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Columnista - 15 abril, 2011

Un mundo conservador

Por: Andrés Eduardo Quintero En Colombia, como en muchas otras partes del mundo, nuestros dirigentes políticos cocinan muchedumbres pueblerinas que acorralan nuestros miedos y las convierten en verdades constitucionales, y con ellas conforman políticas. Dentro del conservadurismo de toda una casta social costeño-goda, parece que las mismas ideas eternas se reciclaran cíclicamente: las mismas despotricadas […]

Por: Andrés Eduardo Quintero

En Colombia, como en muchas otras partes del mundo, nuestros dirigentes políticos cocinan muchedumbres pueblerinas que acorralan nuestros miedos y las convierten en verdades constitucionales, y con ellas conforman políticas. Dentro del conservadurismo de toda una casta social costeño-goda, parece que las mismas ideas eternas se reciclaran cíclicamente: las mismas despotricadas hacia los mismos siguen vigente hasta que se canse el verbo.
La ilustración perfecta de esta situación es la sociedad vallenata: no hay más asustador en mi pueblo natal que una idea diferente, algo raro, porque simplemente recae en lo obsceno. Pero esto es normal, puesto que la gasolina misma de la cultura conservadora es el mantenimiento del status quo y con ello nutrirse de los miedos de las mayorías. Sólo basta con observar los repudios hacia los homosexuales -sean o no escritores extremadamente talentosos- o con mirar las conferencias realizadas por líderes conservadores sesgados que en toda Latinoamérica exclaman que el demonio mismo se llama socialismo.
El iluminado autor vallenato, Alonso Sánchez Baute, destaca que nuestros problemas morales nacen en la creencia goda que “el pecado es peor denominación que el delito”. Esto tiene como origen a lo que Dostoievski, hace más de un siglo, analizó expresando que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. No se equivocó, ya que encerrarnos en nuestras cárceles morales no es más que decirle adiós a nuestra libertad intelectual: no hay pueblo más pobre que el que busca sus soluciones en el pasado, en sus costumbres, en sus tradicionales armas contra sus miedos, es decir, la religión. De manera similar, Rodin, escultor francés, expresó una verdad tangible que resume bibliotecas enteras: “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.
Quizás éste sea uno de los síntomas que obstaculizan que los ciudadanos opten por la curiosidad intelectual y se obliguen a cuestionar lo generalmente admitido como verdadero, porque en pueblos grandes como Valledupar todos piensan moralmente igual y pocos son los que se atreven a cuestionar la honorabilidad hegemónica dictada por las élites morales, y de ahí posiblemente es que provienen las incongruencias: las tolerancias hacia los intolerantes, como los paramilitares, y las intolerancias hacia los tolerantes, como las minorías homosexuales. El mundo al revés, pero un mundo conservador.

Mi última palabra: Los verdes se llenaron de populismo con el proyecto de ley que instaura cadena perpetua a los violadores de menores de edad. Seguramente no han estudiado criminología: sicológicamente comprobado que los delincuentes no les disuade la pena que hay detrás de la realización del delito, sino más bien la probabilidad que tiene la fuerza pública en incriminarlos por la realización de aquél. Por tanto, otra ley popular pero ineficaz.

[email protected]

Columnista
15 abril, 2011

Un mundo conservador

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Andrés E. Quintero Olmos

Por: Andrés Eduardo Quintero En Colombia, como en muchas otras partes del mundo, nuestros dirigentes políticos cocinan muchedumbres pueblerinas que acorralan nuestros miedos y las convierten en verdades constitucionales, y con ellas conforman políticas. Dentro del conservadurismo de toda una casta social costeño-goda, parece que las mismas ideas eternas se reciclaran cíclicamente: las mismas despotricadas […]


Por: Andrés Eduardo Quintero

En Colombia, como en muchas otras partes del mundo, nuestros dirigentes políticos cocinan muchedumbres pueblerinas que acorralan nuestros miedos y las convierten en verdades constitucionales, y con ellas conforman políticas. Dentro del conservadurismo de toda una casta social costeño-goda, parece que las mismas ideas eternas se reciclaran cíclicamente: las mismas despotricadas hacia los mismos siguen vigente hasta que se canse el verbo.
La ilustración perfecta de esta situación es la sociedad vallenata: no hay más asustador en mi pueblo natal que una idea diferente, algo raro, porque simplemente recae en lo obsceno. Pero esto es normal, puesto que la gasolina misma de la cultura conservadora es el mantenimiento del status quo y con ello nutrirse de los miedos de las mayorías. Sólo basta con observar los repudios hacia los homosexuales -sean o no escritores extremadamente talentosos- o con mirar las conferencias realizadas por líderes conservadores sesgados que en toda Latinoamérica exclaman que el demonio mismo se llama socialismo.
El iluminado autor vallenato, Alonso Sánchez Baute, destaca que nuestros problemas morales nacen en la creencia goda que “el pecado es peor denominación que el delito”. Esto tiene como origen a lo que Dostoievski, hace más de un siglo, analizó expresando que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. No se equivocó, ya que encerrarnos en nuestras cárceles morales no es más que decirle adiós a nuestra libertad intelectual: no hay pueblo más pobre que el que busca sus soluciones en el pasado, en sus costumbres, en sus tradicionales armas contra sus miedos, es decir, la religión. De manera similar, Rodin, escultor francés, expresó una verdad tangible que resume bibliotecas enteras: “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.
Quizás éste sea uno de los síntomas que obstaculizan que los ciudadanos opten por la curiosidad intelectual y se obliguen a cuestionar lo generalmente admitido como verdadero, porque en pueblos grandes como Valledupar todos piensan moralmente igual y pocos son los que se atreven a cuestionar la honorabilidad hegemónica dictada por las élites morales, y de ahí posiblemente es que provienen las incongruencias: las tolerancias hacia los intolerantes, como los paramilitares, y las intolerancias hacia los tolerantes, como las minorías homosexuales. El mundo al revés, pero un mundo conservador.

Mi última palabra: Los verdes se llenaron de populismo con el proyecto de ley que instaura cadena perpetua a los violadores de menores de edad. Seguramente no han estudiado criminología: sicológicamente comprobado que los delincuentes no les disuade la pena que hay detrás de la realización del delito, sino más bien la probabilidad que tiene la fuerza pública en incriminarlos por la realización de aquél. Por tanto, otra ley popular pero ineficaz.

[email protected]