Muy a pesar que en nuestro país desde el año 2002 se viene implementado un Sistema Obligatorio de Garantía de Calidad en todas las instituciones prestadoras de servicios de salud y que tiene por objetivo garantizar unos estándares mínimos en términos de procesos, de medicamentos, de infraestructura y de recurso humano, respecto de una buena […]
Muy a pesar que en nuestro país desde el año 2002 se viene implementado un Sistema Obligatorio de Garantía de Calidad en todas las instituciones prestadoras de servicios de salud y que tiene por objetivo garantizar unos estándares mínimos en términos de procesos, de medicamentos, de infraestructura y de recurso humano, respecto de una buena y adecuada atención en los centros hospitalarios, aun se siguen presentado un sinnúmero de conductas que ponen en riesgo la seguridad del paciente.
Luego no se entiende por qué si desde los escritos de Hipócrates, el ejercicio de la medicina se ha soportado en la premisa de “primero no hacer daño”, en Colombia han ido en aumento los llamados eventos adversos (Daño no intencional causado al paciente como un resultado clínico no esperado durante el cuidado asistencial), hasta tal punto que hoy nos da pánico ir por nuestros propios pies a un quirófano a practicarnos un procedimiento quirúrgico.
Aunque se diga que errar es de humanos creo que ningún ser humano por arriesgado que sea, estaría dispuesto a soportar los daños sobrevinientes por un error de procedimiento médico. Desde luego, no podemos desconocer que la práctica sanitaria es una tarea de riesgo y con riesgo y se desarrolla en el terreno de la incertidumbre; pero de igual manera, hay que tener presente que la prestación asistencial de salud es asimilada a una organización altamente confiable y calificado como segura, tan es así que dentro de estas, encontramos las plantas nucleares y el control aéreo, de las cuales sabemos que existen extremas medidas de seguridad que minimizan la aparición de errores.
Por ejemplo si equiparamos el momento previo de un piloto que va a pilotear un avión y un médico que va a realizar una cirugía; el piloto se haría las siguientes preguntas que su protocolo aeronáutico le exige antes de subir al avión: ¿estoy enfermo?, ¿estoy tomando medicamentos?, ¿tengo stress?, ¿consumí alcohol?, ¿tengo fatiga?, ¿he ingerido alimentos?, esto con el fin de mitigar cualquiera de estos factores que puedan alterar su actividad y desempeño; mientras que el cirujano lo que haría muy seguramente es hacerle estas mismas preguntas, pero al paciente y tal vez entraría a la sala de cirugía sin hacerse ningún tipo de autoexamen que le permita considerarse apto para tomar el bisturí en sus manos; mejor dicho, creería que un avión es un lugar más seguro que una sala de cirugía.
Por lo tanto es hora ya que los hospitales, clínicas y demás centros de salud, adopten con responsabilidad planes de gestión de riesgos sanitarios, que les permita identificar y clasificar los riesgos y peligros de la actividad médica, en función de su frecuencia, gravedad, detectibilidad y de esta manera, generar la confianza a los usuarios para que podamos entrar a cualquier centro de salud confiados de que existen barreras de seguridad frente al evento adverso.
Muy a pesar que en nuestro país desde el año 2002 se viene implementado un Sistema Obligatorio de Garantía de Calidad en todas las instituciones prestadoras de servicios de salud y que tiene por objetivo garantizar unos estándares mínimos en términos de procesos, de medicamentos, de infraestructura y de recurso humano, respecto de una buena […]
Muy a pesar que en nuestro país desde el año 2002 se viene implementado un Sistema Obligatorio de Garantía de Calidad en todas las instituciones prestadoras de servicios de salud y que tiene por objetivo garantizar unos estándares mínimos en términos de procesos, de medicamentos, de infraestructura y de recurso humano, respecto de una buena y adecuada atención en los centros hospitalarios, aun se siguen presentado un sinnúmero de conductas que ponen en riesgo la seguridad del paciente.
Luego no se entiende por qué si desde los escritos de Hipócrates, el ejercicio de la medicina se ha soportado en la premisa de “primero no hacer daño”, en Colombia han ido en aumento los llamados eventos adversos (Daño no intencional causado al paciente como un resultado clínico no esperado durante el cuidado asistencial), hasta tal punto que hoy nos da pánico ir por nuestros propios pies a un quirófano a practicarnos un procedimiento quirúrgico.
Aunque se diga que errar es de humanos creo que ningún ser humano por arriesgado que sea, estaría dispuesto a soportar los daños sobrevinientes por un error de procedimiento médico. Desde luego, no podemos desconocer que la práctica sanitaria es una tarea de riesgo y con riesgo y se desarrolla en el terreno de la incertidumbre; pero de igual manera, hay que tener presente que la prestación asistencial de salud es asimilada a una organización altamente confiable y calificado como segura, tan es así que dentro de estas, encontramos las plantas nucleares y el control aéreo, de las cuales sabemos que existen extremas medidas de seguridad que minimizan la aparición de errores.
Por ejemplo si equiparamos el momento previo de un piloto que va a pilotear un avión y un médico que va a realizar una cirugía; el piloto se haría las siguientes preguntas que su protocolo aeronáutico le exige antes de subir al avión: ¿estoy enfermo?, ¿estoy tomando medicamentos?, ¿tengo stress?, ¿consumí alcohol?, ¿tengo fatiga?, ¿he ingerido alimentos?, esto con el fin de mitigar cualquiera de estos factores que puedan alterar su actividad y desempeño; mientras que el cirujano lo que haría muy seguramente es hacerle estas mismas preguntas, pero al paciente y tal vez entraría a la sala de cirugía sin hacerse ningún tipo de autoexamen que le permita considerarse apto para tomar el bisturí en sus manos; mejor dicho, creería que un avión es un lugar más seguro que una sala de cirugía.
Por lo tanto es hora ya que los hospitales, clínicas y demás centros de salud, adopten con responsabilidad planes de gestión de riesgos sanitarios, que les permita identificar y clasificar los riesgos y peligros de la actividad médica, en función de su frecuencia, gravedad, detectibilidad y de esta manera, generar la confianza a los usuarios para que podamos entrar a cualquier centro de salud confiados de que existen barreras de seguridad frente al evento adverso.