Por: Andrés Quintero Olmos Desde que nací, en mi familia -cien por ciento costeña- han llegado a mis oídos todo tipo de reclamos en contra del egocentrismo y la prepotencia de la capital colombiana. Quejas tangibles y duraderas que dicen existir como consecuencias directas del centralismo recalcitrante de Bogotá y de su tan tasado abandono […]
Por: Andrés Quintero Olmos
Desde que nací, en mi familia -cien por ciento costeña- han llegado a mis oídos todo tipo de reclamos en contra del egocentrismo y la prepotencia de la capital colombiana. Quejas tangibles y duraderas que dicen existir como consecuencias directas del centralismo recalcitrante de Bogotá y de su tan tasado abandono provincial.
Pero los costeños nos hemos equivocado: no sólo no somos las únicas víctimas del centralismo sino que también somos los victimarios de aquél.
Por un lado, los bogotanos discriminan de manera unánime a todos los provincianos por no tener sus alturas ¡Vayan y pregúntenle a los chocoanos, pastusos, putumayenses, antioqueños, etc. si no se sienten magullados de tanto abandono! Pero también, por otro lado, nos equivocamos creyendo que sólo actuamos como víctimas en relación al centralismo. No nos damos cuenta, pero repetimos lo mismo pero a escala diferente: somos iguales de centralistas que los bogotanos (los departamentos del Atlántico y Bolívar generan el 53% del PIB de la región Caribe según el economista Jorge Vergara Carbó*).
Sólo basta con observar a la Barranquilla discriminadora de Soledad y aglutinadora de toda la actividad económica y social del Atlántico y al centralismo de Bocagrande con el resto del Departamento de Bolívar.
Pero no todo es blanco y negro. No toda entidad colombiana es centralista. Y no todo centralismo es maligno. Pero que la Constitución colombiana organice al país administrativa y políticamente conjugando al mismo tiempo centralismo y descentralización es una incoherencia e ineficacia tanto jurídica como social y es consecuencia directa de toda esta lucha interna entre los capitalinos y los provincianos.
En Colombia, nuestra pluralidad social y cultural nos debería indicar que es mejor organizarnos como un Estado federal y no como un Estado darviniano y centralista donde existen dominantes y dominados: donde los unos se comen a los otros. La capital bogotana domina al país, la capital departamental domina a su provincia y los municipios dominan a sus caseríos periféricos.
Una muchedumbre de dominados, una élite de dominantes. Nuestra realidad organizacional debería estar en acorde a nuestra realidad social. No todos los colombianos somos iguales. Culturalmente, muchos de nosotros no tenemos mucho en común. Pero esto no es un problema para la unidad nacional, puesto que si el Estado reconociese nuestras diferencias y si se adecuase a ellas a nivel político y administrativo reafirmaría aún más el sentido nacional y dejaría sin fundamentos a los anti-centralistas.
Uno de lo más simbólicos actos de resistencia frente al centralismo colombiano ocurrió en 1974, cuando el Presidente Misael Pastrana fue a inaugurar un puente en Barranquilla que por decreto oficial recibió el nombre de “Laureano Gómez”. El pueblo barranquillero se resistió al nombre y reconoció a su verdadero promotor y célebre poblador y lo rebautizó, de manera consuetudinaria, como el “Puente Pumarejo” (Alberto Pumarejo). Linda y escasa realidad social donde el pueblo provincial tiene la última palabra frente a cualquier centralismo. Este evento es símbolo de toda esta lucha interna nacional que no existiese si cada región o departamento tuviese su autonomía e independencia debida. Entre el pueblo y el Estado, recordemos, que es siempre el Estado quién debe adecuarse al pueblo y no lo contrario. Así funciona la democracia.
Por: Andrés Quintero Olmos Desde que nací, en mi familia -cien por ciento costeña- han llegado a mis oídos todo tipo de reclamos en contra del egocentrismo y la prepotencia de la capital colombiana. Quejas tangibles y duraderas que dicen existir como consecuencias directas del centralismo recalcitrante de Bogotá y de su tan tasado abandono […]
Por: Andrés Quintero Olmos
Desde que nací, en mi familia -cien por ciento costeña- han llegado a mis oídos todo tipo de reclamos en contra del egocentrismo y la prepotencia de la capital colombiana. Quejas tangibles y duraderas que dicen existir como consecuencias directas del centralismo recalcitrante de Bogotá y de su tan tasado abandono provincial.
Pero los costeños nos hemos equivocado: no sólo no somos las únicas víctimas del centralismo sino que también somos los victimarios de aquél.
Por un lado, los bogotanos discriminan de manera unánime a todos los provincianos por no tener sus alturas ¡Vayan y pregúntenle a los chocoanos, pastusos, putumayenses, antioqueños, etc. si no se sienten magullados de tanto abandono! Pero también, por otro lado, nos equivocamos creyendo que sólo actuamos como víctimas en relación al centralismo. No nos damos cuenta, pero repetimos lo mismo pero a escala diferente: somos iguales de centralistas que los bogotanos (los departamentos del Atlántico y Bolívar generan el 53% del PIB de la región Caribe según el economista Jorge Vergara Carbó*).
Sólo basta con observar a la Barranquilla discriminadora de Soledad y aglutinadora de toda la actividad económica y social del Atlántico y al centralismo de Bocagrande con el resto del Departamento de Bolívar.
Pero no todo es blanco y negro. No toda entidad colombiana es centralista. Y no todo centralismo es maligno. Pero que la Constitución colombiana organice al país administrativa y políticamente conjugando al mismo tiempo centralismo y descentralización es una incoherencia e ineficacia tanto jurídica como social y es consecuencia directa de toda esta lucha interna entre los capitalinos y los provincianos.
En Colombia, nuestra pluralidad social y cultural nos debería indicar que es mejor organizarnos como un Estado federal y no como un Estado darviniano y centralista donde existen dominantes y dominados: donde los unos se comen a los otros. La capital bogotana domina al país, la capital departamental domina a su provincia y los municipios dominan a sus caseríos periféricos.
Una muchedumbre de dominados, una élite de dominantes. Nuestra realidad organizacional debería estar en acorde a nuestra realidad social. No todos los colombianos somos iguales. Culturalmente, muchos de nosotros no tenemos mucho en común. Pero esto no es un problema para la unidad nacional, puesto que si el Estado reconociese nuestras diferencias y si se adecuase a ellas a nivel político y administrativo reafirmaría aún más el sentido nacional y dejaría sin fundamentos a los anti-centralistas.
Uno de lo más simbólicos actos de resistencia frente al centralismo colombiano ocurrió en 1974, cuando el Presidente Misael Pastrana fue a inaugurar un puente en Barranquilla que por decreto oficial recibió el nombre de “Laureano Gómez”. El pueblo barranquillero se resistió al nombre y reconoció a su verdadero promotor y célebre poblador y lo rebautizó, de manera consuetudinaria, como el “Puente Pumarejo” (Alberto Pumarejo). Linda y escasa realidad social donde el pueblo provincial tiene la última palabra frente a cualquier centralismo. Este evento es símbolo de toda esta lucha interna nacional que no existiese si cada región o departamento tuviese su autonomía e independencia debida. Entre el pueblo y el Estado, recordemos, que es siempre el Estado quién debe adecuarse al pueblo y no lo contrario. Así funciona la democracia.