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Judicial - 2 agosto, 2011

Un trago amargo que dejó un ‘guayabo’ perpetuo

Crónica Por Martín Mendoza La resaca que atormenta a Gustavo Robledo Amórtegui, desde hace cuatro años,  surgió luego de la borrachera de aquel 29 de junio de 2007, cuando con su revólver de protección personal mató a su compadre de sacramento y a un taxista, quienes lo llevaban a descansar a su residencia. Esa madrugada, […]

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Crónica

Por Martín Mendoza
La resaca que atormenta a Gustavo Robledo Amórtegui, desde hace cuatro años,  surgió luego de la borrachera de aquel 29 de junio de 2007, cuando con su revólver de protección personal mató a su compadre de sacramento y a un taxista, quienes lo llevaban a descansar a su residencia.
Esa madrugada, José Vicente Rueda Viloria y América Acosta Amórtegui, festejaban que su hijo Janner, había obtenido el título de Físico Matemático de la Universidad Popular del Cesar.  Organizaron una recepción en su residencia del barrio Garupal de Valledupar, donde uno de los invitados especiales fue Gustavo Robledo Amórtegui, debido a la cercanía con la pareja, pues eran padrinos de su hijo y además primo de América Acosta.
En medio de la celebración, Robledo Amórtegui sacó un arma de fuego y la mostraba a los asistentes, quienes insistentemente le pedían que la guardara.
Como a las 2:00 de la mañana, al ver el alto grado de embriaguez que tenía su compadre, la pareja decidió acompañarlo a tomar un taxi para que se fuera a dormir. “¿Cómo te llamas?” preguntó José Gabriel a Gustavo y este le respondió que no sabía; “mi compadre está perdido, vamos con él a la casa”, dijo a su esposa.
La borrachera del hombre habría sido producida por la combinación de dos clases de whisky,  además de la ingesta de cerveza.
Al llegar el vehículo de servicio público a la residencia de Gustavo, en la diagonal 20B con carrera 30 del barrio Sabanas del Valle, este desenfundó el arma de fuego que portaba en la pretina del pantalón y comenzó a disparar en contra de la humanidad de sus acompañantes y conductor del taxi.
“A mí no me van a matar, primero los mato a ellos”, dijo Gustavo según el testimonio que una vecina entregó a las autoridades. La mujer también escuchó los gritos de las víctimas, “Gustavo soy yo, ¿porque no me conoces?”, indicó la declarante.
José Vicente Rueda Viloria y José Gabriel Acosta (el conductor), murieron de forma inmediata tras los dos impactos de bala que cada uno recibió. Mientras que América Acosta Amórtegui, resultó herida con un tiro en el abdomen y fue recluida en el hospital ‘Rosario Pumarejo de López’.
Luego del aterrador crimen, el hombre de 53 años huyó a pie y al ver a su amigo Wilfredo Hernández, en el parqueadero La 30, del mismo sector, le comentó: “Will vamos a tomarnos unas cervezas porque acabo de matar a tres que me iban matar”, y le reiteraba que los había asesinado cerca a la Terminal de Transportes, pero este le aclaró que el crimen ocurrió en la puerta de su casa y que debía irse de la ciudad para buscar un abogado, ya que la Policía lo estaba buscando.
Robledo Amórtegui, viajó a la ciudad de Riohacha por seguridad, pero sólo a las 11:00 de la mañana del mismo día, su compañera sentimental lo hizo entrar en razón y se enteró que las víctimas fueron los padrinos de su único hijo varón y un taxista.
Posteriormente, realizó varios viajes a Barranquilla y a Bogotá, para finalmente entregarse a la justicia el 14 de febrero de 2008. Fue así como el 5 de junio de 2008, la Fiscalía delegada ante los juzgados penales del circuito de Valledupar, profirió resolución de acusación en su contra. Luego de su entrega lo recluyeron en la Penitenciaría de Alta y Mediana Seguridad de Valledupar.

La sentencia
El Juzgado Penal del Circuito Adjunto al Juzgado Cuarto Penal del Circuito de Valledupar, dictó medida absolutoria a favor de Gustavo Robledo Amórtegui, por los delitos de homicidio agravado y tentativa de homicidio.
Según lo consignado en el fallo, el despacho consideró la inimputabilidad del procesado porque en el momento del crimen sufrió un trastorno mental transitorio sin base patológica.
En el proceso fue clave el testimonio de la sobreviviente del crimen, América Acosta, quien dejó claro tenía excelentes relaciones con su primo y compadre, por lo que aseveró que él perdió la razón en el momento que disparó en contra de ella, su esposo y el taxista.

Judicial
2 agosto, 2011

Un trago amargo que dejó un ‘guayabo’ perpetuo

Crónica Por Martín Mendoza La resaca que atormenta a Gustavo Robledo Amórtegui, desde hace cuatro años,  surgió luego de la borrachera de aquel 29 de junio de 2007, cuando con su revólver de protección personal mató a su compadre de sacramento y a un taxista, quienes lo llevaban a descansar a su residencia. Esa madrugada, […]


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Por Martín Mendoza
La resaca que atormenta a Gustavo Robledo Amórtegui, desde hace cuatro años,  surgió luego de la borrachera de aquel 29 de junio de 2007, cuando con su revólver de protección personal mató a su compadre de sacramento y a un taxista, quienes lo llevaban a descansar a su residencia.
Esa madrugada, José Vicente Rueda Viloria y América Acosta Amórtegui, festejaban que su hijo Janner, había obtenido el título de Físico Matemático de la Universidad Popular del Cesar.  Organizaron una recepción en su residencia del barrio Garupal de Valledupar, donde uno de los invitados especiales fue Gustavo Robledo Amórtegui, debido a la cercanía con la pareja, pues eran padrinos de su hijo y además primo de América Acosta.
En medio de la celebración, Robledo Amórtegui sacó un arma de fuego y la mostraba a los asistentes, quienes insistentemente le pedían que la guardara.
Como a las 2:00 de la mañana, al ver el alto grado de embriaguez que tenía su compadre, la pareja decidió acompañarlo a tomar un taxi para que se fuera a dormir. “¿Cómo te llamas?” preguntó José Gabriel a Gustavo y este le respondió que no sabía; “mi compadre está perdido, vamos con él a la casa”, dijo a su esposa.
La borrachera del hombre habría sido producida por la combinación de dos clases de whisky,  además de la ingesta de cerveza.
Al llegar el vehículo de servicio público a la residencia de Gustavo, en la diagonal 20B con carrera 30 del barrio Sabanas del Valle, este desenfundó el arma de fuego que portaba en la pretina del pantalón y comenzó a disparar en contra de la humanidad de sus acompañantes y conductor del taxi.
“A mí no me van a matar, primero los mato a ellos”, dijo Gustavo según el testimonio que una vecina entregó a las autoridades. La mujer también escuchó los gritos de las víctimas, “Gustavo soy yo, ¿porque no me conoces?”, indicó la declarante.
José Vicente Rueda Viloria y José Gabriel Acosta (el conductor), murieron de forma inmediata tras los dos impactos de bala que cada uno recibió. Mientras que América Acosta Amórtegui, resultó herida con un tiro en el abdomen y fue recluida en el hospital ‘Rosario Pumarejo de López’.
Luego del aterrador crimen, el hombre de 53 años huyó a pie y al ver a su amigo Wilfredo Hernández, en el parqueadero La 30, del mismo sector, le comentó: “Will vamos a tomarnos unas cervezas porque acabo de matar a tres que me iban matar”, y le reiteraba que los había asesinado cerca a la Terminal de Transportes, pero este le aclaró que el crimen ocurrió en la puerta de su casa y que debía irse de la ciudad para buscar un abogado, ya que la Policía lo estaba buscando.
Robledo Amórtegui, viajó a la ciudad de Riohacha por seguridad, pero sólo a las 11:00 de la mañana del mismo día, su compañera sentimental lo hizo entrar en razón y se enteró que las víctimas fueron los padrinos de su único hijo varón y un taxista.
Posteriormente, realizó varios viajes a Barranquilla y a Bogotá, para finalmente entregarse a la justicia el 14 de febrero de 2008. Fue así como el 5 de junio de 2008, la Fiscalía delegada ante los juzgados penales del circuito de Valledupar, profirió resolución de acusación en su contra. Luego de su entrega lo recluyeron en la Penitenciaría de Alta y Mediana Seguridad de Valledupar.

La sentencia
El Juzgado Penal del Circuito Adjunto al Juzgado Cuarto Penal del Circuito de Valledupar, dictó medida absolutoria a favor de Gustavo Robledo Amórtegui, por los delitos de homicidio agravado y tentativa de homicidio.
Según lo consignado en el fallo, el despacho consideró la inimputabilidad del procesado porque en el momento del crimen sufrió un trastorno mental transitorio sin base patológica.
En el proceso fue clave el testimonio de la sobreviviente del crimen, América Acosta, quien dejó claro tenía excelentes relaciones con su primo y compadre, por lo que aseveró que él perdió la razón en el momento que disparó en contra de ella, su esposo y el taxista.