BITÁCORA Por: Oscar Ariza Desde tiempos bíblicos, las sociedades buscan la clasificación de las personas de acuerdo con su comportamiento frente a sus acciones; buenos y malos, cada uno tiene reservado un lugar, dependiendo del extremo en el que se ubique. Dichas clasificaciones son producto de mecanismos de poder, que grupos reducidos imponen sobre otras […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Desde tiempos bíblicos, las sociedades buscan la clasificación de las personas de acuerdo con su comportamiento frente a sus acciones; buenos y malos, cada uno tiene reservado un lugar, dependiendo del extremo en el que se ubique. Dichas clasificaciones son producto de mecanismos de poder, que grupos reducidos imponen sobre otras clases, con fines de control, basados en imperativos categóricos que si bien encajan en unos comportamientos, desencajan en otros. El pertenecer a determinadas clasificaciones, tiene sus consecuencias; los buenos gozarán del privilegio de vivir en sociedades propicias para la buena convivencia y los malos estarán expuestos al castigo como consecuencia de su mal comportamiento; uno de esos correctivos es la cárcel.
Al Estado colombiano parece preocuparle más la construcción de cárceles, en donde se pueda tener la mayor cantidad de delincuentes aislados de la sociedad, que el desarrollo de proyectos educativos que ayuden a transformar el destino de las regiones, pues el castigo más frecuente para quienes violan la norma es la cárcel, que de hecho dejó de cumplir su función de regenerar al infractor, para potenciar su capacidad criminal. La prisión se convirtió en una falsa estrategia para intimidar a unos y mantener contentos a otros; intimidar a aquellos que infringen la norma y que casi siempre son las clases más pobres como lo afirma Michel Foucault, y mantener contentos al resto de la sociedad para que ésta crea que la manera como se ejerce este poder es la más eficaz.
Estos individuos, que motivados por una u otra causa delinquen, son aislados de la sociedad, encarcelados bajo el rótulo de delincuentes, con el objetivo de que allí cambien su comportamiento frente a la sociedad, pero la realidad es otra y en lugar de cambiar para bien terminan mutando en monstruosidades como resultado del odio y el resentimientos que en esos lugares cultivan.
Prisiones como la de Valledupar, se han convertido en centros de reclutamiento para malhechores en potencia y en el lugar de operaciones de peligrosos delincuentes que son trasladados allí, dado el carácter de cárcel de máxima seguridad que tiene. Narcotraficantes, paramilitares, asesinos de niños, terroristas y todo tipo de personas que representan alto riesgo para la sociedad, en lugar de regenerarse, encuentran en la cárcel una excelente oportunidad para aumentar su maligno radio de acción. Desde donde se encuentran confinados continúan ejerciendo sus acciones.
Desde la creación de la cárcel de máxima seguridad, Valledupar ha venido experimentando un retroceso en su seguridad, pues el hecho de estar recibiendo delincuentes de alta peligrosidad y pertenecientes a organizaciones criminales, ha generado también que al trasladar un delincuente, muchas veces se movilice con él toda su estructura delincuencial. Los asesinatos y las extorsiones han ido creciendo a la par de la población carcelaria, pues hay evidencias que desde las cárceles se desarrollan este tipo de prácticas irregulares. No obstante, cada día, la Tramacúa es absorbida por los nuevos planes urbanísticos en Valledupar, que en unos años terminarán rodeándola ante el crecimiento incontenible de la ciudad, lo que afectará en forma más crítica la tranquilidad de la localidad, sometida al desequilibrio social que conlleva todo centro de reclusión dentro de una población.
Ahora reina de nuevo la preocupación de las autoridades locales por la seguridad de la ciudad, ante el anuncio del traslado de alias fritanga para la cárcel la Tramacúa, ante el descubrimiento de un plan de fuga de éste y otros delincuentes apresados.
Como el gobierno Nacional no declinará en su propósito de crear más cárceles de máxima seguridad, en lugar de facilitar la construcción de más universidades y colegios que puedan transformar nuestra sociedad hacia una modernidad enmarcada en la búsqueda de los valores, es imperativo que todos los ciudadanos, a través de nuestros representantes políticos, exigiéramos el traslado de estos abominables centros de degradación humana hacia lugares selváticos, o en islas abandonadas, alejados de centros urbanos, para que su radio de acción esté fuera del alcance de los centros urbanos, de tal manera que se garantice su desarrollo armónico sin miedo alguno a que la llegada de uno o varios delincuentes ponga en jaque la seguridad de todos.
[email protected] @Oscararizadaza
BITÁCORA Por: Oscar Ariza Desde tiempos bíblicos, las sociedades buscan la clasificación de las personas de acuerdo con su comportamiento frente a sus acciones; buenos y malos, cada uno tiene reservado un lugar, dependiendo del extremo en el que se ubique. Dichas clasificaciones son producto de mecanismos de poder, que grupos reducidos imponen sobre otras […]
BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Desde tiempos bíblicos, las sociedades buscan la clasificación de las personas de acuerdo con su comportamiento frente a sus acciones; buenos y malos, cada uno tiene reservado un lugar, dependiendo del extremo en el que se ubique. Dichas clasificaciones son producto de mecanismos de poder, que grupos reducidos imponen sobre otras clases, con fines de control, basados en imperativos categóricos que si bien encajan en unos comportamientos, desencajan en otros. El pertenecer a determinadas clasificaciones, tiene sus consecuencias; los buenos gozarán del privilegio de vivir en sociedades propicias para la buena convivencia y los malos estarán expuestos al castigo como consecuencia de su mal comportamiento; uno de esos correctivos es la cárcel.
Al Estado colombiano parece preocuparle más la construcción de cárceles, en donde se pueda tener la mayor cantidad de delincuentes aislados de la sociedad, que el desarrollo de proyectos educativos que ayuden a transformar el destino de las regiones, pues el castigo más frecuente para quienes violan la norma es la cárcel, que de hecho dejó de cumplir su función de regenerar al infractor, para potenciar su capacidad criminal. La prisión se convirtió en una falsa estrategia para intimidar a unos y mantener contentos a otros; intimidar a aquellos que infringen la norma y que casi siempre son las clases más pobres como lo afirma Michel Foucault, y mantener contentos al resto de la sociedad para que ésta crea que la manera como se ejerce este poder es la más eficaz.
Estos individuos, que motivados por una u otra causa delinquen, son aislados de la sociedad, encarcelados bajo el rótulo de delincuentes, con el objetivo de que allí cambien su comportamiento frente a la sociedad, pero la realidad es otra y en lugar de cambiar para bien terminan mutando en monstruosidades como resultado del odio y el resentimientos que en esos lugares cultivan.
Prisiones como la de Valledupar, se han convertido en centros de reclutamiento para malhechores en potencia y en el lugar de operaciones de peligrosos delincuentes que son trasladados allí, dado el carácter de cárcel de máxima seguridad que tiene. Narcotraficantes, paramilitares, asesinos de niños, terroristas y todo tipo de personas que representan alto riesgo para la sociedad, en lugar de regenerarse, encuentran en la cárcel una excelente oportunidad para aumentar su maligno radio de acción. Desde donde se encuentran confinados continúan ejerciendo sus acciones.
Desde la creación de la cárcel de máxima seguridad, Valledupar ha venido experimentando un retroceso en su seguridad, pues el hecho de estar recibiendo delincuentes de alta peligrosidad y pertenecientes a organizaciones criminales, ha generado también que al trasladar un delincuente, muchas veces se movilice con él toda su estructura delincuencial. Los asesinatos y las extorsiones han ido creciendo a la par de la población carcelaria, pues hay evidencias que desde las cárceles se desarrollan este tipo de prácticas irregulares. No obstante, cada día, la Tramacúa es absorbida por los nuevos planes urbanísticos en Valledupar, que en unos años terminarán rodeándola ante el crecimiento incontenible de la ciudad, lo que afectará en forma más crítica la tranquilidad de la localidad, sometida al desequilibrio social que conlleva todo centro de reclusión dentro de una población.
Ahora reina de nuevo la preocupación de las autoridades locales por la seguridad de la ciudad, ante el anuncio del traslado de alias fritanga para la cárcel la Tramacúa, ante el descubrimiento de un plan de fuga de éste y otros delincuentes apresados.
Como el gobierno Nacional no declinará en su propósito de crear más cárceles de máxima seguridad, en lugar de facilitar la construcción de más universidades y colegios que puedan transformar nuestra sociedad hacia una modernidad enmarcada en la búsqueda de los valores, es imperativo que todos los ciudadanos, a través de nuestros representantes políticos, exigiéramos el traslado de estos abominables centros de degradación humana hacia lugares selváticos, o en islas abandonadas, alejados de centros urbanos, para que su radio de acción esté fuera del alcance de los centros urbanos, de tal manera que se garantice su desarrollo armónico sin miedo alguno a que la llegada de uno o varios delincuentes ponga en jaque la seguridad de todos.
[email protected] @Oscararizadaza