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Editorial - 1 octubre, 2021

To’ el mundo pelea: que el agua de octubre apague el incendio

Hay un chip metido en la mente y sangre de nosotros que nos impide ponernos de acuerdo. Pero podríamos convivir en medio de las diferencias. Sin embargo, el síntoma es más preocupante, esas diferencias han escalado al nivel de generar crudas y encarnizadas peleas. Y esta vez se están dando esas peleas en todas partes, […]

Hay un chip metido en la mente y sangre de nosotros que nos impide ponernos de acuerdo. Pero podríamos convivir en medio de las diferencias. Sin embargo, el síntoma es más preocupante, esas diferencias han escalado al nivel de generar crudas y encarnizadas peleas.

Y esta vez se están dando esas peleas en todas partes, en muchos escenarios.

No se trata de las continuas riñas familiares, que se incrementaron con el confinamiento forzoso de la pandemia. Ni las persistentes peleas entre hombre y mujer, bajo un mismo techo, en las que esta ha llevado la peor parte, por razones de cultura, idiosincrasia, dependencia económica y fragilidades emocionales de ambos.

No es ni siquiera el derivado de la polarización y radicalización política, llena de mensajes de odios, de provocaciones, mentiras, medias verdades, e insultos,  que han convertido lamentablemente a las redes sociales, no en instrumentos de afecto y amistad, sino en generadores de ansiedad, depresión, irascibilidad y desesperanza. Otras veces son vehículos que transportando cargas peligrosas atropellan  cualquier prestigio personal formado en décadas.

Los partidos políticos andan divididos entre sí, el Centro Democrático, el del presidente Uribe, acusa el desencuentro de los que desean recibir la herencia del expresidente y ya hay facciones: los pura sangre y los duquistas. El partido Liberal anda igual, con sectores marcando distancia del jefe, el expresidente Cesar Gaviria; el partido Verde, entre los que se van hacia el centro con la Coalición de la Esperanza y los amigos de Petro, y así los otros.  Sin dejar por fuera a la otrora monolítica Farc, hoy bajo la paz y el ejercicio no mimetizada de la política  convertida en vertientes, disidencias; detractores unos de otros.

Parecería que la mejor forma de unir es generar ‘iglesias’ de exclusiones; grupos unidos en torno a la amenaza de un feroz y común enemigo externo, que nos lleva así sea temporalmente a superar las fracturas internas. 

Esta vez se están recrudeciendo los conflictos, en sectores de la sociedad que los habíamos visto como ejemplos de unidad, hermandad y consistencia, y generadores de un clima de aguas tranquilas e invocadores de los espíritus de la paz y de los dioses naturales. 

Es lo que sucede con nuestros pueblos indígenas, hoy no solo enfrentados a otros sectores de la ciudadanía, sino entre sí. Lo más notorio ha sido la agudización del conflicto por el gobierno arhuaco, desde que se dio un cambio de los cabildos gobernadores, de una forma violenta inusual, que volvió trizas  el supremo valor de la unidad.

Y así hay diferencia entre los kankuamos; peleas entre indígenas de La Guajira y el Magdalena, con hechos violentos, y los del Cesar también. Se responsabilizan a las autoridades locales, seccionales y las nacionales de la cartera del Interior por tomar partido. Hay peleas entre yukpas y campesinos en Perijá. Entre comunidades campesinas, como las de Patillal, y kankuamos.

Deseamos que las abundantes aguas de octubre apaguen tremendos incendios, y que la política electoral no aumente las peligrosas fracturas sociales.

Editorial
1 octubre, 2021

To’ el mundo pelea: que el agua de octubre apague el incendio

Hay un chip metido en la mente y sangre de nosotros que nos impide ponernos de acuerdo. Pero podríamos convivir en medio de las diferencias. Sin embargo, el síntoma es más preocupante, esas diferencias han escalado al nivel de generar crudas y encarnizadas peleas. Y esta vez se están dando esas peleas en todas partes, […]


Hay un chip metido en la mente y sangre de nosotros que nos impide ponernos de acuerdo. Pero podríamos convivir en medio de las diferencias. Sin embargo, el síntoma es más preocupante, esas diferencias han escalado al nivel de generar crudas y encarnizadas peleas.

Y esta vez se están dando esas peleas en todas partes, en muchos escenarios.

No se trata de las continuas riñas familiares, que se incrementaron con el confinamiento forzoso de la pandemia. Ni las persistentes peleas entre hombre y mujer, bajo un mismo techo, en las que esta ha llevado la peor parte, por razones de cultura, idiosincrasia, dependencia económica y fragilidades emocionales de ambos.

No es ni siquiera el derivado de la polarización y radicalización política, llena de mensajes de odios, de provocaciones, mentiras, medias verdades, e insultos,  que han convertido lamentablemente a las redes sociales, no en instrumentos de afecto y amistad, sino en generadores de ansiedad, depresión, irascibilidad y desesperanza. Otras veces son vehículos que transportando cargas peligrosas atropellan  cualquier prestigio personal formado en décadas.

Los partidos políticos andan divididos entre sí, el Centro Democrático, el del presidente Uribe, acusa el desencuentro de los que desean recibir la herencia del expresidente y ya hay facciones: los pura sangre y los duquistas. El partido Liberal anda igual, con sectores marcando distancia del jefe, el expresidente Cesar Gaviria; el partido Verde, entre los que se van hacia el centro con la Coalición de la Esperanza y los amigos de Petro, y así los otros.  Sin dejar por fuera a la otrora monolítica Farc, hoy bajo la paz y el ejercicio no mimetizada de la política  convertida en vertientes, disidencias; detractores unos de otros.

Parecería que la mejor forma de unir es generar ‘iglesias’ de exclusiones; grupos unidos en torno a la amenaza de un feroz y común enemigo externo, que nos lleva así sea temporalmente a superar las fracturas internas. 

Esta vez se están recrudeciendo los conflictos, en sectores de la sociedad que los habíamos visto como ejemplos de unidad, hermandad y consistencia, y generadores de un clima de aguas tranquilas e invocadores de los espíritus de la paz y de los dioses naturales. 

Es lo que sucede con nuestros pueblos indígenas, hoy no solo enfrentados a otros sectores de la ciudadanía, sino entre sí. Lo más notorio ha sido la agudización del conflicto por el gobierno arhuaco, desde que se dio un cambio de los cabildos gobernadores, de una forma violenta inusual, que volvió trizas  el supremo valor de la unidad.

Y así hay diferencia entre los kankuamos; peleas entre indígenas de La Guajira y el Magdalena, con hechos violentos, y los del Cesar también. Se responsabilizan a las autoridades locales, seccionales y las nacionales de la cartera del Interior por tomar partido. Hay peleas entre yukpas y campesinos en Perijá. Entre comunidades campesinas, como las de Patillal, y kankuamos.

Deseamos que las abundantes aguas de octubre apaguen tremendos incendios, y que la política electoral no aumente las peligrosas fracturas sociales.