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Columnista - 20 enero, 2021

¿Un susto fuerte puede curar la artritis?

No es el médico el que les escribe, es el amigo que les narra anécdotas, historias, en forma de cuentos. Con esto quiero decirles que es más fácil que un fuerte susto haga producir un infarto, que encontrar la explicación a que la artritis, después de padecerla por varios años, dejó de molestar a mi […]

No es el médico el que les escribe, es el amigo que les narra anécdotas, historias, en forma de cuentos. Con esto quiero decirles que es más fácil que un fuerte susto haga producir un infarto, que encontrar la explicación a que la artritis, después de padecerla por varios años, dejó de molestar a mi suegra.

Entremos, como se dice ahora, en contexto. Ubíquense en un vehículo campero de 5 puertas donde voy con mi esposa, mi suegra y mis dos pequeños hijos. Vamos de Valledupar hacia Chiriguaná; para la época yo era funcionario público, director de un organismo descentralizado del área de la salud; mi suegra, una señora mayor, nacida y criada entre Bogotá y Medellín, poco o nada sabía de nuestros departamentos costeños.

Ninguno de nosotros pensó que en ese viaje mi suegra iba a entrar en una “remisión de su artritis de forma instantánea”, y ese milagro sucedió, como les dije en la carretera, a pocos kilómetros de La Jagua de Ibirico, en plena zona de explotación de las minas de carbón. Para más precisión tracen coordenadas, pues fue en el mismo sitio, lugar y hora en donde la llamada guerrilla del ELN parecía tener “permiso” para hacer retenes en la carretera, realizar secuestros, extorsiones y lo que ellos quisieran.

Les adelanto que las repuestas a sus dos seguras preguntas no las tengo. No sé por qué desde hace varios meses estos siniestros personajes hacían con pasmosa tranquilidad sus secuestros en los mismos puntos de diferentes carreteras del Cesar; tampoco puedo saber si es cierto o no que tenían algún tipo de arreglo que les permitiera esa tranquilidad.

En mi memoria está registrado que entre 16 y 17 veces, en cuestión de tres años, los “encontré” en las carreteras y siempre tuve suerte. En qué años sucedieron estos encuentros no quiero precisarles más allá de decirles que fueron antes del 2002. Ustedes saquen sus conclusiones.

Íbamos, como ya les dije, los 5 miembros de mi familia en mi campero, cuando noté que los otros vehículos que iban delante de mí se detenían y salían hacia la derecha de la carretera; enseguida pensé: “Dios mío, hoy con la familia en el carro, ojalá que no sean ellos”.

Efectivamente eran ellos y en pocos segundos se acercaron tres a mi carro; por poco no alcanzo a agarrar el revolver que llevaba bajo el muslo derecho y tirarlo debajo de mi silla, cuando oigo la voz gritona de uno de ellos: “Se bajan”; yo le dije a los míos “rápido, bajemos y tranquilos”; el enmascarado se dirigió a mí: “Usted no, usted maneja”.

Cuántas cosas pasaron por mi cerebro en esos segundos, pero aun así noté que mi suegra había olvidado la artritis de su rodillas y antes que lo lograran mi esposa y mis dos niños, ya ella había corrido varios metros y estaba acurrucada debajo de un tracto-camión, lugar al que alcancé a llevar a mi esposa y mis dos hijos; esta trató de resistirse, pero enseguida entendió que solo podíamos “obedecer”.

 Repito, esto sucedió antes del 2002 y “ellos” andaban a sus anchas por algunos departamentos de Colombia. Estando ya frente al volante llegaron corriendo hacia mi vehículo otros cinco más, luego se escucharon unos disparos; uno de ellos gritó a sus compañeros: “Vengan rápido”, y se acomodaron todos en mi  campero; una voz femenina, menos chillona que la masculina anterior, dijo: “Aquí nos matan a todos, esta mierda de carro no nos deja movernos”, y dio la orden en forma tajante: “Nos bajamos”; yo me quedé en mi puesto de conductor. Uno de ellos me miró e iba a decir algo cuando la mujer que mandaba dijo: “Nos va a estorbar”,  y salieron corriendo.

Un puñal con cacha de hueso se les cayó en el vehículo; lo conservé unos días y luego lo regalé, parecía hecho para castrar terneros; su dueño no creo que lo usara para eso. Me dirigí corriendo a abrazar mi familia; aún no me creía que me hubiera salvado de nuevo.

Mi suegra salió de la parte baja del tracto camión, nerviosa como estábamos todos en la cola del “retén”. Luego llegaron varios soldados de nuestro Ejército Nacional a preguntarnos si estábamos bien. A lo lejos aún se veían corriendo un grupo de más de 15 guerrilleros, por eso me preguntaba y me pregunto ¿por qué no los persiguieron?

Más tarde llegamos a contar la historia a la familia, aun asustados, aunque sucesos de este tipo eran frecuentes antes del 2002. Una de las partes más inexplicables de este cuento es la de las inflamadas rodillas de mi suegra, créanme, se desinflamaron y por años no la escuché quejarse de dolor en ellas, ni preguntarme como hacia siempre: “¿Ve, José, y qué hay nuevo para la artritis, salió alguna pomada o inyección?”. Dejo claro que no es bueno que quienes lean esta historia ahora vayan a asustar a sus suegras. ¡Eso no está reconocido por ninguna asociación científica!

Pasen un estupendo día y cuídense del covid-19, laven sus manos con frecuencia, usen tapabocas y mantengan distancia.

Columnista
20 enero, 2021

¿Un susto fuerte puede curar la artritis?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jose Galiano La Rosa

No es el médico el que les escribe, es el amigo que les narra anécdotas, historias, en forma de cuentos. Con esto quiero decirles que es más fácil que un fuerte susto haga producir un infarto, que encontrar la explicación a que la artritis, después de padecerla por varios años, dejó de molestar a mi […]


No es el médico el que les escribe, es el amigo que les narra anécdotas, historias, en forma de cuentos. Con esto quiero decirles que es más fácil que un fuerte susto haga producir un infarto, que encontrar la explicación a que la artritis, después de padecerla por varios años, dejó de molestar a mi suegra.

Entremos, como se dice ahora, en contexto. Ubíquense en un vehículo campero de 5 puertas donde voy con mi esposa, mi suegra y mis dos pequeños hijos. Vamos de Valledupar hacia Chiriguaná; para la época yo era funcionario público, director de un organismo descentralizado del área de la salud; mi suegra, una señora mayor, nacida y criada entre Bogotá y Medellín, poco o nada sabía de nuestros departamentos costeños.

Ninguno de nosotros pensó que en ese viaje mi suegra iba a entrar en una “remisión de su artritis de forma instantánea”, y ese milagro sucedió, como les dije en la carretera, a pocos kilómetros de La Jagua de Ibirico, en plena zona de explotación de las minas de carbón. Para más precisión tracen coordenadas, pues fue en el mismo sitio, lugar y hora en donde la llamada guerrilla del ELN parecía tener “permiso” para hacer retenes en la carretera, realizar secuestros, extorsiones y lo que ellos quisieran.

Les adelanto que las repuestas a sus dos seguras preguntas no las tengo. No sé por qué desde hace varios meses estos siniestros personajes hacían con pasmosa tranquilidad sus secuestros en los mismos puntos de diferentes carreteras del Cesar; tampoco puedo saber si es cierto o no que tenían algún tipo de arreglo que les permitiera esa tranquilidad.

En mi memoria está registrado que entre 16 y 17 veces, en cuestión de tres años, los “encontré” en las carreteras y siempre tuve suerte. En qué años sucedieron estos encuentros no quiero precisarles más allá de decirles que fueron antes del 2002. Ustedes saquen sus conclusiones.

Íbamos, como ya les dije, los 5 miembros de mi familia en mi campero, cuando noté que los otros vehículos que iban delante de mí se detenían y salían hacia la derecha de la carretera; enseguida pensé: “Dios mío, hoy con la familia en el carro, ojalá que no sean ellos”.

Efectivamente eran ellos y en pocos segundos se acercaron tres a mi carro; por poco no alcanzo a agarrar el revolver que llevaba bajo el muslo derecho y tirarlo debajo de mi silla, cuando oigo la voz gritona de uno de ellos: “Se bajan”; yo le dije a los míos “rápido, bajemos y tranquilos”; el enmascarado se dirigió a mí: “Usted no, usted maneja”.

Cuántas cosas pasaron por mi cerebro en esos segundos, pero aun así noté que mi suegra había olvidado la artritis de su rodillas y antes que lo lograran mi esposa y mis dos niños, ya ella había corrido varios metros y estaba acurrucada debajo de un tracto-camión, lugar al que alcancé a llevar a mi esposa y mis dos hijos; esta trató de resistirse, pero enseguida entendió que solo podíamos “obedecer”.

 Repito, esto sucedió antes del 2002 y “ellos” andaban a sus anchas por algunos departamentos de Colombia. Estando ya frente al volante llegaron corriendo hacia mi vehículo otros cinco más, luego se escucharon unos disparos; uno de ellos gritó a sus compañeros: “Vengan rápido”, y se acomodaron todos en mi  campero; una voz femenina, menos chillona que la masculina anterior, dijo: “Aquí nos matan a todos, esta mierda de carro no nos deja movernos”, y dio la orden en forma tajante: “Nos bajamos”; yo me quedé en mi puesto de conductor. Uno de ellos me miró e iba a decir algo cuando la mujer que mandaba dijo: “Nos va a estorbar”,  y salieron corriendo.

Un puñal con cacha de hueso se les cayó en el vehículo; lo conservé unos días y luego lo regalé, parecía hecho para castrar terneros; su dueño no creo que lo usara para eso. Me dirigí corriendo a abrazar mi familia; aún no me creía que me hubiera salvado de nuevo.

Mi suegra salió de la parte baja del tracto camión, nerviosa como estábamos todos en la cola del “retén”. Luego llegaron varios soldados de nuestro Ejército Nacional a preguntarnos si estábamos bien. A lo lejos aún se veían corriendo un grupo de más de 15 guerrilleros, por eso me preguntaba y me pregunto ¿por qué no los persiguieron?

Más tarde llegamos a contar la historia a la familia, aun asustados, aunque sucesos de este tipo eran frecuentes antes del 2002. Una de las partes más inexplicables de este cuento es la de las inflamadas rodillas de mi suegra, créanme, se desinflamaron y por años no la escuché quejarse de dolor en ellas, ni preguntarme como hacia siempre: “¿Ve, José, y qué hay nuevo para la artritis, salió alguna pomada o inyección?”. Dejo claro que no es bueno que quienes lean esta historia ahora vayan a asustar a sus suegras. ¡Eso no está reconocido por ninguna asociación científica!

Pasen un estupendo día y cuídense del covid-19, laven sus manos con frecuencia, usen tapabocas y mantengan distancia.