra parecían un divertido juego de matrioskas rusas, cada una más pequeña y económica que la anterior. Pero de entre todas ellas, la versión más reducida fue la que llamó poderosamente mi atención. Con un tamaño no mayor al de un celular y barata para hacerla más accesible al público, las llamadas “mass-market paperback” se revelaron ante mis ojos como una posible solución al problema de lectura de nuestro país.
Partamos de una dolorosa verdad: Los libros en Colombia son caros en relación con el ingreso promedio de un trabajador. Así pues, el precio de cualquier nuevo lanzamiento es fácilmente equivalente al 6% de un salario mínimo o a 22 trayectos en bus. Con números como estos, leer es un lujo de pocos y un terreno fértil para la proliferación de la piratería y las fotocopias a 30 pesos la hoja. Es aquí donde entra aquel descubrimiento neoyorquino.
En Colombia solo existen dos tipos de libros. Por un lado, el grande rara veces pasta dura, que siempre debuta de primero en el mercado, y por el otro, el mal llamado “de bolsillo” al que solo pueden aspirar autores consagrados y que, paradójicamente, no cabe en ningún bolsillo. Pero hace falta aquella tercera alternativa, la “mass-market paperback”, un texto mucho más compacto, con hojas delgadas tipo periódico, de márgenes recortadísimos y encuadernación sencilla, una oda a la simplificación literaria que en nuestra economía local podría oscilar entre los $10.000 y $15.000.
Con ella se cubrirían todos los mercados. Por un lado, los coleccionistas que pagarían fácilmente $50.000 por su autor favorito, también los entusiastas que a fuerza de ahorrar las vueltas estarían dispuestos a invertir $30.000 en una buena historia, y por último la gruesa población del país que tiene las ganas, pero no los medios para leer y a quienes las grandes editoriales les han dado la espalda para centrarse en dar descuentos vergonzosos del 10% en las ferias del libro, un número ridículo que se puede obtener cualquier otro día del año con un carné estudiantil.
Leer es un derecho fundamental y hasta que no lo entendamos así seguiremos condenados a nuestra propia ignorancia. Por ello, la introducción de la edición “mass-market paperback” es un deber social de las editoriales, varias de las cuales ya manejan este formato en Europa y Estados Unidos hace décadas, y una propuesta editorial que urge ser analizada. En lugar de vender cantidades reducidas de ejemplares costosos a un público selecto, es mucho más rentable abrir el abanico de opciones para cultivar un mayor número de lectores.
La gente en Colombia sí lee, pero mientras el empaque en el que se envuelven las letras sea tan costoso, seguirá siendo un privilegio de minorías.
Por Fuad Gonzalo Chacón
Esculcando estantes hace un par de años en una discreta librería con diseño de mazmorra en Nueva York di con tres ediciones distintas de la misma novela: The Girl with the Dragon Tattoo (inexplicablemente traducida al español como “Los hombres que no amaban a las mujeres”). Puestas una al lado de la otra parecían un […]
Esculcando estantes hace un par de años en una discreta librería con diseño de mazmorra en Nueva York di con tres ediciones distintas de la misma novela: The Girl with the Dragon Tattoo (inexplicablemente traducida al español como “Los hombres que no amaban a las mujeres”). Puestas una al lado de la otra parecían un divertido juego de matrioskas rusas, cada una más pequeña y económica que la anterior. Pero de entre todas ellas, la versión más reducida fue la que llamó poderosamente mi atención. Con un tamaño no mayor al de un celular y barata para hacerla más accesible al público, las llamadas “mass-market paperback” se revelaron ante mis ojos como una posible solución al problema de lectura de nuestro país.
Partamos de una dolorosa verdad: Los libros en Colombia son caros en relación con el ingreso promedio de un trabajador. Así pues, el precio de cualquier nuevo lanzamiento es fácilmente equivalente al 6% de un salario mínimo o a 22 trayectos en bus. Con números como estos, leer es un lujo de pocos y un terreno fértil para la proliferación de la piratería y las fotocopias a 30 pesos la hoja. Es aquí donde entra aquel descubrimiento neoyorquino.
En Colombia solo existen dos tipos de libros. Por un lado, el grande rara veces pasta dura, que siempre debuta de primero en el mercado, y por el otro, el mal llamado “de bolsillo” al que solo pueden aspirar autores consagrados y que, paradójicamente, no cabe en ningún bolsillo. Pero hace falta aquella tercera alternativa, la “mass-market paperback”, un texto mucho más compacto, con hojas delgadas tipo periódico, de márgenes recortadísimos y encuadernación sencilla, una oda a la simplificación literaria que en nuestra economía local podría oscilar entre los $10.000 y $15.000.
Con ella se cubrirían todos los mercados. Por un lado, los coleccionistas que pagarían fácilmente $50.000 por su autor favorito, también los entusiastas que a fuerza de ahorrar las vueltas estarían dispuestos a invertir $30.000 en una buena historia, y por último la gruesa población del país que tiene las ganas, pero no los medios para leer y a quienes las grandes editoriales les han dado la espalda para centrarse en dar descuentos vergonzosos del 10% en las ferias del libro, un número ridículo que se puede obtener cualquier otro día del año con un carné estudiantil.
Leer es un derecho fundamental y hasta que no lo entendamos así seguiremos condenados a nuestra propia ignorancia. Por ello, la introducción de la edición “mass-market paperback” es un deber social de las editoriales, varias de las cuales ya manejan este formato en Europa y Estados Unidos hace décadas, y una propuesta editorial que urge ser analizada. En lugar de vender cantidades reducidas de ejemplares costosos a un público selecto, es mucho más rentable abrir el abanico de opciones para cultivar un mayor número de lectores.
La gente en Colombia sí lee, pero mientras el empaque en el que se envuelven las letras sea tan costoso, seguirá siendo un privilegio de minorías.
Por Fuad Gonzalo Chacón