Perdieron a pesar de las mentiras y de la propaganda falsa y engañosa. Dijeron que llegaría “la paz”, que el “dividendo económico se reflejará en un aumento adicional del PIB de entre 1,1 y 1,9 puntos por año”, que el acuerdo frenaría al narcotráfico, que como el plebiscito era “la decisión más importante del país […]
Perdieron a pesar de las mentiras y de la propaganda falsa y engañosa. Dijeron que llegaría “la paz”, que el “dividendo económico se reflejará en un aumento adicional del PIB de entre 1,1 y 1,9 puntos por año”, que el acuerdo frenaría al narcotráfico, que como el plebiscito era “la decisión más importante del país en 50 años” y abordaba “temas fundamentales que no podían decidirse solo entre el Gobierno y la guerrilla” la ciudadanía iba a tener “la palabra final”, que si ganaba el No “se acaba el proceso de paz”.
Pero al mismo tiempo, amenazaron con que “si el plebiscito no se aprueba volvemos a la guerra, así de sencillo” y, peor, “a la guerra urbana, que es más demoledora que la guerra rural”. Lo que no dijeron, pero confesaron después, era que el plebiscito buscaba “hacer una jugada política que consistía en darle una estocada final al uribismo”. Les salió el tiro por la culata.
Pero ganó el No y le hicieron un conejazo. En lugar de hacer un frente de unidad con el No y renegociar, el Gobierno y sus áulicos se aliaron con los criminales. La bendición a la trampa por magistrados y congresistas solo dio apariencia de legalidad, pero no cambió en nada el déficit de legitimidad de la implementación del pacto. Desde el triunfo del No, el pacto no obligaba a nadie, ni siquiera al Gobierno.
Las consecuencias han sido funestas. El antecedente de desconocer el resultado de las urnas, la voz mayoritaria del pueblo, no puede ser más grave y no tiene antecedentes en la historia de nuestra democracia. Se manoseó la Constitución y la Corte, en lugar de hacerla respetar, participó en su desfloración en grupo.
Se rompió el espinazo de la rama judicial y se permitió que los bandidos de las Farc crearan un tribunal para dejar en la impunidad sus crímenes internacionales y para juzgar y restarle reputación a los militares y policías que los combatieron. Se premió a los violentos con curules gratis por ocho años y con derechos y beneficios que no tienen los ciudadanos que nunca han delinquido.
Y nada de lo prometido se cumplió. “La paz” no existe. Hoy, según el CICR, en Colombia hay seis conflictos armados en paralelo. Si en el 2013 tuvimos la menor cantidad de narcocultivos, desde el 2014, por cuenta de la negociación con las Farc primero y después por los incentivos perversos al narcotráfico que se pactaron, nos inundamos de coca, para rematar el año pasado con la mayor producción en toda nuestra historia.
Como resultado, se revirtió la tendencia sistemática de disminución de homicidios que llevábamos desde hace varios lustros. De hecho, en el 2018 hubo 757 homicidios más que en el 2017, un 6.7 % más. El año pasado fue apenas marginalmente mejor que el 18.
Ocurrió lo que advertimos en la campaña del plebiscito: la paz no existe y las consecuencias del pacto espurio y del asalto al triunfo del No han sido nefastas para Colombia.
Perdieron a pesar de las mentiras y de la propaganda falsa y engañosa. Dijeron que llegaría “la paz”, que el “dividendo económico se reflejará en un aumento adicional del PIB de entre 1,1 y 1,9 puntos por año”, que el acuerdo frenaría al narcotráfico, que como el plebiscito era “la decisión más importante del país […]
Perdieron a pesar de las mentiras y de la propaganda falsa y engañosa. Dijeron que llegaría “la paz”, que el “dividendo económico se reflejará en un aumento adicional del PIB de entre 1,1 y 1,9 puntos por año”, que el acuerdo frenaría al narcotráfico, que como el plebiscito era “la decisión más importante del país en 50 años” y abordaba “temas fundamentales que no podían decidirse solo entre el Gobierno y la guerrilla” la ciudadanía iba a tener “la palabra final”, que si ganaba el No “se acaba el proceso de paz”.
Pero al mismo tiempo, amenazaron con que “si el plebiscito no se aprueba volvemos a la guerra, así de sencillo” y, peor, “a la guerra urbana, que es más demoledora que la guerra rural”. Lo que no dijeron, pero confesaron después, era que el plebiscito buscaba “hacer una jugada política que consistía en darle una estocada final al uribismo”. Les salió el tiro por la culata.
Pero ganó el No y le hicieron un conejazo. En lugar de hacer un frente de unidad con el No y renegociar, el Gobierno y sus áulicos se aliaron con los criminales. La bendición a la trampa por magistrados y congresistas solo dio apariencia de legalidad, pero no cambió en nada el déficit de legitimidad de la implementación del pacto. Desde el triunfo del No, el pacto no obligaba a nadie, ni siquiera al Gobierno.
Las consecuencias han sido funestas. El antecedente de desconocer el resultado de las urnas, la voz mayoritaria del pueblo, no puede ser más grave y no tiene antecedentes en la historia de nuestra democracia. Se manoseó la Constitución y la Corte, en lugar de hacerla respetar, participó en su desfloración en grupo.
Se rompió el espinazo de la rama judicial y se permitió que los bandidos de las Farc crearan un tribunal para dejar en la impunidad sus crímenes internacionales y para juzgar y restarle reputación a los militares y policías que los combatieron. Se premió a los violentos con curules gratis por ocho años y con derechos y beneficios que no tienen los ciudadanos que nunca han delinquido.
Y nada de lo prometido se cumplió. “La paz” no existe. Hoy, según el CICR, en Colombia hay seis conflictos armados en paralelo. Si en el 2013 tuvimos la menor cantidad de narcocultivos, desde el 2014, por cuenta de la negociación con las Farc primero y después por los incentivos perversos al narcotráfico que se pactaron, nos inundamos de coca, para rematar el año pasado con la mayor producción en toda nuestra historia.
Como resultado, se revirtió la tendencia sistemática de disminución de homicidios que llevábamos desde hace varios lustros. De hecho, en el 2018 hubo 757 homicidios más que en el 2017, un 6.7 % más. El año pasado fue apenas marginalmente mejor que el 18.
Ocurrió lo que advertimos en la campaña del plebiscito: la paz no existe y las consecuencias del pacto espurio y del asalto al triunfo del No han sido nefastas para Colombia.