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Columnista - 3 agosto, 2013

Trabajo para las mujeres

El mago Graciliano, que fue el último de los siete magos de oriente que llegaron a América, en realidad su origen era incierto, embustero, timador y mujeriego pero era un mago de verdad verdad. Enmudecía al público con sus trucos imposibles.

Por Leonardo José Maya

El mago Graciliano, que fue el último de los siete magos de oriente que llegaron a América, en realidad su origen era incierto, embustero, timador y mujeriego pero era un mago de verdad verdad. Enmudecía al público con sus trucos imposibles. 

Era un prodigio, hacía aparecer conejos silvestres y al día siguiente comíamos conejo al vapor, a veces  aparecían ovejas extraviadas y su destino cierto también era la olla.

Todo esto lo vi con mis propios ojos porque yo era fotógrafo de ocasión y andaba detrás de él por todos los pueblos del Caribe, haciendo plata con mi daguerrotipo de trípode móvil en el fragor de su parafernalia.

Era tan buen mago que una vez quedamos sin trago en una parranda callejera en Uribia y él mandó a traer siete galones de agua de río y ahí mismo los convirtió en whisky escocés en menos que canta un gallo, también hizo aparecer tres chivas pal sancocho pero estaban preñadas, para revertir el error de su truco pidió dos talegos vacíos y después de unas cuantas palabras en arameo  antiguo y un rápido movimiento de manos aparecieron llenos de maní, mermelada y sardinas enjauladas, esa parranda duró cinco días con sus noches y fue la primera de una serie interminable de parrandas.

Yo era fotógrafo de mujeres, me iba muy bien y era feliz. En todas las funciones Graciliano hacía aparecer mariposas de colores y flores preciosas y como a las mujeres les encanta tomarse fotos con flores ahí estaba yo con mi flash instantáneo.

 

Tranquilas mis muchachas,  con juicio que para todas hay, no mas que no se me amontonen que para todas alcanza, y hasta más, a ver, que yo si soy el mejor fotógrafo de las indias occidentales, fotografié a Catalina la grande de Rusia, a Juana la Loca de España, que se volvió loca de amor y no de sífilis como quieren hacernos creer los sabelotodo de ahora, fotografié  a Serafina, la emperatriz invisible y usted señorita tranquila que en la foto le corrijo esas manchas en el  vestido, y a usted le pongo un moño de princesa tibetana, tranquila que esos zapatos se los cambiamos por otro de mejor gama  y ya verá como queda de bien. Y díganme si no soy el mejor fotógrafo de estas tierras.

 

Ese era mi trabajo y a un precio muchísimo mayor al  comercial, claro, yo hacía mis arreglos privados con mis clientas para corregir esos indiscretos detalles, todo esto aumentaba el costo a pagar. 

Graciliano y yo teníamos un monopolio, yo era el único fotógrafo autorizado para estar en sus funciones, a cambio,  les llevaba recados a ciertas damas distinguidas que él me indicara, lo difícil no era llevar el encargo, lo jodido era guardar el secreto y esquivar la tentación.
Continuará…

 

Columnista
3 agosto, 2013

Trabajo para las mujeres

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Leonardo Maya Amaya

El mago Graciliano, que fue el último de los siete magos de oriente que llegaron a América, en realidad su origen era incierto, embustero, timador y mujeriego pero era un mago de verdad verdad. Enmudecía al público con sus trucos imposibles.


Por Leonardo José Maya

El mago Graciliano, que fue el último de los siete magos de oriente que llegaron a América, en realidad su origen era incierto, embustero, timador y mujeriego pero era un mago de verdad verdad. Enmudecía al público con sus trucos imposibles. 

Era un prodigio, hacía aparecer conejos silvestres y al día siguiente comíamos conejo al vapor, a veces  aparecían ovejas extraviadas y su destino cierto también era la olla.

Todo esto lo vi con mis propios ojos porque yo era fotógrafo de ocasión y andaba detrás de él por todos los pueblos del Caribe, haciendo plata con mi daguerrotipo de trípode móvil en el fragor de su parafernalia.

Era tan buen mago que una vez quedamos sin trago en una parranda callejera en Uribia y él mandó a traer siete galones de agua de río y ahí mismo los convirtió en whisky escocés en menos que canta un gallo, también hizo aparecer tres chivas pal sancocho pero estaban preñadas, para revertir el error de su truco pidió dos talegos vacíos y después de unas cuantas palabras en arameo  antiguo y un rápido movimiento de manos aparecieron llenos de maní, mermelada y sardinas enjauladas, esa parranda duró cinco días con sus noches y fue la primera de una serie interminable de parrandas.

Yo era fotógrafo de mujeres, me iba muy bien y era feliz. En todas las funciones Graciliano hacía aparecer mariposas de colores y flores preciosas y como a las mujeres les encanta tomarse fotos con flores ahí estaba yo con mi flash instantáneo.

 

Tranquilas mis muchachas,  con juicio que para todas hay, no mas que no se me amontonen que para todas alcanza, y hasta más, a ver, que yo si soy el mejor fotógrafo de las indias occidentales, fotografié a Catalina la grande de Rusia, a Juana la Loca de España, que se volvió loca de amor y no de sífilis como quieren hacernos creer los sabelotodo de ahora, fotografié  a Serafina, la emperatriz invisible y usted señorita tranquila que en la foto le corrijo esas manchas en el  vestido, y a usted le pongo un moño de princesa tibetana, tranquila que esos zapatos se los cambiamos por otro de mejor gama  y ya verá como queda de bien. Y díganme si no soy el mejor fotógrafo de estas tierras.

 

Ese era mi trabajo y a un precio muchísimo mayor al  comercial, claro, yo hacía mis arreglos privados con mis clientas para corregir esos indiscretos detalles, todo esto aumentaba el costo a pagar. 

Graciliano y yo teníamos un monopolio, yo era el único fotógrafo autorizado para estar en sus funciones, a cambio,  les llevaba recados a ciertas damas distinguidas que él me indicara, lo difícil no era llevar el encargo, lo jodido era guardar el secreto y esquivar la tentación.
Continuará…