PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez Ayer por la noche celebramos con gozo la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias, fiesta de las fiestas, misterio central de todo el cristianismo. Nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz y fue sepultado, pero no todo terminó en el sepulcro: ¡Cristo Resucitó de entre los […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez
Ayer por la noche celebramos con gozo la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias, fiesta de las fiestas, misterio central de todo el cristianismo. Nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz y fue sepultado, pero no todo terminó en el sepulcro: ¡Cristo Resucitó de entre los muertos! ¡Vive y nos hace vivir!, Es eso lo que celebramos.
Según una antigua tradición, la noche del sábado santo es una noche de vigilia en honor del Señor. Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio, deben asemejarse a los criados que, con lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.
Intentemos recorrer de principio a fin la liturgia de la Pascua para descubrir en ella el sentido de los abundantes signos que la componen; hagámoslo a ejemplo de los antiguos y venerables padres que, durante los cincuenta días siguientes a la Vigilia, explicaban a los recién bautizados todo lo que en aquella gloriosa noche habían vivido, escuchado, celebrado y recibido.
El templo estaba a oscuras. La hoguera se encendió y suplicamos a Dios que bendijera el fuego y la luz rompió la oscuridad; esta luz, que es Cristo, quebrantó las tinieblas de nuestra ignorancia y la oscuridad de nuestros pecados, Cristo vivo es simbolizado en el cirio pascual que rasga con su llama el velo negro de la noche. Poco a poco los cirios pequeños que llevábamos en nuestras manos fueron encendidos del Cirio Pascual, porque también todo cristiano está llamado a ser luz, a brillar ante los hombres reflejando en sí la claridad de Dios, a la manera que las estrellas reflejan la luz que reciben del sol. El mundo necesita con urgencia cristianos no sólo de nombre sino también de vida, cristianos que sean luz en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en los gobiernos, etc., cristianos que vivan como resucitados y que ayuden a Cristo a resucitar muertos.
Luego, con las luces del templo aún apagadas y los cirios encendidos en nuestras manos, cantamos el Pregón Pascual, un antiguo himno que exalta a Cristo resucitado y nos hace tomar conciencia de que por amor ¡y sólo por amor! Dios nos entregó a su Hijo: “Oh admirable condescendencia de su amor… por rescatar al esclavo ha sacrificado al Hijo… ésta es la noche en que Cristo ha vencido la muerte y del infierno retorna victorioso”.
Escuchamos a continuación la Palabra de Dios, más abundante que en cualquier otra celebración porque la ocasión lo ameritaba. Meditamos acerca de las maravillas realizadas antiguamente y las vemos cumplidas, planificadas y superadas con mucho en la Resurrección de Nuestro Señor: Maravilla de las maravillas, Milagro de los milagros. Entonamos entonces el himno del “Gloria a Dios en el cielo” y unimos nuestras voces a las voces de los ángeles para alabar a Dios que nos ha amado tanto. Desde el inicio de la Cuaresma no se volvió a cantar el Gloria y nuestros labios se abrieron para exultar de alegría mientras repicaban las campanas ¡Es la Pascua del Señor!
Se bendijo el agua y renovamos las promesas bautismales renunciando a Satanás, a sus obras y seducciones y confesando nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo… y si hubo bautismos se realizaron entonces, y comprendimos que el Bautismo es sumergirse con Cristo en su muerte para resurgir con él en su resurrección. El agua que se bendijo y que llevamos a nuestras casas tiene el único fin de recordarnos nuestra inmensa dignidad de Hijos de Dios, no es algo mágico ni objeto de agüeros y brujerías, es un instrumento que nos recuerda que pertenecemos a Dios porque Él nos creó y, cuando nosotros nos vendimos al demonio por nuestros pecados, Cristo nos rescató pagando como precio su propia sangre.
Finalmente, celebramos la Eucaristía. Una vez más Cristo se hizo presente en el altar en las figuras de pan y vino, una vez más se ofreció por nosotros y se ofreció a nosotros, una vez más nos alimentó con su Cuerpo y su Sangre, le recibimos y vivimos por él… y marchamos a nuestros hogares con la misión de ser luz, llevando en nuestros corazones la llama del amor de Dios, y comenzó realmente la vida, vida feliz, vida de Dios, vida de resucitados, vida que vence a la muerte, ¡Vida que merece ser vivida valientemente! ¿Cierto que fue así? Quizás no ¡Ánimo! ¡Todavía hoy es Pascua!
PALABRAS DE VIDA ETERNA Por: Marlon Javier Domínguez Ayer por la noche celebramos con gozo la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias, fiesta de las fiestas, misterio central de todo el cristianismo. Nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz y fue sepultado, pero no todo terminó en el sepulcro: ¡Cristo Resucitó de entre los […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez
Ayer por la noche celebramos con gozo la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias, fiesta de las fiestas, misterio central de todo el cristianismo. Nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz y fue sepultado, pero no todo terminó en el sepulcro: ¡Cristo Resucitó de entre los muertos! ¡Vive y nos hace vivir!, Es eso lo que celebramos.
Según una antigua tradición, la noche del sábado santo es una noche de vigilia en honor del Señor. Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio, deben asemejarse a los criados que, con lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.
Intentemos recorrer de principio a fin la liturgia de la Pascua para descubrir en ella el sentido de los abundantes signos que la componen; hagámoslo a ejemplo de los antiguos y venerables padres que, durante los cincuenta días siguientes a la Vigilia, explicaban a los recién bautizados todo lo que en aquella gloriosa noche habían vivido, escuchado, celebrado y recibido.
El templo estaba a oscuras. La hoguera se encendió y suplicamos a Dios que bendijera el fuego y la luz rompió la oscuridad; esta luz, que es Cristo, quebrantó las tinieblas de nuestra ignorancia y la oscuridad de nuestros pecados, Cristo vivo es simbolizado en el cirio pascual que rasga con su llama el velo negro de la noche. Poco a poco los cirios pequeños que llevábamos en nuestras manos fueron encendidos del Cirio Pascual, porque también todo cristiano está llamado a ser luz, a brillar ante los hombres reflejando en sí la claridad de Dios, a la manera que las estrellas reflejan la luz que reciben del sol. El mundo necesita con urgencia cristianos no sólo de nombre sino también de vida, cristianos que sean luz en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en los gobiernos, etc., cristianos que vivan como resucitados y que ayuden a Cristo a resucitar muertos.
Luego, con las luces del templo aún apagadas y los cirios encendidos en nuestras manos, cantamos el Pregón Pascual, un antiguo himno que exalta a Cristo resucitado y nos hace tomar conciencia de que por amor ¡y sólo por amor! Dios nos entregó a su Hijo: “Oh admirable condescendencia de su amor… por rescatar al esclavo ha sacrificado al Hijo… ésta es la noche en que Cristo ha vencido la muerte y del infierno retorna victorioso”.
Escuchamos a continuación la Palabra de Dios, más abundante que en cualquier otra celebración porque la ocasión lo ameritaba. Meditamos acerca de las maravillas realizadas antiguamente y las vemos cumplidas, planificadas y superadas con mucho en la Resurrección de Nuestro Señor: Maravilla de las maravillas, Milagro de los milagros. Entonamos entonces el himno del “Gloria a Dios en el cielo” y unimos nuestras voces a las voces de los ángeles para alabar a Dios que nos ha amado tanto. Desde el inicio de la Cuaresma no se volvió a cantar el Gloria y nuestros labios se abrieron para exultar de alegría mientras repicaban las campanas ¡Es la Pascua del Señor!
Se bendijo el agua y renovamos las promesas bautismales renunciando a Satanás, a sus obras y seducciones y confesando nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo… y si hubo bautismos se realizaron entonces, y comprendimos que el Bautismo es sumergirse con Cristo en su muerte para resurgir con él en su resurrección. El agua que se bendijo y que llevamos a nuestras casas tiene el único fin de recordarnos nuestra inmensa dignidad de Hijos de Dios, no es algo mágico ni objeto de agüeros y brujerías, es un instrumento que nos recuerda que pertenecemos a Dios porque Él nos creó y, cuando nosotros nos vendimos al demonio por nuestros pecados, Cristo nos rescató pagando como precio su propia sangre.
Finalmente, celebramos la Eucaristía. Una vez más Cristo se hizo presente en el altar en las figuras de pan y vino, una vez más se ofreció por nosotros y se ofreció a nosotros, una vez más nos alimentó con su Cuerpo y su Sangre, le recibimos y vivimos por él… y marchamos a nuestros hogares con la misión de ser luz, llevando en nuestros corazones la llama del amor de Dios, y comenzó realmente la vida, vida feliz, vida de Dios, vida de resucitados, vida que vence a la muerte, ¡Vida que merece ser vivida valientemente! ¿Cierto que fue así? Quizás no ¡Ánimo! ¡Todavía hoy es Pascua!