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Columnista - 15 noviembre, 2010

Un coloso inmortal

Visión Universal Por Luis Mendoza Sierra Con un humilde obsequio, que ofrezco al final, los amables lectores descifrarán el contenido de este escrito y premiaré a aquellos que tuvieron la disposición, la paciencia y el gesto de leer la presente columna. La vocación original de la naturaleza de engendrar lo bueno, sublimó sus virtudes en […]

Visión Universal

Por Luis Mendoza Sierra

Con un humilde obsequio, que ofrezco al final, los amables lectores descifrarán el contenido de este escrito y premiaré a aquellos que tuvieron la disposición, la paciencia y el gesto de leer la presente columna.

La vocación original de la naturaleza de engendrar lo bueno, sublimó sus virtudes en un ser extraordinario, cuya vida, sin embargo, desvirtúo luego aquel principio, al mezclarse con una sociedad desnaturalizada y perversa, que al menor descuido y propensión induce a sus integrantes  por caminos torcidos y sinuosos, para después devorarlos cual caníbal infernal.

La partera de la ocasión lo recibió en un pesebre, en las entrañas de la Sierra Nevada, al lado de un pequeño riachuelo, en medio de la humildad natural de los pobres de entonces. Su padre, luchador aguerrido y orgulloso, compartía con sus paisanos aficiones gallísticas y chirrincheras. Su vida transcurría en la inocencia rural de la época, en la que vivir traducía trabajar para comer y vestir, casi menesterosamente; consumir chirrinchito todos los fines de semana, o diariamente si era posible. Tener todos los hijos que resultaran de amores públicos o furtivos, y jugar gallos, cartas o dominó cada vez que el receso del trabajo infinito, lo permitiera.

Su madre, ni cuando niña durmió una noche completa. La lucha perenne para sobrevivir no daba tregua. Trabajar infinitamente para ayudar a su progenitora a levantar al resto de la familia, marcó la senda de una vida dedicada a remar para subsistir, lo cual se repite, luego, cuando forma su propio hogar. Las largas jornadas de labores artesanales y caseras sólo dejaban espacios para los suspiros con los que atenuaba las carencias y angustias de aquella vida repleta de pasajes tristes y, en ocasiones, miserable.

Las familias pobres de la comarca, que eran casi todas, se diferenciaban de las más necesitadas en pocas cosas, y a su vez difieren con las de hoy, en que una solidaridad casi maternal les inducía a compartir con los demás lo poco que poseían. Un palo de leña para cocinar, una mochila de yuca, un pedazo de queso o un pote de leche, no se le negaban a nadie; mucho menos un plato de comida. Hoy, en cambio, el egoísmo y una envidia voraz saturan el ambiente y arrasan las escasas solidaridades que afloran, con insuficiencia, en algunos seres humanos.

En ese escenario de carencias y dificultades nace esta extraordinaria figura, cuya magia despierta un frenesí que duerme como león y ruge como sismo cuando él, en ocasiones revive con su canto y sus canciones, su conquista colosal que eternamente registrarán las páginas de la historia, ya convertida en leyenda.
Un presagio de un pasajero ocasional de la vía, que asiste al parto, anuncia el nacimiento de un ser extraordinario. Fue palabra de profeta. Muy temprano hizo tránsito a la inmortalidad, pero también de manera prematura, una sociedad luciferina repleta de excesos y vicios lo absorbe para anclarlo en un pasado incierto y negro, con el que, lo sé, lucha para liberarse.

Tenía que ser un ser superior. Dotado de facultades extraordinarias. Dechado de virtudes artísticas fantásticas. Y así habría de ser su vida: única, controvertida, azarosa. Errar es propio de los humanos, cosa que no es de Dios, y aunque triste es reconocerlo, un monstruo que yerra en dimensiones astronómicas, cuando actúa, aun haciéndolo de buena fe, incurre es una falla lamentable y colosal.

Las figuras paradigmáticas lo son para bien o para mal. Sus actuaciones y su comportamiento engendran generaciones de proceder correcto o alterado. Sus hijos propensos a seguir su huella, perpetuarán o extinguirán su ejemplo. No me equivoco al afirmar que, en esta ocasión, ha sido para bien. Sus vástagos, de manera ecléctica, construyen con la herencia y lo mejor del monstruo, un activo que enorgullece a toda la familia.

Pero para él, aunque alguien osará de dudarlo, aún jugando tiempo casi extra, no es tarde. Si él y sus áulicos aprovechados y genuflexos lo quisieran, la gloria sería con él, como la luz al sol.

¡Apreciado lector:
gracias por leer mis columnas los lunes, y de manera especial esta de hoy.
Si a usted le interesa el humilde obsequio que he ofrecido,
sólo espero el honor de un mensaje electrónico suyo,
para enviárselo, a través de este mismo medio!
[email protected]

Columnista
15 noviembre, 2010

Un coloso inmortal

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Mendoza S.

Visión Universal Por Luis Mendoza Sierra Con un humilde obsequio, que ofrezco al final, los amables lectores descifrarán el contenido de este escrito y premiaré a aquellos que tuvieron la disposición, la paciencia y el gesto de leer la presente columna. La vocación original de la naturaleza de engendrar lo bueno, sublimó sus virtudes en […]


Visión Universal

Por Luis Mendoza Sierra

Con un humilde obsequio, que ofrezco al final, los amables lectores descifrarán el contenido de este escrito y premiaré a aquellos que tuvieron la disposición, la paciencia y el gesto de leer la presente columna.

La vocación original de la naturaleza de engendrar lo bueno, sublimó sus virtudes en un ser extraordinario, cuya vida, sin embargo, desvirtúo luego aquel principio, al mezclarse con una sociedad desnaturalizada y perversa, que al menor descuido y propensión induce a sus integrantes  por caminos torcidos y sinuosos, para después devorarlos cual caníbal infernal.

La partera de la ocasión lo recibió en un pesebre, en las entrañas de la Sierra Nevada, al lado de un pequeño riachuelo, en medio de la humildad natural de los pobres de entonces. Su padre, luchador aguerrido y orgulloso, compartía con sus paisanos aficiones gallísticas y chirrincheras. Su vida transcurría en la inocencia rural de la época, en la que vivir traducía trabajar para comer y vestir, casi menesterosamente; consumir chirrinchito todos los fines de semana, o diariamente si era posible. Tener todos los hijos que resultaran de amores públicos o furtivos, y jugar gallos, cartas o dominó cada vez que el receso del trabajo infinito, lo permitiera.

Su madre, ni cuando niña durmió una noche completa. La lucha perenne para sobrevivir no daba tregua. Trabajar infinitamente para ayudar a su progenitora a levantar al resto de la familia, marcó la senda de una vida dedicada a remar para subsistir, lo cual se repite, luego, cuando forma su propio hogar. Las largas jornadas de labores artesanales y caseras sólo dejaban espacios para los suspiros con los que atenuaba las carencias y angustias de aquella vida repleta de pasajes tristes y, en ocasiones, miserable.

Las familias pobres de la comarca, que eran casi todas, se diferenciaban de las más necesitadas en pocas cosas, y a su vez difieren con las de hoy, en que una solidaridad casi maternal les inducía a compartir con los demás lo poco que poseían. Un palo de leña para cocinar, una mochila de yuca, un pedazo de queso o un pote de leche, no se le negaban a nadie; mucho menos un plato de comida. Hoy, en cambio, el egoísmo y una envidia voraz saturan el ambiente y arrasan las escasas solidaridades que afloran, con insuficiencia, en algunos seres humanos.

En ese escenario de carencias y dificultades nace esta extraordinaria figura, cuya magia despierta un frenesí que duerme como león y ruge como sismo cuando él, en ocasiones revive con su canto y sus canciones, su conquista colosal que eternamente registrarán las páginas de la historia, ya convertida en leyenda.
Un presagio de un pasajero ocasional de la vía, que asiste al parto, anuncia el nacimiento de un ser extraordinario. Fue palabra de profeta. Muy temprano hizo tránsito a la inmortalidad, pero también de manera prematura, una sociedad luciferina repleta de excesos y vicios lo absorbe para anclarlo en un pasado incierto y negro, con el que, lo sé, lucha para liberarse.

Tenía que ser un ser superior. Dotado de facultades extraordinarias. Dechado de virtudes artísticas fantásticas. Y así habría de ser su vida: única, controvertida, azarosa. Errar es propio de los humanos, cosa que no es de Dios, y aunque triste es reconocerlo, un monstruo que yerra en dimensiones astronómicas, cuando actúa, aun haciéndolo de buena fe, incurre es una falla lamentable y colosal.

Las figuras paradigmáticas lo son para bien o para mal. Sus actuaciones y su comportamiento engendran generaciones de proceder correcto o alterado. Sus hijos propensos a seguir su huella, perpetuarán o extinguirán su ejemplo. No me equivoco al afirmar que, en esta ocasión, ha sido para bien. Sus vástagos, de manera ecléctica, construyen con la herencia y lo mejor del monstruo, un activo que enorgullece a toda la familia.

Pero para él, aunque alguien osará de dudarlo, aún jugando tiempo casi extra, no es tarde. Si él y sus áulicos aprovechados y genuflexos lo quisieran, la gloria sería con él, como la luz al sol.

¡Apreciado lector:
gracias por leer mis columnas los lunes, y de manera especial esta de hoy.
Si a usted le interesa el humilde obsequio que he ofrecido,
sólo espero el honor de un mensaje electrónico suyo,
para enviárselo, a través de este mismo medio!
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