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Columnista - 18 noviembre, 2017

Una crítica al multipartidismo

Colombia es un país de contrastes, al igual que otras naciones de América Latina. Durante muchos años nos quejábamos del bipartidismo, señalado de ser causa de la violencia de medio siglo; del sectarismo de conservadores y liberales, que nos llevó a la dictadura de Rojas Pinilla y a la Junta Militar. Luego vino el Frente […]

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Colombia es un país de contrastes, al igual que otras naciones de América Latina. Durante muchos años nos quejábamos del bipartidismo, señalado de ser causa de la violencia de medio siglo; del sectarismo de conservadores y liberales, que nos llevó a la dictadura de Rojas Pinilla y a la Junta Militar. Luego vino el Frente Nacional que apaciguó los ánimos, pero excluyó otras opciones políticas y sirvió de caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos subversivos comunistas de la guerrilla de las Farc y el Eln; el M-19 de orientación socialdemócrata, entre otras agrupaciones.

La Constitución de 1991, que surgió de un proceso de paz con el M-19 y otras cuatro agrupaciones guerrilleras, enterró para siempre el bipartidismo y estableció en Colombia un sistema multipartidista que si bien equivale a más opciones, no necesariamente significa mejor democracia. Pasamos de un extremo al otro.

En el caso de las elecciones para Congreso de la República se sigue imponiendo el clientelismo político y hay poca renovación en esas corporaciones: Cámara y Senado; que cada vez tienen menos autonomía y son un apéndice del gobierno de turno. La mayoría del ordenamiento legal del país surge de lo que propone el ejecutivo; la generalidad de los parlamentarios se limita a aprobar y a gestionar contratos y burocracia. En el pasado quedaron los grandes debates sobre la problemática del país, el desprestigio del Congreso es superior al de las Farc… Eso produce dolor de patria.

Y en el caso de las elecciones presidenciales, el panorama es desolador. Los partidos políticos pasan por una profunda crisis que no es buena para una democracia, y ante su poco prestigio la mayoría de los candidatos optaron por recoger firmas para postularse. Hay más de veinte precandidatos presidenciales; me pregunto si ¿eso es bueno para una democracia?

En el Centro Democrático hay cinco precandidatos; de origen conservador hay tres precandidaturas; hay dos en el liberalismo, el partido de la U no ha postulado; el partido Verde escogió a Claudia López, que trabaja en una futura alianza con Sergio Fajardo y Jorge E. Robledo, que procede de un ala del Moir. Y por los sectores de la llamada izquierda están: Gustavo Petro, Claudia López, Piedad Córdoba y el candidato de las Farc. Se nos escapan otros nombres.

Esa gran cantidad de opciones no necesariamente significa más democracia. Es una torre de babel donde no hay mensajes claros, propuestas serias de gobierno, sino insultos, ataques y diatribas. En esta ocasión la segunda vuelta, terminará por conformar dos grandes frentes, entre dos candidatos de derecha o uno de derecha y otro de centro. Hoy las elecciones están en torno a unos personalismos, más grandes unos que otros, pero no sobre proyectos políticos colectivos y serios.

Superado este proceso electoral, el país debe adelantar una gran reforma política: abierta, incluyente y transparente. Que fortalezca y democratice los partidos, les de identidad frente a las necesidades de tantas comunidades pobres y abandonadas del centralismo. Este desorden que tenemos es un sistema demagógico, que poco contribuye a la construcción de país y a consolidar una democracia que, en otros momentos, fue paradigma para el resto del continente. Por supuesto, va de retro la corrupción, el clientelismo y el populismo. Necesitamos menos partidos, pero más serios, fuertes e identificados con las necesidades de la gente.

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Por Carlos Alberto Maestre Maya

 

Columnista
18 noviembre, 2017

Una crítica al multipartidismo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
El Pilón

Colombia es un país de contrastes, al igual que otras naciones de América Latina. Durante muchos años nos quejábamos del bipartidismo, señalado de ser causa de la violencia de medio siglo; del sectarismo de conservadores y liberales, que nos llevó a la dictadura de Rojas Pinilla y a la Junta Militar. Luego vino el Frente […]


Colombia es un país de contrastes, al igual que otras naciones de América Latina. Durante muchos años nos quejábamos del bipartidismo, señalado de ser causa de la violencia de medio siglo; del sectarismo de conservadores y liberales, que nos llevó a la dictadura de Rojas Pinilla y a la Junta Militar. Luego vino el Frente Nacional que apaciguó los ánimos, pero excluyó otras opciones políticas y sirvió de caldo de cultivo para el surgimiento de movimientos subversivos comunistas de la guerrilla de las Farc y el Eln; el M-19 de orientación socialdemócrata, entre otras agrupaciones.

La Constitución de 1991, que surgió de un proceso de paz con el M-19 y otras cuatro agrupaciones guerrilleras, enterró para siempre el bipartidismo y estableció en Colombia un sistema multipartidista que si bien equivale a más opciones, no necesariamente significa mejor democracia. Pasamos de un extremo al otro.

En el caso de las elecciones para Congreso de la República se sigue imponiendo el clientelismo político y hay poca renovación en esas corporaciones: Cámara y Senado; que cada vez tienen menos autonomía y son un apéndice del gobierno de turno. La mayoría del ordenamiento legal del país surge de lo que propone el ejecutivo; la generalidad de los parlamentarios se limita a aprobar y a gestionar contratos y burocracia. En el pasado quedaron los grandes debates sobre la problemática del país, el desprestigio del Congreso es superior al de las Farc… Eso produce dolor de patria.

Y en el caso de las elecciones presidenciales, el panorama es desolador. Los partidos políticos pasan por una profunda crisis que no es buena para una democracia, y ante su poco prestigio la mayoría de los candidatos optaron por recoger firmas para postularse. Hay más de veinte precandidatos presidenciales; me pregunto si ¿eso es bueno para una democracia?

En el Centro Democrático hay cinco precandidatos; de origen conservador hay tres precandidaturas; hay dos en el liberalismo, el partido de la U no ha postulado; el partido Verde escogió a Claudia López, que trabaja en una futura alianza con Sergio Fajardo y Jorge E. Robledo, que procede de un ala del Moir. Y por los sectores de la llamada izquierda están: Gustavo Petro, Claudia López, Piedad Córdoba y el candidato de las Farc. Se nos escapan otros nombres.

Esa gran cantidad de opciones no necesariamente significa más democracia. Es una torre de babel donde no hay mensajes claros, propuestas serias de gobierno, sino insultos, ataques y diatribas. En esta ocasión la segunda vuelta, terminará por conformar dos grandes frentes, entre dos candidatos de derecha o uno de derecha y otro de centro. Hoy las elecciones están en torno a unos personalismos, más grandes unos que otros, pero no sobre proyectos políticos colectivos y serios.

Superado este proceso electoral, el país debe adelantar una gran reforma política: abierta, incluyente y transparente. Que fortalezca y democratice los partidos, les de identidad frente a las necesidades de tantas comunidades pobres y abandonadas del centralismo. Este desorden que tenemos es un sistema demagógico, que poco contribuye a la construcción de país y a consolidar una democracia que, en otros momentos, fue paradigma para el resto del continente. Por supuesto, va de retro la corrupción, el clientelismo y el populismo. Necesitamos menos partidos, pero más serios, fuertes e identificados con las necesidades de la gente.

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Por Carlos Alberto Maestre Maya