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Columnista - 3 junio, 2021

Todos somos eso, crónicas…

El Banco de la República, y su área cultural de Valledupar, realiza talleres y actividades  contributivas al fortalecimiento y desarrollo personal, cultural e intelectual que en tiempos como los actuales acompañan a la soledad, al entretenimiento y demás factores humanos, útiles a la mente y a la creatividad. Entre ellos, un taller de Crónicas barriales […]

El Banco de la República, y su área cultural de Valledupar, realiza talleres y actividades  contributivas al fortalecimiento y desarrollo personal, cultural e intelectual que en tiempos como los actuales acompañan a la soledad, al entretenimiento y demás factores humanos, útiles a la mente y a la creatividad.

Entre ellos, un taller de Crónicas barriales de participación libre, para personas con el interés de conocer, saber y practicar un género tan antiguo, pero que se renueva todos los días. No es necesario ser escritor, periodista, o investigador para escribir crónicas, un ciudadano con interés y ganas puede hacerlo, al menos intentarlo, basta unas directrices básicas, unas ganas enormes, un sentido de observación y escucha, y luego la misma vida te lleva a convertir noticias e historias en reales crónicas que al buen lector  resultarán interesantes y curiosas. Pueden partir de hechos sencillos cotidianos, hasta sucesos de importancia e interés, pero con la mirada del cronista, con detalles, instantes, y cosas que los demás no ven, pero que están ahí, esperando que alguien las escriba para el disfrute de otras personas.

En la esquina del barrio, o en la pequeña tienda del sector, llegan las historias, la gente, es decir las crónicas con nombres por definir. El señor silencioso con sombrerito curioso, la señora de muchos kilos que viste de negro, la muchacha con rizos la moda que canta reguettón, o el anciano  buscando un lugar tranquilo para escuchar tangos y boleros, ya en vías de extinción, que alguien guarda en los cajones…

En la esquina pasa el enfermero urbano ya retirado, el curandero de pueblo desplazado, la viuda que le tocó aprender de todo en poco tiempo, la venezolana con abuela colombiana que no conoció, el entrenador de futbol sin balones ni muchachos para entrenar, el político Lopista liberal de trapo rojo, o godo recalcitrante, alvarista calmado, pastranista sin verbos, laureanista sin voz, discutidor de años pasados que terminaban con  tamales, aguardientes y arma afilada sin años de uso. Por ahí la tiene, si es que sus descendientes no la han vendido al herrero que pasa los sábados. Las crónicas deben volver en estos tiempos que parecen imposibles, pero igual pasarán, esperamos a mejores momentos.

Tranquilamente encuentras al vallenato propio, expescadores del río Cesar y sus lagunas, testigos invisibles de los primeros festivales que parrandearon con los reyes en los patios antes de que esta vaina del vallenato llegara a las altas esferas y sus cantantes compraran aviones, de aquellos bailes caseteros y los carnavales inolvidables con mojadera incluida por los barrios del Valle, sin pavimentos, sin luces y con piedras por todas partes.

Seres felices cuando las  cervezas venían por sacos y las botellas traían un caballito blanco por dentro como prueba final del encanto. Aquellos que inauguraron los bares y sus mujeres con nombres,  colores y sabores. Hoy, cuando la ciudad tiene llantos, dolores, sustos, preocupaciones y necesidades de todo, incluso de conversaciones y amigos, hay mil historias por contar, están ahí, a la vista, buscando quien las narre y mejor si las cuentan bien. Al final somos pasajeros de la vida, una vida que es una crónica con sus tiempos, su desarrollo en busca de final y a veces hay finales perfectos; como seres  humanos no somos perfectos, buscamos eso en las crónicas y existe la posibilidad que así ocurra. De nosotros dependen muchas cosas, y claro de otros dependen otras tantas, mientras esperamos, escribamos nuestra crónica con el final que merecemos…

Columnista
3 junio, 2021

Todos somos eso, crónicas…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

El Banco de la República, y su área cultural de Valledupar, realiza talleres y actividades  contributivas al fortalecimiento y desarrollo personal, cultural e intelectual que en tiempos como los actuales acompañan a la soledad, al entretenimiento y demás factores humanos, útiles a la mente y a la creatividad. Entre ellos, un taller de Crónicas barriales […]


El Banco de la República, y su área cultural de Valledupar, realiza talleres y actividades  contributivas al fortalecimiento y desarrollo personal, cultural e intelectual que en tiempos como los actuales acompañan a la soledad, al entretenimiento y demás factores humanos, útiles a la mente y a la creatividad.

Entre ellos, un taller de Crónicas barriales de participación libre, para personas con el interés de conocer, saber y practicar un género tan antiguo, pero que se renueva todos los días. No es necesario ser escritor, periodista, o investigador para escribir crónicas, un ciudadano con interés y ganas puede hacerlo, al menos intentarlo, basta unas directrices básicas, unas ganas enormes, un sentido de observación y escucha, y luego la misma vida te lleva a convertir noticias e historias en reales crónicas que al buen lector  resultarán interesantes y curiosas. Pueden partir de hechos sencillos cotidianos, hasta sucesos de importancia e interés, pero con la mirada del cronista, con detalles, instantes, y cosas que los demás no ven, pero que están ahí, esperando que alguien las escriba para el disfrute de otras personas.

En la esquina del barrio, o en la pequeña tienda del sector, llegan las historias, la gente, es decir las crónicas con nombres por definir. El señor silencioso con sombrerito curioso, la señora de muchos kilos que viste de negro, la muchacha con rizos la moda que canta reguettón, o el anciano  buscando un lugar tranquilo para escuchar tangos y boleros, ya en vías de extinción, que alguien guarda en los cajones…

En la esquina pasa el enfermero urbano ya retirado, el curandero de pueblo desplazado, la viuda que le tocó aprender de todo en poco tiempo, la venezolana con abuela colombiana que no conoció, el entrenador de futbol sin balones ni muchachos para entrenar, el político Lopista liberal de trapo rojo, o godo recalcitrante, alvarista calmado, pastranista sin verbos, laureanista sin voz, discutidor de años pasados que terminaban con  tamales, aguardientes y arma afilada sin años de uso. Por ahí la tiene, si es que sus descendientes no la han vendido al herrero que pasa los sábados. Las crónicas deben volver en estos tiempos que parecen imposibles, pero igual pasarán, esperamos a mejores momentos.

Tranquilamente encuentras al vallenato propio, expescadores del río Cesar y sus lagunas, testigos invisibles de los primeros festivales que parrandearon con los reyes en los patios antes de que esta vaina del vallenato llegara a las altas esferas y sus cantantes compraran aviones, de aquellos bailes caseteros y los carnavales inolvidables con mojadera incluida por los barrios del Valle, sin pavimentos, sin luces y con piedras por todas partes.

Seres felices cuando las  cervezas venían por sacos y las botellas traían un caballito blanco por dentro como prueba final del encanto. Aquellos que inauguraron los bares y sus mujeres con nombres,  colores y sabores. Hoy, cuando la ciudad tiene llantos, dolores, sustos, preocupaciones y necesidades de todo, incluso de conversaciones y amigos, hay mil historias por contar, están ahí, a la vista, buscando quien las narre y mejor si las cuentan bien. Al final somos pasajeros de la vida, una vida que es una crónica con sus tiempos, su desarrollo en busca de final y a veces hay finales perfectos; como seres  humanos no somos perfectos, buscamos eso en las crónicas y existe la posibilidad que así ocurra. De nosotros dependen muchas cosas, y claro de otros dependen otras tantas, mientras esperamos, escribamos nuestra crónica con el final que merecemos…