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Columnista - 23 diciembre, 2014

Un año sin Diomedes

Ayer, hace un año que el mundo entero quedó consternado con la muerte de Diomedes Díaz, el máximo cantautor de la música vallenata. Su desaparición nos sorprendió cuando pensábamos que ‘El Caique de La Junta’, duraría muchos años más, pues había demostrado que podía superar cientos de dificultades y salir airoso. Lo que en un […]

Ayer, hace un año que el mundo entero quedó consternado con la muerte de Diomedes Díaz, el máximo cantautor de la música vallenata. Su desaparición nos sorprendió cuando pensábamos que ‘El Caique de La Junta’, duraría muchos años más, pues había demostrado que podía superar cientos de dificultades y salir airoso.

Lo que en un principio parecía un chisme de esos que surgen a cada rato, producto de la fama de un personaje, con el pasar de las horas se trasformaba en una cruel realidad que habría de dejar adolorida las entrañas de la música vallenata.

Un año después de la muerte de uno de los mayores fenómenos socioculturales del país, su música sigue sonando con la misma vigencia, sus dichos se siguen reproduciendo como la verdolaga y el mito del hombre benefactor aun después de su muerte se consolida, a tal punto que su tumba se ha constituido en un lugar de peregrinación donde seguidores, quirománticos y fanáticos del azar entre otros, buscan algún tipo de milagro.

Uno escucha una canción de Diomedes Díaz y resulta difícil de creer que esté muerto; todavía sus versos y su inigualable estilo de cantar sigue abriéndose paso entre los vivos para demostrar que su patrón musical mantiene vigente la necesidad de cantar bien el vallenato, de componer letras genuinas que propongan algo, más por vocación y por deseo de expresar el pensamiento, que por oportunismo, más por necesidad de expresar un mensaje con el alma, que de componer y cantar por encargo del mercantilismo.

Un año sin Diomedes Díaz y su ausencia nos confirma que el vallenato es mucho más que sonar el acordeón, mucho más que una letra que no dice nada, pero que suena tan sabroso que hace bailar; es una forma de vida, una manera de contarle al mundo cómo se ama, se piensa y se actúa conforme a una visión de mundo.

La gran diferencia entre otras músicas y las canciones de ‘El Cacique’, era la posibilidad de interactuar con las letras, con la melodía, la oportunidad de hacerlas nuestras para enamorar, para alentarse, para acercarnos, para enseñarnos a escuchar. La buena música vallenata como la de Diomedes Díaz, nos enseñó a escuchar, a aplazar lo que hacíamos para detenernos a escuchar y vivir el mensaje; nos hacía fijar la atención en su canto, para sentir como fluía el talento del alma del cantautor sin necesidad de que las luces y otras ayudas escénicas tuvieran que llamar la atención de los escuchas.

Cuanta falta nos hace Diomedes y sus desparpajos, su inigualable esencia de acercarse al pueblo con naturalidad, porque ‘El Cacique’ no se sentía dueño de nada, sabía que lo que él cantaba era parte de un bien común, que él solo administraba y compartía, como debe hacerlo todo aquel que profese amor por algo.

Un año después de su muerte, ‘El Cacique de La Junta’ sigue enseñándonos su maravillosa sabiduría popular que superó a los más ilustrados, porque venció la soberbia del conocimiento y la fama, para demostrar que se puede triunfar y estar cerca de la gente sin otra pretensión que la de amar y sentirse amado.

@Oscararizadaza

Columnista
23 diciembre, 2014

Un año sin Diomedes

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

Ayer, hace un año que el mundo entero quedó consternado con la muerte de Diomedes Díaz, el máximo cantautor de la música vallenata. Su desaparición nos sorprendió cuando pensábamos que ‘El Caique de La Junta’, duraría muchos años más, pues había demostrado que podía superar cientos de dificultades y salir airoso. Lo que en un […]


Ayer, hace un año que el mundo entero quedó consternado con la muerte de Diomedes Díaz, el máximo cantautor de la música vallenata. Su desaparición nos sorprendió cuando pensábamos que ‘El Caique de La Junta’, duraría muchos años más, pues había demostrado que podía superar cientos de dificultades y salir airoso.

Lo que en un principio parecía un chisme de esos que surgen a cada rato, producto de la fama de un personaje, con el pasar de las horas se trasformaba en una cruel realidad que habría de dejar adolorida las entrañas de la música vallenata.

Un año después de la muerte de uno de los mayores fenómenos socioculturales del país, su música sigue sonando con la misma vigencia, sus dichos se siguen reproduciendo como la verdolaga y el mito del hombre benefactor aun después de su muerte se consolida, a tal punto que su tumba se ha constituido en un lugar de peregrinación donde seguidores, quirománticos y fanáticos del azar entre otros, buscan algún tipo de milagro.

Uno escucha una canción de Diomedes Díaz y resulta difícil de creer que esté muerto; todavía sus versos y su inigualable estilo de cantar sigue abriéndose paso entre los vivos para demostrar que su patrón musical mantiene vigente la necesidad de cantar bien el vallenato, de componer letras genuinas que propongan algo, más por vocación y por deseo de expresar el pensamiento, que por oportunismo, más por necesidad de expresar un mensaje con el alma, que de componer y cantar por encargo del mercantilismo.

Un año sin Diomedes Díaz y su ausencia nos confirma que el vallenato es mucho más que sonar el acordeón, mucho más que una letra que no dice nada, pero que suena tan sabroso que hace bailar; es una forma de vida, una manera de contarle al mundo cómo se ama, se piensa y se actúa conforme a una visión de mundo.

La gran diferencia entre otras músicas y las canciones de ‘El Cacique’, era la posibilidad de interactuar con las letras, con la melodía, la oportunidad de hacerlas nuestras para enamorar, para alentarse, para acercarnos, para enseñarnos a escuchar. La buena música vallenata como la de Diomedes Díaz, nos enseñó a escuchar, a aplazar lo que hacíamos para detenernos a escuchar y vivir el mensaje; nos hacía fijar la atención en su canto, para sentir como fluía el talento del alma del cantautor sin necesidad de que las luces y otras ayudas escénicas tuvieran que llamar la atención de los escuchas.

Cuanta falta nos hace Diomedes y sus desparpajos, su inigualable esencia de acercarse al pueblo con naturalidad, porque ‘El Cacique’ no se sentía dueño de nada, sabía que lo que él cantaba era parte de un bien común, que él solo administraba y compartía, como debe hacerlo todo aquel que profese amor por algo.

Un año después de su muerte, ‘El Cacique de La Junta’ sigue enseñándonos su maravillosa sabiduría popular que superó a los más ilustrados, porque venció la soberbia del conocimiento y la fama, para demostrar que se puede triunfar y estar cerca de la gente sin otra pretensión que la de amar y sentirse amado.

@Oscararizadaza