En el siglo XVI, una multitud de embarcaciones, más bien pequeñas, se lanzaron al gran océano para explorar el mundo. Algunas terminaron en las profundidades del mar, otras lograron las hazañas que permitieron la expansión de nuestros conocimientos y una nueva manera de comprender el cosmos. Una de esas hazañas fue la primera vuelta al […]
En el siglo XVI, una multitud de embarcaciones, más bien pequeñas, se lanzaron al gran océano para explorar el mundo. Algunas terminaron en las profundidades del mar, otras lograron las hazañas que permitieron la expansión de nuestros conocimientos y una nueva manera de comprender el cosmos. Una de esas hazañas fue la primera vuelta al mundo. En 1519, cinco naos parten del puerto sevillano de Sanlúcar de Barrameda con una tripulación de 245 hombres bajo el mando de Hernando de Magallanes. Después de arribar al puerto de Verzino – la actual Brasil- y, bordeando la costa oriental de América del Sur, atravesaron el estrecho que hoy conocemos como ‘de Magallanes”y navegando por el Océano Pacífico, llegaron a las Islas Molucas, en el mar de China. Allí, específicamente en la Isla de Mactan, moriría Magallanes combatiendo con un grupo de aborígenes de la Isla Mactan. Entonces, el mando de la tripulación, ya diezmada y con el ánimo devastado por tantos días de navegación y las enfermedades, es asumido por Juan Sebastian Elcano quien arribaría a Sevilla, en el mes de septiembre de 1522, a bordo de la Nao Victoria y acompañado tan solo con 17 marineros. Se necesitaron sesenta años para que alguien logrará circunnavegar el globo terráqueo, esta vez lo haría Francis Drake. En 1991 y después de una investigación exhaustiva, bajo la dirección de Ignacio Fernández Vial se logró la construcción de una réplica exacta de la Nao Victoria, la primera embarcación en dar la vuelta al mundo. Entre 2004 y 2006, la réplica de la Nao Victoria repitió la gesta de navegar por el mundo entero pero esta vez utilizando la ruta de los canales de Panamá y del Suez. Escribo estas palabras desde la popa de la Nao Victoria. Llevo un día de navegación en el mar Mediterráneo desde el puerto marítimo de Mahon hasta Denia en España. Esta última semana ha sido una experiencia maravillosa pues he podido acercarme a la historia de Magallanes y a la vida de los marineros que desgastan sus vidas en su pasión por el mar. El trabajo es permanente pues, por ser un barco antiguo, la Nao Victoria necesita muchos cuidados para su preservación. El casco está construido en roble y su piso es de pino del norte de España. Es un barco mixto, pues navega a vela pero también posee motores y los adelantos tecnológicos que exige la normatividad marina actual. De puerto en puerto, la Nao Victoria abre sus puertas de museo flotante para que todos puedan conocer detalles de una historia que es de ella y de todos. El azul abunda y el silencio solo se ve interrumpido por la camaradería de la tripulación, los gritos del capitán, el sonido de las olas y el graznido de alguna gaviota errante. Justo cuando el el sol nacía a nuestras espaldas, pues navegamos hacia occidente, un par de delfines danzaron junto a la proa, como diciéndonos “buenos días”. No niego que durante las primeras horas de la ruta sentí un poco miedo porque había mucho viento y el barco se mueve mucho, lo normal en una nave del siglo XVI. Además, dejamos de ver tierra muy pronto y ante la inmensidad del mar es imposible no recordar nuestra pequeñez. Pienso que en la vida hay decisiones que, al tomarlas, no podemos revertir ni echarnos atrás. Además pienso aquellos hombres que atravesaron el Atlántico en barcos como este amaban más la gloria que la vida como bien lo escribió Pigafetta. Mientras tanto continúo aquí, sentado en la toldilla de popa, mirando al horizonte y escribiendo el diario de viaje que inicié como testimonio de mi experiencia, espero que algún día mis hijos puedan leerlo.
En el siglo XVI, una multitud de embarcaciones, más bien pequeñas, se lanzaron al gran océano para explorar el mundo. Algunas terminaron en las profundidades del mar, otras lograron las hazañas que permitieron la expansión de nuestros conocimientos y una nueva manera de comprender el cosmos. Una de esas hazañas fue la primera vuelta al […]
En el siglo XVI, una multitud de embarcaciones, más bien pequeñas, se lanzaron al gran océano para explorar el mundo. Algunas terminaron en las profundidades del mar, otras lograron las hazañas que permitieron la expansión de nuestros conocimientos y una nueva manera de comprender el cosmos. Una de esas hazañas fue la primera vuelta al mundo. En 1519, cinco naos parten del puerto sevillano de Sanlúcar de Barrameda con una tripulación de 245 hombres bajo el mando de Hernando de Magallanes. Después de arribar al puerto de Verzino – la actual Brasil- y, bordeando la costa oriental de América del Sur, atravesaron el estrecho que hoy conocemos como ‘de Magallanes”y navegando por el Océano Pacífico, llegaron a las Islas Molucas, en el mar de China. Allí, específicamente en la Isla de Mactan, moriría Magallanes combatiendo con un grupo de aborígenes de la Isla Mactan. Entonces, el mando de la tripulación, ya diezmada y con el ánimo devastado por tantos días de navegación y las enfermedades, es asumido por Juan Sebastian Elcano quien arribaría a Sevilla, en el mes de septiembre de 1522, a bordo de la Nao Victoria y acompañado tan solo con 17 marineros. Se necesitaron sesenta años para que alguien logrará circunnavegar el globo terráqueo, esta vez lo haría Francis Drake. En 1991 y después de una investigación exhaustiva, bajo la dirección de Ignacio Fernández Vial se logró la construcción de una réplica exacta de la Nao Victoria, la primera embarcación en dar la vuelta al mundo. Entre 2004 y 2006, la réplica de la Nao Victoria repitió la gesta de navegar por el mundo entero pero esta vez utilizando la ruta de los canales de Panamá y del Suez. Escribo estas palabras desde la popa de la Nao Victoria. Llevo un día de navegación en el mar Mediterráneo desde el puerto marítimo de Mahon hasta Denia en España. Esta última semana ha sido una experiencia maravillosa pues he podido acercarme a la historia de Magallanes y a la vida de los marineros que desgastan sus vidas en su pasión por el mar. El trabajo es permanente pues, por ser un barco antiguo, la Nao Victoria necesita muchos cuidados para su preservación. El casco está construido en roble y su piso es de pino del norte de España. Es un barco mixto, pues navega a vela pero también posee motores y los adelantos tecnológicos que exige la normatividad marina actual. De puerto en puerto, la Nao Victoria abre sus puertas de museo flotante para que todos puedan conocer detalles de una historia que es de ella y de todos. El azul abunda y el silencio solo se ve interrumpido por la camaradería de la tripulación, los gritos del capitán, el sonido de las olas y el graznido de alguna gaviota errante. Justo cuando el el sol nacía a nuestras espaldas, pues navegamos hacia occidente, un par de delfines danzaron junto a la proa, como diciéndonos “buenos días”. No niego que durante las primeras horas de la ruta sentí un poco miedo porque había mucho viento y el barco se mueve mucho, lo normal en una nave del siglo XVI. Además, dejamos de ver tierra muy pronto y ante la inmensidad del mar es imposible no recordar nuestra pequeñez. Pienso que en la vida hay decisiones que, al tomarlas, no podemos revertir ni echarnos atrás. Además pienso aquellos hombres que atravesaron el Atlántico en barcos como este amaban más la gloria que la vida como bien lo escribió Pigafetta. Mientras tanto continúo aquí, sentado en la toldilla de popa, mirando al horizonte y escribiendo el diario de viaje que inicié como testimonio de mi experiencia, espero que algún día mis hijos puedan leerlo.