Hay un colegio en Codazzi que se metió en mi corazón. Es un templo de amabilidad, colaboración y afecto entre los que desarrollan la noble misión de enseñar; de sabiduría y de entrega a la noble causa de orientar los programas educativos diseñados para hacer mejores seres humanos para un país que los necesita, que […]
Hay un colegio en Codazzi que se metió en mi corazón. Es un templo de amabilidad, colaboración y afecto entre los que desarrollan la noble misión de enseñar; de sabiduría y de entrega a la noble causa de orientar los programas educativos diseñados para hacer mejores seres humanos para un país que los necesita, que se va a enorgullecer de ellos.
Fui invitada a la Institución Educativa ‘Francisco de Paula Santander’, el colegio que me enamoró, a charlar con los alumnos sobre mi accionar literario. Encontré tanto y tanto para mí, que me sentí tan abrumada que tuve que hacerme la fuerte para que no vieran cómo me ahogaba la emoción mezclada con la sensación de no creerme merecedora de tanto reconocimiento: un mar de alumnos aplaudiendo, aplausos nutridos de esos que provocan salir corriendo porque no se sabe cómo corresponderlos; un escenario adornado con frases de mis libros; un maestro de ceremonia, licenciado Pedro Diego Mejía con una voz agradable que contó cosas de mí que yo no recordaba; una serenata en la voz del licenciado Gustavo Bolívar; una merienda con el profesorado unido y generoso; fotos con los alumnos, preguntas inteligentes; en fin, se me haría prolijo enumerar todo lo que sucedió en esa dulce jornada.
Las profesoras, siempre con una sonrisa, comandadas por la licenciada y coordinadora Pilar Ramírez, hicieron que me sintiera parte de esa familia tan especial, profesoras enérgicas y maternales, mujeres de las que me siento orgullosa por engrandecer la labor de enseñar.
Todo allí transcurre bajo la égida del rector, doctor Antonio Luquetta, gran caballero, trabajador de sol a sombra, me hizo entrega de una Mención de Honor que hoy se destaca en mi estudio, la miro y me lleva a dar gracias a Dios por la labor que me encomendó y es prueba de que ha valido la pena entregarme a ella.
En todo este panorama sobrenada una persona que hace parte de mis afectos profundos, el licenciado Anuark Pérez Angarita, y cómo no va a ser así, si fue el ideador de todo esto, si me llamó tímidamente un día y me pidió el favor de ir a compartir con sus alumnos, sin saber que el favor me lo hacía a mí; se dedicó a hacer actividades con sus estudiantes y así allegar dinero para que compraran mis libros, hasta postres hicieron para vender; un profesor de humildad sublime, en el sentido de que la arrogancia no lo ha tocado; un profesor que es mi colega en el amor por la palabra y mi paisano en la admiración por los paisajes de Manaure.
La Institución Educativa Francisco de Paula Santander no es un colegio más, es un colegio que encanta en medio de su grandeza sencilla, allí se oficia diariamente un apostolado con amor; allí hay más de mil ochocientos alumnos, que de la mano de sus profesores, tantean la vida en busca de la esperanza. ¡Y la encuentran!
Mary Daza Orozco
Hay un colegio en Codazzi que se metió en mi corazón. Es un templo de amabilidad, colaboración y afecto entre los que desarrollan la noble misión de enseñar; de sabiduría y de entrega a la noble causa de orientar los programas educativos diseñados para hacer mejores seres humanos para un país que los necesita, que […]
Hay un colegio en Codazzi que se metió en mi corazón. Es un templo de amabilidad, colaboración y afecto entre los que desarrollan la noble misión de enseñar; de sabiduría y de entrega a la noble causa de orientar los programas educativos diseñados para hacer mejores seres humanos para un país que los necesita, que se va a enorgullecer de ellos.
Fui invitada a la Institución Educativa ‘Francisco de Paula Santander’, el colegio que me enamoró, a charlar con los alumnos sobre mi accionar literario. Encontré tanto y tanto para mí, que me sentí tan abrumada que tuve que hacerme la fuerte para que no vieran cómo me ahogaba la emoción mezclada con la sensación de no creerme merecedora de tanto reconocimiento: un mar de alumnos aplaudiendo, aplausos nutridos de esos que provocan salir corriendo porque no se sabe cómo corresponderlos; un escenario adornado con frases de mis libros; un maestro de ceremonia, licenciado Pedro Diego Mejía con una voz agradable que contó cosas de mí que yo no recordaba; una serenata en la voz del licenciado Gustavo Bolívar; una merienda con el profesorado unido y generoso; fotos con los alumnos, preguntas inteligentes; en fin, se me haría prolijo enumerar todo lo que sucedió en esa dulce jornada.
Las profesoras, siempre con una sonrisa, comandadas por la licenciada y coordinadora Pilar Ramírez, hicieron que me sintiera parte de esa familia tan especial, profesoras enérgicas y maternales, mujeres de las que me siento orgullosa por engrandecer la labor de enseñar.
Todo allí transcurre bajo la égida del rector, doctor Antonio Luquetta, gran caballero, trabajador de sol a sombra, me hizo entrega de una Mención de Honor que hoy se destaca en mi estudio, la miro y me lleva a dar gracias a Dios por la labor que me encomendó y es prueba de que ha valido la pena entregarme a ella.
En todo este panorama sobrenada una persona que hace parte de mis afectos profundos, el licenciado Anuark Pérez Angarita, y cómo no va a ser así, si fue el ideador de todo esto, si me llamó tímidamente un día y me pidió el favor de ir a compartir con sus alumnos, sin saber que el favor me lo hacía a mí; se dedicó a hacer actividades con sus estudiantes y así allegar dinero para que compraran mis libros, hasta postres hicieron para vender; un profesor de humildad sublime, en el sentido de que la arrogancia no lo ha tocado; un profesor que es mi colega en el amor por la palabra y mi paisano en la admiración por los paisajes de Manaure.
La Institución Educativa Francisco de Paula Santander no es un colegio más, es un colegio que encanta en medio de su grandeza sencilla, allí se oficia diariamente un apostolado con amor; allí hay más de mil ochocientos alumnos, que de la mano de sus profesores, tantean la vida en busca de la esperanza. ¡Y la encuentran!
Mary Daza Orozco