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Columnista - 8 octubre, 2018

Un Nobel de Paz para la reparación de las mujeres abusadas

El 3 de agosto de 2014 un ataque yihadista alcanzó el monte Sinyar donde habitan los yazidíes, creyentes de Zoroastro, a quienes los militantes del IS consideran adoradores del diablo. En la aldea de Kocho estaba Nadia Murad, quien fue raptada con cientos de jovencitas, luego del asesinato de hombres, mujeres y niños a manos […]

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El 3 de agosto de 2014 un ataque yihadista alcanzó el monte Sinyar donde habitan los yazidíes, creyentes de Zoroastro, a quienes los militantes del IS consideran adoradores del diablo. En la aldea de Kocho estaba Nadia Murad, quien fue raptada con cientos de jovencitas, luego del asesinato de hombres, mujeres y niños a manos de los extremistas.

Con ellas sufrió la esclavitud sexual hasta que pudo escapar y llegar a Alemania, donde ha sido protegida y donde recuperó la voz para hablar y denunciar desde su historia de vida el horror de este crimen de guerra. Pues bien, la voz de Nadia ha llegado lejos y se le ha galardonado con el Premio Nobel de Paz, que compartirá con el ginecólogo congolés Mukwege, fundador del Hospital de Panzi en Bukavu, cuya especialidad es la reconstrucción de las lesiones físicas y la atención psicológica de las mujeres cuyo cuerpo ha sido botín de guerra de los depredadores.

Que este par sean el Premio Nobel de Paz 2018 es un claro mensaje para el mundo sobre la necesidad, no de ahora sino desde siempre, de condenar todos y cada uno de los casos de mujeres víctimas del abuso sexual y de luchar infatigablemente por que no haya uno más. Aunque los cuerpos sean botín, no se suman como un cofre de tesoros, son, cada uno, único e irrepetible, porque pertenecen a una única e irrepetible mujer. Este es un sentido preciso que ahora debe reconocerse.

Se anunció este premio al mismo tiempo en que en Colombia se daba sepultura a la niña Génesis Rúa, violada e incinerada, un crimen atroz como el de Yuliana Samboní. La guerra nos ha dejado miles de mujeres abusadas, cientos de ellas reunidas en colectivos a manera de terapia sanadora. Han sido valientes y se han sacado unas a otras del desastre. En medio de ellas, otras tantas callan, los miedos deben ser de todas las índoles y, sin que reciban ninguna atención, es posible que hayan perdido su yo para siempre.

Cuando les anunciaron el premio Nadia enmudeció, así lo contó su mano derecha Ahmed Burjus, entretanto, al dr. Mukwege lo sacaron de la sala de cirugía y se formó un baile lleno de aplausos en ese hospital cuya humildad solo es posible por su grandeza. Las dos, son expresiones de quienes comprometen todo su ser a diario por lo imprescindible. No tenemos eso en Colombia, ninguna de las dos figuras existe, solo hay activismos mediáticos. No hay en nuestro país “El hombre que repara a las mujeres” como se le llamó a Mukwege en el documental que lo presentó al mundo. Eso acá, ni soñarlo.

María Angélica Pumarejo

Columnista
8 octubre, 2018

Un Nobel de Paz para la reparación de las mujeres abusadas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
María Angélica Pumarejo

El 3 de agosto de 2014 un ataque yihadista alcanzó el monte Sinyar donde habitan los yazidíes, creyentes de Zoroastro, a quienes los militantes del IS consideran adoradores del diablo. En la aldea de Kocho estaba Nadia Murad, quien fue raptada con cientos de jovencitas, luego del asesinato de hombres, mujeres y niños a manos […]


El 3 de agosto de 2014 un ataque yihadista alcanzó el monte Sinyar donde habitan los yazidíes, creyentes de Zoroastro, a quienes los militantes del IS consideran adoradores del diablo. En la aldea de Kocho estaba Nadia Murad, quien fue raptada con cientos de jovencitas, luego del asesinato de hombres, mujeres y niños a manos de los extremistas.

Con ellas sufrió la esclavitud sexual hasta que pudo escapar y llegar a Alemania, donde ha sido protegida y donde recuperó la voz para hablar y denunciar desde su historia de vida el horror de este crimen de guerra. Pues bien, la voz de Nadia ha llegado lejos y se le ha galardonado con el Premio Nobel de Paz, que compartirá con el ginecólogo congolés Mukwege, fundador del Hospital de Panzi en Bukavu, cuya especialidad es la reconstrucción de las lesiones físicas y la atención psicológica de las mujeres cuyo cuerpo ha sido botín de guerra de los depredadores.

Que este par sean el Premio Nobel de Paz 2018 es un claro mensaje para el mundo sobre la necesidad, no de ahora sino desde siempre, de condenar todos y cada uno de los casos de mujeres víctimas del abuso sexual y de luchar infatigablemente por que no haya uno más. Aunque los cuerpos sean botín, no se suman como un cofre de tesoros, son, cada uno, único e irrepetible, porque pertenecen a una única e irrepetible mujer. Este es un sentido preciso que ahora debe reconocerse.

Se anunció este premio al mismo tiempo en que en Colombia se daba sepultura a la niña Génesis Rúa, violada e incinerada, un crimen atroz como el de Yuliana Samboní. La guerra nos ha dejado miles de mujeres abusadas, cientos de ellas reunidas en colectivos a manera de terapia sanadora. Han sido valientes y se han sacado unas a otras del desastre. En medio de ellas, otras tantas callan, los miedos deben ser de todas las índoles y, sin que reciban ninguna atención, es posible que hayan perdido su yo para siempre.

Cuando les anunciaron el premio Nadia enmudeció, así lo contó su mano derecha Ahmed Burjus, entretanto, al dr. Mukwege lo sacaron de la sala de cirugía y se formó un baile lleno de aplausos en ese hospital cuya humildad solo es posible por su grandeza. Las dos, son expresiones de quienes comprometen todo su ser a diario por lo imprescindible. No tenemos eso en Colombia, ninguna de las dos figuras existe, solo hay activismos mediáticos. No hay en nuestro país “El hombre que repara a las mujeres” como se le llamó a Mukwege en el documental que lo presentó al mundo. Eso acá, ni soñarlo.

María Angélica Pumarejo