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Columnista - 28 mayo, 2020

Tiro de chorro | ‘Palabrotalogía’

Si repasamos en una semana, Valledupar suena por todas partes y no precisamente en acordeones que sería lo ideal. Mattos, Cayaita, Toyo, Ana del C, y Fabio Z., están en la boca de todos y por todo. Y nada de bueno, en ningunos de los términos. Preso, indagación, nombramientos, inconvenientes, palabras de alto calibre y […]

Si repasamos en una semana, Valledupar suena por todas partes y no precisamente en acordeones que sería lo ideal. Mattos, Cayaita, Toyo, Ana del C, y Fabio Z., están en la boca de todos y por todo. Y nada de bueno, en ningunos de los términos. Preso, indagación, nombramientos, inconvenientes, palabras de alto calibre y chistes viejos, de cuentos viejos con interpretaciones nuevas.

La versión e interpretación pública, desde pedidores  condenar al contador de chistes a cadena perpetua, hasta los que saben que nada pasa.  Para muchos un chiste, grosero, inapropiado, malentendido, inoportuno, otros  achacan desconocimientos de las tradiciones a una raza en asuntos culturales.   Mejor dicho solo falta la opinión del papa, que posiblemente se dará en las horas siguientes.

La vallenatía sana, bohemia, buena, tranquila del provinciano, nunca ha llegado a ser grosera, no es el valle una región que aplaude groserías, sin descartar que algunos personajes tengan sus frasecitas calientes en momentos calientes.

Aquí las palabras con doble sentido como canta Dolcey Gutiérrez y  José María Peñaranda- para hablar de música- no son las que arrancan aplausos masivos. El chiste,  bueno, decente, inteligente, pícaro, burlón, etc, es parte de nuestra cosa parrandera. Toba Mendoza, Triana y Moisés Perea tienen repertorio para reír por horas, pero nunca groseros, ni en contra de una raza,  y menos de mujeres. Ellas con solo  negar  la edad, tienen su martirio solitario, tan bueno que es la madurez encantadora, pero algunas esconden hasta el final su documento. Tengo amigas que no se han pensionado para que no sepan que cumplieron el ciclo.

El escritor e investigador español, Virgilio Ortega, tiene entre sus textos ‘Palabrotalogia’, que es el estudio etimológico de las palabras soeces, malsonantes, que desde siempre han estado ahí en nuestro hablar. Dice que las palabras no son “buenas” ni “malas”, son palabras. No hay palabras apestadas, o guarras, como orinar y  mear, sería como si un semáforo dejase pasar solo a los coches de alta gama o marcas prestigiosas y no a los demás.

Hasta en los animales pasa, miramos bien a los osos pandas, pero desconfiamos de las necesarias hienas. Camilo José Cela, ganador del Premio Nobel de Literatura 1989, escribió un “Diccionario secreto” sobre este tipo de palabras, y logró vender   incluso más que otros libros de su pluma. Dice Ortega que los romanos tenían más de sesenta formas de decir “puta” y que en Pompeya había un lupanar por cada cien votantes. Follar y fuelle, vienen de la misma raíz, como magister y minister y otras como carajo, coño, ramera, cachondo, teta y prostíbulo eran parte de la jerga común de la época. Lo malo, o tal vez lo bueno es que esas palabras se resisten a morir. Siguen intactas.

De esas palabrotas como dicen ciertas señoras está hecha la vida, o mejor el idioma vivo en cada pueblo, barrio, comunidad.

Roma era una sociedad matriarcal, pero el latín tiene sus curiosidades, matrix y por lo tanto mater, madre, es decir matrix  es a madre como virgo es a virgen y del griego arkhé (mando, poder) y los hombres pensamos que mandamos. Puro cuento.

El maestro Juan Gossaín tiene dos libros para ayudarnos, ‘Las palabras más bellas y otros relatos sobre lenguaje’ y ‘Diccionario de Vida’, que salió hace dos semanas y puede ayudarnos en estas lecciones y con el lenguaje caliente que investigadores, traductores, abogados, y presentadores de noticias hoy interpretan distinto. Porquería, vitela, obsceno, cortesanas, calambur, jocundo, prostituta, peregrina  y tabernera, tienen unas historias interesantes desde su nacimiento.

Hay que jugar con las palabras, antes que ella jueguen con nosotros, incluso logren sonrojarnos. Así son ellas.

Columnista
28 mayo, 2020

Tiro de chorro | ‘Palabrotalogía’

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

Si repasamos en una semana, Valledupar suena por todas partes y no precisamente en acordeones que sería lo ideal. Mattos, Cayaita, Toyo, Ana del C, y Fabio Z., están en la boca de todos y por todo. Y nada de bueno, en ningunos de los términos. Preso, indagación, nombramientos, inconvenientes, palabras de alto calibre y […]


Si repasamos en una semana, Valledupar suena por todas partes y no precisamente en acordeones que sería lo ideal. Mattos, Cayaita, Toyo, Ana del C, y Fabio Z., están en la boca de todos y por todo. Y nada de bueno, en ningunos de los términos. Preso, indagación, nombramientos, inconvenientes, palabras de alto calibre y chistes viejos, de cuentos viejos con interpretaciones nuevas.

La versión e interpretación pública, desde pedidores  condenar al contador de chistes a cadena perpetua, hasta los que saben que nada pasa.  Para muchos un chiste, grosero, inapropiado, malentendido, inoportuno, otros  achacan desconocimientos de las tradiciones a una raza en asuntos culturales.   Mejor dicho solo falta la opinión del papa, que posiblemente se dará en las horas siguientes.

La vallenatía sana, bohemia, buena, tranquila del provinciano, nunca ha llegado a ser grosera, no es el valle una región que aplaude groserías, sin descartar que algunos personajes tengan sus frasecitas calientes en momentos calientes.

Aquí las palabras con doble sentido como canta Dolcey Gutiérrez y  José María Peñaranda- para hablar de música- no son las que arrancan aplausos masivos. El chiste,  bueno, decente, inteligente, pícaro, burlón, etc, es parte de nuestra cosa parrandera. Toba Mendoza, Triana y Moisés Perea tienen repertorio para reír por horas, pero nunca groseros, ni en contra de una raza,  y menos de mujeres. Ellas con solo  negar  la edad, tienen su martirio solitario, tan bueno que es la madurez encantadora, pero algunas esconden hasta el final su documento. Tengo amigas que no se han pensionado para que no sepan que cumplieron el ciclo.

El escritor e investigador español, Virgilio Ortega, tiene entre sus textos ‘Palabrotalogia’, que es el estudio etimológico de las palabras soeces, malsonantes, que desde siempre han estado ahí en nuestro hablar. Dice que las palabras no son “buenas” ni “malas”, son palabras. No hay palabras apestadas, o guarras, como orinar y  mear, sería como si un semáforo dejase pasar solo a los coches de alta gama o marcas prestigiosas y no a los demás.

Hasta en los animales pasa, miramos bien a los osos pandas, pero desconfiamos de las necesarias hienas. Camilo José Cela, ganador del Premio Nobel de Literatura 1989, escribió un “Diccionario secreto” sobre este tipo de palabras, y logró vender   incluso más que otros libros de su pluma. Dice Ortega que los romanos tenían más de sesenta formas de decir “puta” y que en Pompeya había un lupanar por cada cien votantes. Follar y fuelle, vienen de la misma raíz, como magister y minister y otras como carajo, coño, ramera, cachondo, teta y prostíbulo eran parte de la jerga común de la época. Lo malo, o tal vez lo bueno es que esas palabras se resisten a morir. Siguen intactas.

De esas palabrotas como dicen ciertas señoras está hecha la vida, o mejor el idioma vivo en cada pueblo, barrio, comunidad.

Roma era una sociedad matriarcal, pero el latín tiene sus curiosidades, matrix y por lo tanto mater, madre, es decir matrix  es a madre como virgo es a virgen y del griego arkhé (mando, poder) y los hombres pensamos que mandamos. Puro cuento.

El maestro Juan Gossaín tiene dos libros para ayudarnos, ‘Las palabras más bellas y otros relatos sobre lenguaje’ y ‘Diccionario de Vida’, que salió hace dos semanas y puede ayudarnos en estas lecciones y con el lenguaje caliente que investigadores, traductores, abogados, y presentadores de noticias hoy interpretan distinto. Porquería, vitela, obsceno, cortesanas, calambur, jocundo, prostituta, peregrina  y tabernera, tienen unas historias interesantes desde su nacimiento.

Hay que jugar con las palabras, antes que ella jueguen con nosotros, incluso logren sonrojarnos. Así son ellas.