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Columnista - 2 agosto, 2017

El último vallenato con una cadena de oro

Ya nadie se atreve a salir con una cadena de oro por las calles de Valledupar. Las mujeres ya no usan cotidianamente aretes de oro, usan fantasías y las madres y las abuelas esconden en lo más recóndito de la casa los areticos y cadenitas de oro que les han regalado a sus hijas y […]

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Ya nadie se atreve a salir con una cadena de oro por las calles de Valledupar. Las mujeres ya no usan cotidianamente aretes de oro, usan fantasías y las madres y las abuelas esconden en lo más recóndito de la casa los areticos y cadenitas de oro que les han regalado a sus hijas y nietas.

El temor por un atraco en la ciudad es cada día más escalofriante y de nada sirven las precauciones y los recelos por guardar bien los objetos de valor, porque llega al ladrón callejero y ¡zas!, se hurtan hasta un cordón umbilical.
Ya no tiene ningún significado que –otra vez- repita lo mismo que repetimos todos los vallenatos: que la ciudad está invivible. Carecemos de las condiciones propias del bienestar, para poder correr bajo la lluvia, mirar la luna caminando por las calles, estacionar el carro o la motocicleta.

Ahora resulta que el ladrón es más astuto y puede burlar la guardia policial para acometer sus fechorías. Luego sale esa misma guardia diciendo que “diste papaya”, que no debes usar oro en tu cuerpo ni mucho menos hablar por teléfono por las calles ni al frente de tu casa, ni en la tienda ni en el restaurante, mucho menos en la terraza de tu vivienda.

Tu carro está inseguro en los parqueaderos de las iglesias, porque los ladrones los desvalijan mientras escuchas la Santa Misa. ¡Horror! Hay en la ciudad un malestar que impacienta, que está contribuyendo al desborone social, que impulsa a que “todos nos armemos” para darle fuego a los delincuentes.

Los controles son exiguos, a pesar de que todos los días caen los ladrones en manos de la Policía. Inclusive, la Policía se jacta en mencionar datos estadísticos que advierten de un ligero y hasta profuso mejoramiento de los índices de hurtos. No importa el mejoramiento, lo que debe interesar es que no sucedan más atracos.

Hace unos días, dos delincuentes detuvieron bruscamente su moto frente a una casa. Se bajaron con armas de fuego en sus manos y apuntaron a una señora quien llevaba en brazos a una niña de apenas cuatro meses de nacida.

Los delincuentes le arrebataron el bolso y por poco se le cae la bebe. Ella protestó y uno de los ladrones le hizo una mueca. Ella gritó, pidiendo auxilio, pero nadie la apoyó. Los terroristas surcaron la calle en su moto (seguramente era robada) y se perdieron con el “botín”.

Ese es el pan de cada día para los vallenatos, la gente tiene miedo. Todo transcurre entre el silencio y el miedo, cada día Pedro –el vendedor de carne en el mercado- se encomienda a Dios cuando sale de su casa y también reza cuando regresa vivito y coleando.

Muchos vallenatos prefieren vivir antes de salir a caminar por ahí. Sin embargo, otros como el Rey Vallenato Wilber Mendoza Zuleta ha vivido en carne propia la amarga experiencia. Hace unos días, en horas de la tarde, estaba con unos amigos en un establecimiento en la avenida Simón Bolívar.

El músico usaba una cadena de oro que heredó de sus padres fallecidos. Pensó que como estaba rodeado de amigos nada le iba a pasar. Era el último vallenato en usar esta prenda de oro, era un reto. Pero, todo le duró muy poco porque llegó un delincuente con un arma de fuego, apuntó a todos y ¡zas!, se la quitó. Hoy ya no vemos a nadie más con una cadena de oro en su cuello en Valledupar, qué pesar. Hasta la próxima semana.

Por Aquilino Cotes Zuleta

[email protected]
@tiochiro

Columnista
2 agosto, 2017

El último vallenato con una cadena de oro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Aquilino Cotes Zuleta

Ya nadie se atreve a salir con una cadena de oro por las calles de Valledupar. Las mujeres ya no usan cotidianamente aretes de oro, usan fantasías y las madres y las abuelas esconden en lo más recóndito de la casa los areticos y cadenitas de oro que les han regalado a sus hijas y […]


Ya nadie se atreve a salir con una cadena de oro por las calles de Valledupar. Las mujeres ya no usan cotidianamente aretes de oro, usan fantasías y las madres y las abuelas esconden en lo más recóndito de la casa los areticos y cadenitas de oro que les han regalado a sus hijas y nietas.

El temor por un atraco en la ciudad es cada día más escalofriante y de nada sirven las precauciones y los recelos por guardar bien los objetos de valor, porque llega al ladrón callejero y ¡zas!, se hurtan hasta un cordón umbilical.
Ya no tiene ningún significado que –otra vez- repita lo mismo que repetimos todos los vallenatos: que la ciudad está invivible. Carecemos de las condiciones propias del bienestar, para poder correr bajo la lluvia, mirar la luna caminando por las calles, estacionar el carro o la motocicleta.

Ahora resulta que el ladrón es más astuto y puede burlar la guardia policial para acometer sus fechorías. Luego sale esa misma guardia diciendo que “diste papaya”, que no debes usar oro en tu cuerpo ni mucho menos hablar por teléfono por las calles ni al frente de tu casa, ni en la tienda ni en el restaurante, mucho menos en la terraza de tu vivienda.

Tu carro está inseguro en los parqueaderos de las iglesias, porque los ladrones los desvalijan mientras escuchas la Santa Misa. ¡Horror! Hay en la ciudad un malestar que impacienta, que está contribuyendo al desborone social, que impulsa a que “todos nos armemos” para darle fuego a los delincuentes.

Los controles son exiguos, a pesar de que todos los días caen los ladrones en manos de la Policía. Inclusive, la Policía se jacta en mencionar datos estadísticos que advierten de un ligero y hasta profuso mejoramiento de los índices de hurtos. No importa el mejoramiento, lo que debe interesar es que no sucedan más atracos.

Hace unos días, dos delincuentes detuvieron bruscamente su moto frente a una casa. Se bajaron con armas de fuego en sus manos y apuntaron a una señora quien llevaba en brazos a una niña de apenas cuatro meses de nacida.

Los delincuentes le arrebataron el bolso y por poco se le cae la bebe. Ella protestó y uno de los ladrones le hizo una mueca. Ella gritó, pidiendo auxilio, pero nadie la apoyó. Los terroristas surcaron la calle en su moto (seguramente era robada) y se perdieron con el “botín”.

Ese es el pan de cada día para los vallenatos, la gente tiene miedo. Todo transcurre entre el silencio y el miedo, cada día Pedro –el vendedor de carne en el mercado- se encomienda a Dios cuando sale de su casa y también reza cuando regresa vivito y coleando.

Muchos vallenatos prefieren vivir antes de salir a caminar por ahí. Sin embargo, otros como el Rey Vallenato Wilber Mendoza Zuleta ha vivido en carne propia la amarga experiencia. Hace unos días, en horas de la tarde, estaba con unos amigos en un establecimiento en la avenida Simón Bolívar.

El músico usaba una cadena de oro que heredó de sus padres fallecidos. Pensó que como estaba rodeado de amigos nada le iba a pasar. Era el último vallenato en usar esta prenda de oro, era un reto. Pero, todo le duró muy poco porque llegó un delincuente con un arma de fuego, apuntó a todos y ¡zas!, se la quitó. Hoy ya no vemos a nadie más con una cadena de oro en su cuello en Valledupar, qué pesar. Hasta la próxima semana.

Por Aquilino Cotes Zuleta

[email protected]
@tiochiro