Por estos días el tema en Colombia es, si se requiere o no, una constituyente para salir de todos los problemas coyunturales que adolece el país; muchas voces la reclaman, pero con un propósito determinado y bastante personal: Uribe la plantea, porque quiere a toda costa ser candidato presidencial nuevamente. Piedad Córdoba, se inventó el […]
Por estos días el tema en Colombia es, si se requiere o no, una constituyente para salir de todos los problemas coyunturales que adolece el país; muchas voces la reclaman, pero con un propósito determinado y bastante personal: Uribe la plantea, porque quiere a toda costa ser candidato presidencial nuevamente.
Piedad Córdoba, se inventó el cuento de la octava papeleta para también buscar beneficios propios, que no son más que tumbar su sanción, reconquistar sus derechos políticos y de paso, vengarse del procurador, Alejandro Ordóñez. Gustavo Petro, después de ser destituido, también tomó esa bandera y ahora hace mítines en plazas instando respaldo para la iniciativa, con propósitos netamente políticos.
Las Farc desde La Habana, también la exigen, saben que con votos no podrán conquistar reformas y acuden a este recurso, tomando a los colombianos por tontos y con la perversa intención de implantar como en Venezuela, el fracasado modelo del socialismo del siglo XXI. El Eln, también la pretende. En fin, al paso que vamos hasta la pastora Piraquive, necesitará una constituyente para obligar a la gente a que asista a su iglesia.
No podemos negar que la Constituyente del 91, que surgió de un movimiento estudiantil y no de un caudillismo político, logró algunos avances en participación política, mayor pluralismo y fortaleció el sistema democrático. Pero no como la vendieron César Gaviria y sus amigos, la gran redención.
Quedó con muchas falencias, aunque sus creadores se rasguen las vestiduras al defenderla, en tan poco tiempo se ha convertido en una colcha de retazos, que cada año está en proceso de reforma, generando una disputa permanente entre partidos políticos en el Congreso, lo que redime en corrupción, micos y dádivas por parte del gobierno de turno. Un país no puede estar reformando articulitos de su Carta Magna por caprichos del mandatario de turno, con la complicidad de un congreso tomado por ‘los ñoños? y ?los musas?.
Las grandes democracias del mundo tienen Constituciones sagradas, que no se tocan, solo en casos excepcionales.
Hay que tener en cuenta, que la actual Constitución, trae condiciones muy estrictas para abrir la posibilidad de una constituyente. Entre ellas, que la votación que la convoca sea superior a la tercera parte del censo electoral, es decir, unos 10 millones 800 mil votantes, lo que veo muy difícil en Colombia, una nación tan abstencionista y gastada de votar por cualquier cosa.
Es cierto que se necesitan ajustes urgentes en un país donde no hay justicia, no hay salud, ni tampoco educación. Sin embargo, no es el momento para dar un paso tan arriesgado, sería preferible una revisión integral y en el mediano plazo, una asamblea constituyente ajustada a los requerimientos del país, que debe ser visto, más desde las regiones y entonces, cuando ceda un poco la polarización, entre líneas de izquierda y derecha, que hoy convertirían la Carta Magna, en un tira y afloje, y puede quedar peor de lo que tenemos. Por lo pronto, el gobierno se opone porque está en reelección y además sabe lo que le puede costar.
No obstante de que la necesitamos, para que se acabe tanta reformitis que tiene a este país postrado en el atraso y sumido en un mar de corrupción.
Por estos días el tema en Colombia es, si se requiere o no, una constituyente para salir de todos los problemas coyunturales que adolece el país; muchas voces la reclaman, pero con un propósito determinado y bastante personal: Uribe la plantea, porque quiere a toda costa ser candidato presidencial nuevamente. Piedad Córdoba, se inventó el […]
Por estos días el tema en Colombia es, si se requiere o no, una constituyente para salir de todos los problemas coyunturales que adolece el país; muchas voces la reclaman, pero con un propósito determinado y bastante personal: Uribe la plantea, porque quiere a toda costa ser candidato presidencial nuevamente.
Piedad Córdoba, se inventó el cuento de la octava papeleta para también buscar beneficios propios, que no son más que tumbar su sanción, reconquistar sus derechos políticos y de paso, vengarse del procurador, Alejandro Ordóñez. Gustavo Petro, después de ser destituido, también tomó esa bandera y ahora hace mítines en plazas instando respaldo para la iniciativa, con propósitos netamente políticos.
Las Farc desde La Habana, también la exigen, saben que con votos no podrán conquistar reformas y acuden a este recurso, tomando a los colombianos por tontos y con la perversa intención de implantar como en Venezuela, el fracasado modelo del socialismo del siglo XXI. El Eln, también la pretende. En fin, al paso que vamos hasta la pastora Piraquive, necesitará una constituyente para obligar a la gente a que asista a su iglesia.
No podemos negar que la Constituyente del 91, que surgió de un movimiento estudiantil y no de un caudillismo político, logró algunos avances en participación política, mayor pluralismo y fortaleció el sistema democrático. Pero no como la vendieron César Gaviria y sus amigos, la gran redención.
Quedó con muchas falencias, aunque sus creadores se rasguen las vestiduras al defenderla, en tan poco tiempo se ha convertido en una colcha de retazos, que cada año está en proceso de reforma, generando una disputa permanente entre partidos políticos en el Congreso, lo que redime en corrupción, micos y dádivas por parte del gobierno de turno. Un país no puede estar reformando articulitos de su Carta Magna por caprichos del mandatario de turno, con la complicidad de un congreso tomado por ‘los ñoños? y ?los musas?.
Las grandes democracias del mundo tienen Constituciones sagradas, que no se tocan, solo en casos excepcionales.
Hay que tener en cuenta, que la actual Constitución, trae condiciones muy estrictas para abrir la posibilidad de una constituyente. Entre ellas, que la votación que la convoca sea superior a la tercera parte del censo electoral, es decir, unos 10 millones 800 mil votantes, lo que veo muy difícil en Colombia, una nación tan abstencionista y gastada de votar por cualquier cosa.
Es cierto que se necesitan ajustes urgentes en un país donde no hay justicia, no hay salud, ni tampoco educación. Sin embargo, no es el momento para dar un paso tan arriesgado, sería preferible una revisión integral y en el mediano plazo, una asamblea constituyente ajustada a los requerimientos del país, que debe ser visto, más desde las regiones y entonces, cuando ceda un poco la polarización, entre líneas de izquierda y derecha, que hoy convertirían la Carta Magna, en un tira y afloje, y puede quedar peor de lo que tenemos. Por lo pronto, el gobierno se opone porque está en reelección y además sabe lo que le puede costar.
No obstante de que la necesitamos, para que se acabe tanta reformitis que tiene a este país postrado en el atraso y sumido en un mar de corrupción.