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Columnista - 17 noviembre, 2023

Un merecido reconocimiento vallenato

Hay realidades en nuestra historia que nos obligan, como vallenatos, a ser agradecidos con esas personas que llegan a nuestra tierra a aportar trabajo e iniciativas creativas que contribuyen al desarrollo económico de nuestra región.

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Hay realidades en nuestra historia que nos obligan, como vallenatos, a ser agradecidos con esas personas que llegan a nuestra tierra a aportar trabajo e iniciativas creativas que contribuyen al desarrollo económico de nuestra región.

En el año 1952, para beneficio de nuestra región, llega procedente de Caparrapí, Cundinamarca, José Sanín Murcia Fajardo, un joven de 22 años, de ideología y proceder liberal, condición por la cual tuvo que abandonar su pueblo natal, huyendo de la persecución de los conservadores Chulavitas, para evitar la muerte viaja hacia el Valle del Cauca y luego llega a Valledupar y en su afán por trabajar, se traslada, amparado por un familiar, a la finca ‘Monte Carmelo’, ubicada en Casacará, allí, en alguna ocasión llega un mecánico a reparar un buldócer, labor a la que se acercaba el joven emigrante, a observar, opinar y colaborar en dicha tarea, circunstancia esta que, gracias a la observación del mecánico, le abre el camino de lo que sería su historia de vida, iniciándose como ayudante de este en un taller ubicado en Valledupar, labor que realizó siempre motivado para establecer su propio taller, propósito que materializó en el lote que hoy es el parqueadero del hotel Vajamar.

En este vecindario conoce y se enamora de Amira Contreras, con quien establece un hogar y una familia ejemplar, amores apoyados por su cuñado Pio Contreras, a pesar de la oposición inicial de su suegra.  

En el barrio Loperena, fiel a su condición de líder soñador, crea la ‘Industria Murciélago’, empresa en donde se fabricaron muchos implementos de uso agropecuario con características propias y muy eficientes, desarrollados a partir de la observación y el análisis de folletos de equipos costosos producidos en otros países; quienes participamos en la época de la bonanza algodonera, recordamos las cultivadoras, los remolques, los molinos de viento para extraer agua de pozos artesianos y generar energía eléctrica, las esparcidoras de estiércol, las zanjadoras, las bordeadoras y las cuchillas frontales instaladas a los tractores. 

Es importante resaltar dos logros, gracias al ingenio de Sanín, la heladería Chicuinya, que funcionó en el barrio Hernando de Santana, cuya infraestructura de techos, puertas, ventanas y cerramiento metálico fueron diseñados y realizados por este líder innovador, la terraza del local estaba dotada de una sobrilla giratoria gigante, las cual giraba y se inclinaba para generar sombra a las mesas que imitaban la imagen de un toro y el vehículo ‘El Vallenato’, un automotor diseñado con una cabina de campero Land Rover y carrocería de madera, vehículo que algunos amigos le pedían prestado con frecuencia y para evitar tener que negárselo, le instaló el timón al lado derecho de la cabina, diseño que dificultaba su conducción.

Fiel a su condición carnavalera promovió la creación de la banda musical ‘La Picapiedra’, de gran acogida y reconocida en la región.

Sanín Murcia fue un lector insigne y autodidacta, quien, con la cantidad de éxitos logrados, nunca fue una persona egoísta, su taller siempre funcionó como una escuela en la cual capacitó y formó a varios trabajadores, quienes, con el impulso del líder, establecieron sus propios talleres, igual de eficientes y en muchas labores, el complemento del taller – ‘Industria Murciélago’; alumnos dentro de los cuales podemos resaltar a Wilfrido Camacho (Llavería), a Jairo Acuña, a Leonardo y Hernán Álvarez.

Paz en la tumba de este incansable trabajador y creador que tanto beneficio generó en la economía agropecuaria de nuestra región.

Por: Hernán Araujo Castro.

Columnista
17 noviembre, 2023

Un merecido reconocimiento vallenato

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Araujo Castro

Hay realidades en nuestra historia que nos obligan, como vallenatos, a ser agradecidos con esas personas que llegan a nuestra tierra a aportar trabajo e iniciativas creativas que contribuyen al desarrollo económico de nuestra región.


Hay realidades en nuestra historia que nos obligan, como vallenatos, a ser agradecidos con esas personas que llegan a nuestra tierra a aportar trabajo e iniciativas creativas que contribuyen al desarrollo económico de nuestra región.

En el año 1952, para beneficio de nuestra región, llega procedente de Caparrapí, Cundinamarca, José Sanín Murcia Fajardo, un joven de 22 años, de ideología y proceder liberal, condición por la cual tuvo que abandonar su pueblo natal, huyendo de la persecución de los conservadores Chulavitas, para evitar la muerte viaja hacia el Valle del Cauca y luego llega a Valledupar y en su afán por trabajar, se traslada, amparado por un familiar, a la finca ‘Monte Carmelo’, ubicada en Casacará, allí, en alguna ocasión llega un mecánico a reparar un buldócer, labor a la que se acercaba el joven emigrante, a observar, opinar y colaborar en dicha tarea, circunstancia esta que, gracias a la observación del mecánico, le abre el camino de lo que sería su historia de vida, iniciándose como ayudante de este en un taller ubicado en Valledupar, labor que realizó siempre motivado para establecer su propio taller, propósito que materializó en el lote que hoy es el parqueadero del hotel Vajamar.

En este vecindario conoce y se enamora de Amira Contreras, con quien establece un hogar y una familia ejemplar, amores apoyados por su cuñado Pio Contreras, a pesar de la oposición inicial de su suegra.  

En el barrio Loperena, fiel a su condición de líder soñador, crea la ‘Industria Murciélago’, empresa en donde se fabricaron muchos implementos de uso agropecuario con características propias y muy eficientes, desarrollados a partir de la observación y el análisis de folletos de equipos costosos producidos en otros países; quienes participamos en la época de la bonanza algodonera, recordamos las cultivadoras, los remolques, los molinos de viento para extraer agua de pozos artesianos y generar energía eléctrica, las esparcidoras de estiércol, las zanjadoras, las bordeadoras y las cuchillas frontales instaladas a los tractores. 

Es importante resaltar dos logros, gracias al ingenio de Sanín, la heladería Chicuinya, que funcionó en el barrio Hernando de Santana, cuya infraestructura de techos, puertas, ventanas y cerramiento metálico fueron diseñados y realizados por este líder innovador, la terraza del local estaba dotada de una sobrilla giratoria gigante, las cual giraba y se inclinaba para generar sombra a las mesas que imitaban la imagen de un toro y el vehículo ‘El Vallenato’, un automotor diseñado con una cabina de campero Land Rover y carrocería de madera, vehículo que algunos amigos le pedían prestado con frecuencia y para evitar tener que negárselo, le instaló el timón al lado derecho de la cabina, diseño que dificultaba su conducción.

Fiel a su condición carnavalera promovió la creación de la banda musical ‘La Picapiedra’, de gran acogida y reconocida en la región.

Sanín Murcia fue un lector insigne y autodidacta, quien, con la cantidad de éxitos logrados, nunca fue una persona egoísta, su taller siempre funcionó como una escuela en la cual capacitó y formó a varios trabajadores, quienes, con el impulso del líder, establecieron sus propios talleres, igual de eficientes y en muchas labores, el complemento del taller – ‘Industria Murciélago’; alumnos dentro de los cuales podemos resaltar a Wilfrido Camacho (Llavería), a Jairo Acuña, a Leonardo y Hernán Álvarez.

Paz en la tumba de este incansable trabajador y creador que tanto beneficio generó en la economía agropecuaria de nuestra región.

Por: Hernán Araujo Castro.