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Columnista - 20 abril, 2022

Una enfermedad llamada arrugas

La frase “todos vamos a llegar a viejos” no resulta tan obvia, muchos completarán varios calendarios pero resistiéndose a que los años dorados cumplan con su papel y se limitarán a tratar por todos los medios a aparentar que la juventud se quedó con ellos y se habrán perdido en el intento el privilegio de madurar con el tiempo.

Boton Wpp

Según un estudio especializado en tendencias de mercado, en el año 2012, arrojó que la industria del bienestar llegaría a facturar un trillón de dólares en la siguiente década y  parece que esa realidad ya llegó, y por bienestar no solo es la alimentación sana, los gimnasios, los centros de estética sino que se nos vino encima una tendencia que rompió todos los esquemas y es que en nombre de la belleza se le empezó a vender a la humanidad que envejecer es un pecado y es sinónimo de enfermedad social que hay que evitar a toda costa. 

La irrupción de las redes sociales y las multimillonarias inversiones de las marcas mundiales del mercado del espectáculo y la farándula, instauraron la belleza física como un producto a la venta, concepto que ganó la carrera a todo lo que habíamos conocido hasta hoy pues pasamos de las tradicionales cirugías estéticas para corregir deformidades congénitas o causadas por accidentes a procedimientos invasivos que en muchos casos dejan secuelas irreversibles o algunos quedan peor a como estaban antes de someterse a esas costosas y a veces dolorosas intervenciones.

De todo hay como en la botica de la abuela, cirugías para agrandar, para encoger, para injertar, para blanquear y hasta para levantar lo que ya se cayó por el paso del tiempo y producto de la gravedad, y no es para menos, el exceso de filtros y de maquillaje digital a los que se someten los ídolos de la pantalla y los llamados influencers, van subiendo los estándares de belleza que han hecho que personas con un verdadero desequilibrio psicológico hayan invertido millones para parecerse a la Barbie, al muñeco Kent, al actor de Superman o a su ídolo favorito; y no sorprende ver hoy a jóvenes menores de 25 años preocupados porque no les vaya a salir su primera línea de expresión.

Otro estudio de la universidad de los Andes adelantado por su departamento de psicología clínica, determinó entre otros hallazgos que la actual generación se saltó una etapa, es decir pasaron de la niñez a la adolescencia demasiado rápido por lo que la fase que se conoce como la pre adolescencia que es donde el niño hace la transición para empezar a aceptar como normal el cambio de su cuerpo y a familiarizarse con los efectos hormonales, dieron como resultado a niños y niñas jugando a ser adultos y comportándose como tal e incluso interviniendo su cuerpo con procedimientos invasivos como el muy conocido “baby botox” que ya empezó a cobrar sus primeras víctimas.

Comparativamente hoy una persona de cincuenta años de edad respecto a una de la misma edad de hace cuarenta años salta a la vista por la diferencia abismal que existe entre estas dos personas, hoy una mujer de 50 años que se ha cuidado que tiene una vida saludable, que se viste de manera juvenil, contrasta con esa otra mujer que lucía como una anciana, sin ninguna intención de lucir más joven o de hacer cualquier cambio así fuese en su apariencia física para ocultar sus años; y lo mismo pasa con los hombres quienes con el pasar de los años y la misma exigencia del medio,  se someten a procedimientos de belleza que antes estaban reservados única y exclusivamente para mujeres lo que dio lugar a lo que hoy conocemos como el metrosexualismo.

Pero como nunca será suficiente, los extremos hacen de las suyas y convirtieron lo que es un proceso natural del paso del tiempo a mostrar la vejez como una especie de peste a la que no solo hay que huirle sino evitarla a como dé lugar, de hecho, se usa la palabra “viejo (a)” como insulto o simplemente de manera despectiva lo cual hace más preocupante la situación pues se puso una especie de fecha de vencimiento o vida útil a la vida misma.

La frase “todos vamos a llegar a viejos” no resulta tan obvia, muchos completarán varios calendarios pero resistiéndose a que los años dorados cumplan con su papel y se limitarán a tratar por todos los medios a aparentar que la juventud se quedó con ellos y se habrán perdido en el intento el privilegio de madurar con el tiempo.

Columnista
20 abril, 2022

Una enfermedad llamada arrugas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eloy Gutiérrez Anaya

La frase “todos vamos a llegar a viejos” no resulta tan obvia, muchos completarán varios calendarios pero resistiéndose a que los años dorados cumplan con su papel y se limitarán a tratar por todos los medios a aparentar que la juventud se quedó con ellos y se habrán perdido en el intento el privilegio de madurar con el tiempo.


Según un estudio especializado en tendencias de mercado, en el año 2012, arrojó que la industria del bienestar llegaría a facturar un trillón de dólares en la siguiente década y  parece que esa realidad ya llegó, y por bienestar no solo es la alimentación sana, los gimnasios, los centros de estética sino que se nos vino encima una tendencia que rompió todos los esquemas y es que en nombre de la belleza se le empezó a vender a la humanidad que envejecer es un pecado y es sinónimo de enfermedad social que hay que evitar a toda costa. 

La irrupción de las redes sociales y las multimillonarias inversiones de las marcas mundiales del mercado del espectáculo y la farándula, instauraron la belleza física como un producto a la venta, concepto que ganó la carrera a todo lo que habíamos conocido hasta hoy pues pasamos de las tradicionales cirugías estéticas para corregir deformidades congénitas o causadas por accidentes a procedimientos invasivos que en muchos casos dejan secuelas irreversibles o algunos quedan peor a como estaban antes de someterse a esas costosas y a veces dolorosas intervenciones.

De todo hay como en la botica de la abuela, cirugías para agrandar, para encoger, para injertar, para blanquear y hasta para levantar lo que ya se cayó por el paso del tiempo y producto de la gravedad, y no es para menos, el exceso de filtros y de maquillaje digital a los que se someten los ídolos de la pantalla y los llamados influencers, van subiendo los estándares de belleza que han hecho que personas con un verdadero desequilibrio psicológico hayan invertido millones para parecerse a la Barbie, al muñeco Kent, al actor de Superman o a su ídolo favorito; y no sorprende ver hoy a jóvenes menores de 25 años preocupados porque no les vaya a salir su primera línea de expresión.

Otro estudio de la universidad de los Andes adelantado por su departamento de psicología clínica, determinó entre otros hallazgos que la actual generación se saltó una etapa, es decir pasaron de la niñez a la adolescencia demasiado rápido por lo que la fase que se conoce como la pre adolescencia que es donde el niño hace la transición para empezar a aceptar como normal el cambio de su cuerpo y a familiarizarse con los efectos hormonales, dieron como resultado a niños y niñas jugando a ser adultos y comportándose como tal e incluso interviniendo su cuerpo con procedimientos invasivos como el muy conocido “baby botox” que ya empezó a cobrar sus primeras víctimas.

Comparativamente hoy una persona de cincuenta años de edad respecto a una de la misma edad de hace cuarenta años salta a la vista por la diferencia abismal que existe entre estas dos personas, hoy una mujer de 50 años que se ha cuidado que tiene una vida saludable, que se viste de manera juvenil, contrasta con esa otra mujer que lucía como una anciana, sin ninguna intención de lucir más joven o de hacer cualquier cambio así fuese en su apariencia física para ocultar sus años; y lo mismo pasa con los hombres quienes con el pasar de los años y la misma exigencia del medio,  se someten a procedimientos de belleza que antes estaban reservados única y exclusivamente para mujeres lo que dio lugar a lo que hoy conocemos como el metrosexualismo.

Pero como nunca será suficiente, los extremos hacen de las suyas y convirtieron lo que es un proceso natural del paso del tiempo a mostrar la vejez como una especie de peste a la que no solo hay que huirle sino evitarla a como dé lugar, de hecho, se usa la palabra “viejo (a)” como insulto o simplemente de manera despectiva lo cual hace más preocupante la situación pues se puso una especie de fecha de vencimiento o vida útil a la vida misma.

La frase “todos vamos a llegar a viejos” no resulta tan obvia, muchos completarán varios calendarios pero resistiéndose a que los años dorados cumplan con su papel y se limitarán a tratar por todos los medios a aparentar que la juventud se quedó con ellos y se habrán perdido en el intento el privilegio de madurar con el tiempo.