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Columnista - 6 noviembre, 2012

Un armisticio necesario

BITÁCORA En estos tiempos de diálogo entre las Farc y  el gobierno, se ha vuelto común la frase: ojalá y podamos conseguir la paz en Colombia. Todo el mundo quiere la paz, sin embargo, son pocos quienes intentan desarmar su corazón para renunciar a los conflictos en el hogar, el trabajo, la calle o donde […]

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BITÁCORA

En estos tiempos de diálogo entre las Farc y  el gobierno, se ha vuelto común la frase: ojalá y podamos conseguir la paz en Colombia. Todo el mundo quiere la paz, sin embargo, son pocos quienes intentan desarmar su corazón para renunciar a los conflictos en el hogar, el trabajo, la calle o donde sea necesario hacer una demostración de respeto por la diferencia.

Después de cincuenta años de guerra, los colombianos por herencia o por repetición, hemos desarrollado cierta proclividad a la violencia y aunque se añore una paz que no han conocido las nuevas generaciones, en el fondo pareciera que nos acostumbramos tanto a lascontiendas que nadie cree en su final.

Nos molesta que nos tilden de violentos, una dura realidad que nos ha caracterizado durante décadas, y aunque sea injusto el título para todos, es necesario reconocer que la situación suele ser más grave, pues pareciera que en cada uno habitara el espíritu pendenciero de la niña Tulia, en El Flecha, del escritor David Sánchez Juliao.  Una excelente metáfora de nuestra intolerante realidad, en la que nos acostumbramos a casar peleas que fragmentan nuestra sociedad en polos opuestos en los que las diferencias no son respetadas, sino combatidas desde fundamentalismos.

La violencia en este país se sufre en todas las áreas; en lo verbal, político, ideológico, religioso, periodístico, musical y lingüístico, entre otras. Lo terrible es que cada día toma más fuerza, a tal punto que algunos emprenden campañas de exterminio contra quienes decidan pensar o actuar de manera diferente; es común encontrarse en cualquier esquina con cazadores de errores esperando cualquier falla humana para convocar fuerzas y polarizar la opinión a favor o en contra, sin importar que del terreno de lo verbal se vayan al físico.

Hace algunos días, en Bogotá, unos hinchas fanáticos del Atlético Nacional, asesinaron a un joven por llevar la camiseta del equipo de fútbol Los Millonarios; las comunas ocho y trece de Medellín, han sido lugares de guerras entre pandillas, por tener diferencias que podrían solucionarse con diálogo. Meses atrás un famoso pastor de una iglesia Cristiana, de las más grandes de Bogotá, empleó un lenguaje intolerante y violento como tal, para referirse a su desacuerdo con la iglesia católica; días  pasados, un cura católico durante un bautizo atacó a los evangélicos por sus diferencias doctrinales, argumentando que un católico ignorante termina siendo un evangélico o protestante.

La música que había sido utilizada para acercar y enamorar, ha terminado generando violencia. Algunos conciertos y lanzamientos de producciones musicales vallenatas por ejemplo, se han convertido en  escenarios de rivalidad en donde los improperios y ataques entre cantantes terminan extendiéndose hasta sus fans, quienes se agreden en las redes sociales y se citan para agarrarse a golpes contal de defender a su ídolo.

No está mal defender el buen uso del idioma, pero cuando alguien se vale de eso para creerse una autoridad y con ellos apartar a otros, tildándolos de incultos, incurre en violencia lingüística e idiomática, en la medida que discrimina y ataca a todo aquel que se aleja de los patrones universales para el manejo de la lengua, dictados desde las academias por quienes se autodenominan cultos, por hablar, leer o escribir con más facilidad que otros; ellos son quienes desconocen y violentan la verdadera dinámica de la lengua que permite crear palabras y expresiones nuevas sin necesidad de fungir de eruditos, puesto que es un derecho que todo hablante tiene.

Muchos periódicos se han olvidado de su función de informar y orientar, para desatar una guerra visceral contra algunos administradores públicos, alejándose del verdadero sentido del periodismo e impulsando reacciones violentas contra esos funcionarios que podrían ser lamentables ante la falta de sindéresis en sus análisis y críticas, alejadas de la objetividad periodística, sólo por el deseo de aplastar a alguien y con ello hacerle el favor a algún político.

Necesitamos convencernos de que las diferencias en este país deben ser manejadas con respeto y sin polarizarlas, pues hay espacio para todo tipo de pensamiento, siempre y cuando no pretendan imponerse por la fuerza ante quienes no lo comparten.

[email protected]  @Oscararizadaza

Columnista
6 noviembre, 2012

Un armisticio necesario

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

BITÁCORA En estos tiempos de diálogo entre las Farc y  el gobierno, se ha vuelto común la frase: ojalá y podamos conseguir la paz en Colombia. Todo el mundo quiere la paz, sin embargo, son pocos quienes intentan desarmar su corazón para renunciar a los conflictos en el hogar, el trabajo, la calle o donde […]


BITÁCORA

En estos tiempos de diálogo entre las Farc y  el gobierno, se ha vuelto común la frase: ojalá y podamos conseguir la paz en Colombia. Todo el mundo quiere la paz, sin embargo, son pocos quienes intentan desarmar su corazón para renunciar a los conflictos en el hogar, el trabajo, la calle o donde sea necesario hacer una demostración de respeto por la diferencia.

Después de cincuenta años de guerra, los colombianos por herencia o por repetición, hemos desarrollado cierta proclividad a la violencia y aunque se añore una paz que no han conocido las nuevas generaciones, en el fondo pareciera que nos acostumbramos tanto a lascontiendas que nadie cree en su final.

Nos molesta que nos tilden de violentos, una dura realidad que nos ha caracterizado durante décadas, y aunque sea injusto el título para todos, es necesario reconocer que la situación suele ser más grave, pues pareciera que en cada uno habitara el espíritu pendenciero de la niña Tulia, en El Flecha, del escritor David Sánchez Juliao.  Una excelente metáfora de nuestra intolerante realidad, en la que nos acostumbramos a casar peleas que fragmentan nuestra sociedad en polos opuestos en los que las diferencias no son respetadas, sino combatidas desde fundamentalismos.

La violencia en este país se sufre en todas las áreas; en lo verbal, político, ideológico, religioso, periodístico, musical y lingüístico, entre otras. Lo terrible es que cada día toma más fuerza, a tal punto que algunos emprenden campañas de exterminio contra quienes decidan pensar o actuar de manera diferente; es común encontrarse en cualquier esquina con cazadores de errores esperando cualquier falla humana para convocar fuerzas y polarizar la opinión a favor o en contra, sin importar que del terreno de lo verbal se vayan al físico.

Hace algunos días, en Bogotá, unos hinchas fanáticos del Atlético Nacional, asesinaron a un joven por llevar la camiseta del equipo de fútbol Los Millonarios; las comunas ocho y trece de Medellín, han sido lugares de guerras entre pandillas, por tener diferencias que podrían solucionarse con diálogo. Meses atrás un famoso pastor de una iglesia Cristiana, de las más grandes de Bogotá, empleó un lenguaje intolerante y violento como tal, para referirse a su desacuerdo con la iglesia católica; días  pasados, un cura católico durante un bautizo atacó a los evangélicos por sus diferencias doctrinales, argumentando que un católico ignorante termina siendo un evangélico o protestante.

La música que había sido utilizada para acercar y enamorar, ha terminado generando violencia. Algunos conciertos y lanzamientos de producciones musicales vallenatas por ejemplo, se han convertido en  escenarios de rivalidad en donde los improperios y ataques entre cantantes terminan extendiéndose hasta sus fans, quienes se agreden en las redes sociales y se citan para agarrarse a golpes contal de defender a su ídolo.

No está mal defender el buen uso del idioma, pero cuando alguien se vale de eso para creerse una autoridad y con ellos apartar a otros, tildándolos de incultos, incurre en violencia lingüística e idiomática, en la medida que discrimina y ataca a todo aquel que se aleja de los patrones universales para el manejo de la lengua, dictados desde las academias por quienes se autodenominan cultos, por hablar, leer o escribir con más facilidad que otros; ellos son quienes desconocen y violentan la verdadera dinámica de la lengua que permite crear palabras y expresiones nuevas sin necesidad de fungir de eruditos, puesto que es un derecho que todo hablante tiene.

Muchos periódicos se han olvidado de su función de informar y orientar, para desatar una guerra visceral contra algunos administradores públicos, alejándose del verdadero sentido del periodismo e impulsando reacciones violentas contra esos funcionarios que podrían ser lamentables ante la falta de sindéresis en sus análisis y críticas, alejadas de la objetividad periodística, sólo por el deseo de aplastar a alguien y con ello hacerle el favor a algún político.

Necesitamos convencernos de que las diferencias en este país deben ser manejadas con respeto y sin polarizarlas, pues hay espacio para todo tipo de pensamiento, siempre y cuando no pretendan imponerse por la fuerza ante quienes no lo comparten.

[email protected]  @Oscararizadaza