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Columnista - 26 febrero, 2010

Todo cambia…nada cambia

Por: Raúl Bermúdez Márquez En ciencias políticas se suele llamar gatopardismo a la doctrina política que cede o reforma una parte de las estructuras para conservar el todo sin que nada cambie realmente. El término se acuñó a propósito de la novela “El gatopardo” (Il Gattopardo) escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre finales de […]

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Por: Raúl Bermúdez Márquez

En ciencias políticas se suele llamar gatopardismo a la doctrina política que cede o reforma una parte de las estructuras para conservar el todo sin que nada cambie realmente. El término se acuñó a propósito de la novela “El gatopardo” (Il Gattopardo) escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre finales de 1954 y 1957 en la que narra las vivencias de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, y su familia, entre 1860 y 1910, en la isla italiana de Sicilia.
“¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado”. Es una de las célebres frases de Don Fabrizio. Pues bien, la actual coyuntura electoral es ni más ni menos, una muestra del gatopardismo que se coló en la reforma política aprobada por el Congreso colombiano en junio del 2009. Concebida por algunos como la oportunidad de blindar a los partidos y a los procesos democráticos de la influencia perniciosa y devastadora de los grupos al margen de la ley y del narcotráfico y de establecer sanciones ejemplares contra aquellas colectividades que prohijaran en su interior las clientelas y corruptelas, al final en un parto de ratón, el acto legislativo que la consagró quedó reducido a la triste condición de un remedo de reforma.
Y todo, bajo la batuta marrullera del ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio, y el pupitrazo avasallante de la aplanadora uribista. Sus efectos se sienten en el actual proceso electoral: transfuguismo, candidaturas en cuerpo ajeno, voto cautivo,  compraventa de conciencias y sobretodo escasa renovación política.
Los aspirantes, como la herencia en el derecho de sucesión pasan de marido a mujer, de padre a hijo o hija, de suegro a yerno o nuera, de hermano a hermano o viceversa, de primo a prima o al revés, y así sucesivamente. Loa apellidos son los mismos: Name, Blel, Cepeda, Gerlein, López o de López, García, Guerra o Zucardi, para citar algunos de fuera; Cuello, Mattos, Gnecco, Campo, Muvdi o Posada de la Peña, para mencionar algunos del Cesar.
La inundación de vallas agresivas del medio ambiente, la proliferación de jingles insulsos, la conversión de los noticieros radiales en interminables jornadas de propaganda politiquera,   las promesas vacuas de que en los próximos cuatro años si van a hacer lo que no hicieron en los cuatro anteriores, el voltiarepismo y la subasta de avales que, como dice el negrito Osorio, posibilita que muchos candidatos, como la marimonda, brinquen de un palo a otro, son los signos más característicos del actual proceso electoral para escoger representantes a la cámara y senadores.
Lo que si brilla con luz propia es la ausencia de propuestas y propósitos que conciten la atención de una gran mayoría de escépticos que ya están resignados a su suerte. Esta no será una elección de opinión, porque sencillamente, esa franja que se manifiesta en contadas oportunidades, carece de atractivo alguno. Ganará el voto amarrado, el de las maquinarias y empresas electorales con experiencia que se mueven como pez en el agua para llevar a las urnas, a través de las dádivas,  prebendas y promesas nunca cumplidas, a todo un ejército de ciudadanos adocenados y deslumbrados por el ron, la comida y el dinero que le calmarán sus agonías por un sólo día: el 14 de marzo próximo.
Estas reflexiones se las hice a un claridoso amigo que, de vez en cuando, juega conmigo una partida de dominó los sábados en la tarde, y su respuesta estuvo a la altura de su claridad mental y de su “chispa”: “Bueno… y tú crees que la gente es pendeja?”, me espetó en una especie de regaño amable, y remató: “¿Quién va a aprobar una reforma, para que después se convierta en cuchillo para su propia garganta?”.  Ante un argumento tan contundente, no me quedó otro remedio, que continuar la partida y cruzar, antes que lo ahorcaran, al indeseable doble seis.
[email protected]

Columnista
26 febrero, 2010

Todo cambia…nada cambia

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Por: Raúl Bermúdez Márquez En ciencias políticas se suele llamar gatopardismo a la doctrina política que cede o reforma una parte de las estructuras para conservar el todo sin que nada cambie realmente. El término se acuñó a propósito de la novela “El gatopardo” (Il Gattopardo) escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre finales de […]


Por: Raúl Bermúdez Márquez

En ciencias políticas se suele llamar gatopardismo a la doctrina política que cede o reforma una parte de las estructuras para conservar el todo sin que nada cambie realmente. El término se acuñó a propósito de la novela “El gatopardo” (Il Gattopardo) escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa, entre finales de 1954 y 1957 en la que narra las vivencias de Don Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina, y su familia, entre 1860 y 1910, en la isla italiana de Sicilia.
“¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah! Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado”. Es una de las célebres frases de Don Fabrizio. Pues bien, la actual coyuntura electoral es ni más ni menos, una muestra del gatopardismo que se coló en la reforma política aprobada por el Congreso colombiano en junio del 2009. Concebida por algunos como la oportunidad de blindar a los partidos y a los procesos democráticos de la influencia perniciosa y devastadora de los grupos al margen de la ley y del narcotráfico y de establecer sanciones ejemplares contra aquellas colectividades que prohijaran en su interior las clientelas y corruptelas, al final en un parto de ratón, el acto legislativo que la consagró quedó reducido a la triste condición de un remedo de reforma.
Y todo, bajo la batuta marrullera del ministro del Interior, Fabio Valencia Cossio, y el pupitrazo avasallante de la aplanadora uribista. Sus efectos se sienten en el actual proceso electoral: transfuguismo, candidaturas en cuerpo ajeno, voto cautivo,  compraventa de conciencias y sobretodo escasa renovación política.
Los aspirantes, como la herencia en el derecho de sucesión pasan de marido a mujer, de padre a hijo o hija, de suegro a yerno o nuera, de hermano a hermano o viceversa, de primo a prima o al revés, y así sucesivamente. Loa apellidos son los mismos: Name, Blel, Cepeda, Gerlein, López o de López, García, Guerra o Zucardi, para citar algunos de fuera; Cuello, Mattos, Gnecco, Campo, Muvdi o Posada de la Peña, para mencionar algunos del Cesar.
La inundación de vallas agresivas del medio ambiente, la proliferación de jingles insulsos, la conversión de los noticieros radiales en interminables jornadas de propaganda politiquera,   las promesas vacuas de que en los próximos cuatro años si van a hacer lo que no hicieron en los cuatro anteriores, el voltiarepismo y la subasta de avales que, como dice el negrito Osorio, posibilita que muchos candidatos, como la marimonda, brinquen de un palo a otro, son los signos más característicos del actual proceso electoral para escoger representantes a la cámara y senadores.
Lo que si brilla con luz propia es la ausencia de propuestas y propósitos que conciten la atención de una gran mayoría de escépticos que ya están resignados a su suerte. Esta no será una elección de opinión, porque sencillamente, esa franja que se manifiesta en contadas oportunidades, carece de atractivo alguno. Ganará el voto amarrado, el de las maquinarias y empresas electorales con experiencia que se mueven como pez en el agua para llevar a las urnas, a través de las dádivas,  prebendas y promesas nunca cumplidas, a todo un ejército de ciudadanos adocenados y deslumbrados por el ron, la comida y el dinero que le calmarán sus agonías por un sólo día: el 14 de marzo próximo.
Estas reflexiones se las hice a un claridoso amigo que, de vez en cuando, juega conmigo una partida de dominó los sábados en la tarde, y su respuesta estuvo a la altura de su claridad mental y de su “chispa”: “Bueno… y tú crees que la gente es pendeja?”, me espetó en una especie de regaño amable, y remató: “¿Quién va a aprobar una reforma, para que después se convierta en cuchillo para su propia garganta?”.  Ante un argumento tan contundente, no me quedó otro remedio, que continuar la partida y cruzar, antes que lo ahorcaran, al indeseable doble seis.
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