Hoy se conmemora el Día Mundial del Reciclaje. En la chatarrería El Progreso, una de las casi 20 que hay en Valledupar, comercian con 31 productos que son considerados basura pero que generan millonarias ganancias y una centena de trabajos en Valledupar, mucho de ellos inmigrantes.
Los recicladores viven y dependen de lo que otros botan. La basura de unos es el tesoro de otros, dice el reconocido refrán. Y en medio de la coyuntura económica de Valledupar, definida por el desempleo, reciclar es la oportunidad para ganarse la vida.
De forma directa, solo en la recicladora El Progreso de Valledupar trabajan 18 personas, pero de forma indirecta, aquellos que se ganan la vida recorriendo la ciudad acompañados de una carretilla, generan ingresos más de una centena de personas. Como esta, hay casi una veintena de empresas recicladoras en Valledupar. En el país, son más de 300 organizaciones de recicladores formalizadas.
Antes de que el fragor de la ciudad despierte, el ruido no hace pausa en las amplias bodegas de El Progreso. En el ambiente se entrecruza el estallido del aluminio y el hierro que cargan en las mulas, los sacos llenos de plásticos que tiran sobre la báscula, el cartón que revisan antes de pesarlo, los residuos que venden por pedazos y los diálogos de quienes reciben el pago de varios kilómetros de caminatas. Es el mercado público de la basura comercial.
A las 10 de la mañana ninguno se preocupa por saber cuánta distancia caminó, solo por el peso y el pago a cambio de los sacos que llenó. Cada costal está seriamente catalogado por el tipo de material. La basura también es volátil y dependiente de la oferta y la demanda. En mayo el cobre, por el que mejor pagan, se compra a $14.000 el kilo. Contrario al vidrio que ya no es rentable: a 30 pesos un material que se debe triturar bajo alto riesgo de accidente.
EL VALOR DE LO QUE YA NO SIRVE
Son las once de la mañana del jueves y Adalberto Solano, de 40 años, bajo la sombra separa los potes pequeños (Pet) de los potes de plástico más pesados (soplado). Luce una camiseta del Junior de Barranquilla y no evidencia haber caminado desde las cinco de la mañana recogiendo basura. Ingresó al reciclaje hace seis años desilusionado del mal pago como ayudante.
Su carretilla está llena de plástico y chatarra. El plástico se lo pagaron a $400 el kilo y la chatarra a $620. “Como en todo, hay días buenos y malos pero al menos si debo pagar el fiado voy trabajo y me gano el dinero”, explicó Adalberto Solano. Un día productivo no representa una carreta rebosando sino con materiales bien pagos como el cobre, aluminio o bronce. En esos días percibe hasta $50.000, en uno malo ingresa no más de $15.000 pesos.
Mientras Solano separa en la sombra y recibe el pago, a El Progreso llegan carros particulares con máquinas dañadas, taxistas con bolsas de plástico, camionetas con bultos de cartón amarrado y hasta trabajadores uniformados con un pesado hidrante que debe ser cargado por cinco de ellos.
El Progreso es un negocio familiar. Fabián y Julián Tavera son los encargados de administrarlo. Desde la mañana hasta al cierre uno de ellos está pendiente de todo. “Debemos tener cuidado para evitar accidentes. Es que acá llega mucha gente, vendedores de chatarra o cualquiera que quiera vender algo, por eso prohibimos que la gente entre en chancleta o que ingresen menores de edad”, explica Julián Tavera.
En las bodegas de la chatarrería una parte está dedicada solo a restos que pueden ser revendidos sin entrar en una fábrica. “El que quiere comprar un pedazo de tubo, y no tiene para ir a la ferretería por uno completo, mejor viene y se le vende el pedazo necesario y en buen estado”, agrega Julián Tavera. En las propias bodegas parten los pedazos de tubo, sueldan las puertas de hierro o aluminio, restos de neveras o cualquier otro producto que no sea madera. Incluso compran baterías de carro, cuyo precio se paga según su tamaño.
EL EFECTO AMBIENTAL DE LOS RECICLADORES
“Estas personas ayudan a limpiar la ciudad”, define el director de Corpocesar, Julio Suárez. Cada reciclador es un limpiador de la ciudad. Sin haber recibido charlas saben de la responsabilidad ambiental de separar los productos y reciclar. “Los años en esto te dan el conocimiento”, explica Adalberto Solano. Los puntos ecológicos organizados y con los residuos separados les facilitan el trabajo y evita accidentes.
En cada chatarrería hay una lista de productos, en El Progreso son 31 diferenciados en precio y demanda. El plástico y la chatarra son los que predominan. En promedio un reciclador recolecta al mes, entre 2.4 y 2.7 toneladas de residuos aprovechables. Cada producto que va a los casi veinte negocios chatarrerías que hay en Valledupar, es un peso menos para el relleno sanitario Los Corazones, al cual le llegan los residuos sólidos de Valledupar, además de municipios como Codazzi, La paz, Pueblo Bello, Manaure y San Diego.
El relleno cuenta con un área licenciada por la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar, y el Ministerio del Medio Ambiente. El primer permiso fue otorgado en 1999, pero antes de cumplirse el plazo para terminar la autorización concedida a la concesión Interaseo S.A. E.S.P., se le extendió el plazo. El lugar tiene licencia hasta el 2028.
En vez de ir al botadero, camiones de carga se llevan los residuos a plantas de tratamiento en Sogamoso, Boyacá, y Barranquilla, Atlántico. Una parte se reutiliza y otra se exporta.
LOS VENEZOLANOS Y LA OPORTUNIDAD DE UN EMPLEO
Cuando llegó a Colombia de Venezuela junto a su tío, Armando Osorio tuvo la opción de elegir entre vender frutas y el reciclaje. El año pasado terminó el bachillerato en el vecino país y antes de ingresar a Colombia trabajó en el campo.
Eligió el reciclaje. “En las frutas haces una inversión y hay días que se hace de noche y ni eso has vendido. Acá pago los 4.000 pesos de la carretilla que me alquilan en el mercado, hago para la comida y el arriendo y estoy tranquilo”, explica su elección.
Es uno de los incontables venezolanos que decidió recorrer las calles de Valledupar con carretilla en mano. No se queja de su trabajo. Contrario, en la espontaneidad reconoce que el trabajo es rentable y da lo necesario.
“Salimos tipo cinco de la mañana por el sol y porque a esa hora está todo sin barrer. A las diez o casi once cuando el sol ya está fuerte se puede hacer uno 20.000 mil pesos que le alcanzan para la comida”, agrega Armando Osorio, de 18 años.
A propósito del día del reciclaje, resulta indispensable recalcar la necesidad de seguir trabajando por mejoras en las condiciones de los recicladores, un campo multipropósito que además de generar empleo le aporta al medio ambiente.
DEIVIS CARO DAZA / EL PILÓN
[email protected]
Hoy se conmemora el Día Mundial del Reciclaje. En la chatarrería El Progreso, una de las casi 20 que hay en Valledupar, comercian con 31 productos que son considerados basura pero que generan millonarias ganancias y una centena de trabajos en Valledupar, mucho de ellos inmigrantes.
Los recicladores viven y dependen de lo que otros botan. La basura de unos es el tesoro de otros, dice el reconocido refrán. Y en medio de la coyuntura económica de Valledupar, definida por el desempleo, reciclar es la oportunidad para ganarse la vida.
De forma directa, solo en la recicladora El Progreso de Valledupar trabajan 18 personas, pero de forma indirecta, aquellos que se ganan la vida recorriendo la ciudad acompañados de una carretilla, generan ingresos más de una centena de personas. Como esta, hay casi una veintena de empresas recicladoras en Valledupar. En el país, son más de 300 organizaciones de recicladores formalizadas.
Antes de que el fragor de la ciudad despierte, el ruido no hace pausa en las amplias bodegas de El Progreso. En el ambiente se entrecruza el estallido del aluminio y el hierro que cargan en las mulas, los sacos llenos de plásticos que tiran sobre la báscula, el cartón que revisan antes de pesarlo, los residuos que venden por pedazos y los diálogos de quienes reciben el pago de varios kilómetros de caminatas. Es el mercado público de la basura comercial.
A las 10 de la mañana ninguno se preocupa por saber cuánta distancia caminó, solo por el peso y el pago a cambio de los sacos que llenó. Cada costal está seriamente catalogado por el tipo de material. La basura también es volátil y dependiente de la oferta y la demanda. En mayo el cobre, por el que mejor pagan, se compra a $14.000 el kilo. Contrario al vidrio que ya no es rentable: a 30 pesos un material que se debe triturar bajo alto riesgo de accidente.
EL VALOR DE LO QUE YA NO SIRVE
Son las once de la mañana del jueves y Adalberto Solano, de 40 años, bajo la sombra separa los potes pequeños (Pet) de los potes de plástico más pesados (soplado). Luce una camiseta del Junior de Barranquilla y no evidencia haber caminado desde las cinco de la mañana recogiendo basura. Ingresó al reciclaje hace seis años desilusionado del mal pago como ayudante.
Su carretilla está llena de plástico y chatarra. El plástico se lo pagaron a $400 el kilo y la chatarra a $620. “Como en todo, hay días buenos y malos pero al menos si debo pagar el fiado voy trabajo y me gano el dinero”, explicó Adalberto Solano. Un día productivo no representa una carreta rebosando sino con materiales bien pagos como el cobre, aluminio o bronce. En esos días percibe hasta $50.000, en uno malo ingresa no más de $15.000 pesos.
Mientras Solano separa en la sombra y recibe el pago, a El Progreso llegan carros particulares con máquinas dañadas, taxistas con bolsas de plástico, camionetas con bultos de cartón amarrado y hasta trabajadores uniformados con un pesado hidrante que debe ser cargado por cinco de ellos.
El Progreso es un negocio familiar. Fabián y Julián Tavera son los encargados de administrarlo. Desde la mañana hasta al cierre uno de ellos está pendiente de todo. “Debemos tener cuidado para evitar accidentes. Es que acá llega mucha gente, vendedores de chatarra o cualquiera que quiera vender algo, por eso prohibimos que la gente entre en chancleta o que ingresen menores de edad”, explica Julián Tavera.
En las bodegas de la chatarrería una parte está dedicada solo a restos que pueden ser revendidos sin entrar en una fábrica. “El que quiere comprar un pedazo de tubo, y no tiene para ir a la ferretería por uno completo, mejor viene y se le vende el pedazo necesario y en buen estado”, agrega Julián Tavera. En las propias bodegas parten los pedazos de tubo, sueldan las puertas de hierro o aluminio, restos de neveras o cualquier otro producto que no sea madera. Incluso compran baterías de carro, cuyo precio se paga según su tamaño.
EL EFECTO AMBIENTAL DE LOS RECICLADORES
“Estas personas ayudan a limpiar la ciudad”, define el director de Corpocesar, Julio Suárez. Cada reciclador es un limpiador de la ciudad. Sin haber recibido charlas saben de la responsabilidad ambiental de separar los productos y reciclar. “Los años en esto te dan el conocimiento”, explica Adalberto Solano. Los puntos ecológicos organizados y con los residuos separados les facilitan el trabajo y evita accidentes.
En cada chatarrería hay una lista de productos, en El Progreso son 31 diferenciados en precio y demanda. El plástico y la chatarra son los que predominan. En promedio un reciclador recolecta al mes, entre 2.4 y 2.7 toneladas de residuos aprovechables. Cada producto que va a los casi veinte negocios chatarrerías que hay en Valledupar, es un peso menos para el relleno sanitario Los Corazones, al cual le llegan los residuos sólidos de Valledupar, además de municipios como Codazzi, La paz, Pueblo Bello, Manaure y San Diego.
El relleno cuenta con un área licenciada por la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar, y el Ministerio del Medio Ambiente. El primer permiso fue otorgado en 1999, pero antes de cumplirse el plazo para terminar la autorización concedida a la concesión Interaseo S.A. E.S.P., se le extendió el plazo. El lugar tiene licencia hasta el 2028.
En vez de ir al botadero, camiones de carga se llevan los residuos a plantas de tratamiento en Sogamoso, Boyacá, y Barranquilla, Atlántico. Una parte se reutiliza y otra se exporta.
LOS VENEZOLANOS Y LA OPORTUNIDAD DE UN EMPLEO
Cuando llegó a Colombia de Venezuela junto a su tío, Armando Osorio tuvo la opción de elegir entre vender frutas y el reciclaje. El año pasado terminó el bachillerato en el vecino país y antes de ingresar a Colombia trabajó en el campo.
Eligió el reciclaje. “En las frutas haces una inversión y hay días que se hace de noche y ni eso has vendido. Acá pago los 4.000 pesos de la carretilla que me alquilan en el mercado, hago para la comida y el arriendo y estoy tranquilo”, explica su elección.
Es uno de los incontables venezolanos que decidió recorrer las calles de Valledupar con carretilla en mano. No se queja de su trabajo. Contrario, en la espontaneidad reconoce que el trabajo es rentable y da lo necesario.
“Salimos tipo cinco de la mañana por el sol y porque a esa hora está todo sin barrer. A las diez o casi once cuando el sol ya está fuerte se puede hacer uno 20.000 mil pesos que le alcanzan para la comida”, agrega Armando Osorio, de 18 años.
A propósito del día del reciclaje, resulta indispensable recalcar la necesidad de seguir trabajando por mejoras en las condiciones de los recicladores, un campo multipropósito que además de generar empleo le aporta al medio ambiente.
DEIVIS CARO DAZA / EL PILÓN
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