Anthony Antencio es un venezolano de 23 años nacido en Maracaibo. Se encuentra en Valledupar hace dos meses aproximadamente y desde que llegó sus días no han sido fáciles. En su primera noche durmió en una banca de la Plaza Alfonso López, al amanecer su cabeza estaba a punto de estallar por las incertidumbres e […]
Anthony Antencio es un venezolano de 23 años nacido en Maracaibo. Se encuentra en Valledupar hace dos meses aproximadamente y desde que llegó sus días no han sido fáciles. En su primera noche durmió en una banca de la Plaza Alfonso López, al amanecer su cabeza estaba a punto de estallar por las incertidumbres e interrogantes sobre su permanencia en un país que no conoce y lo que es peor, a nadie conoce.
En medio del agobiante calor que bañaba la ciudad se encontró con un ‘ángel’, como él describe a quien le ofrece su ayuda, luego de haberle contado su situación. Este místico ángel es una vecina del barrio El Carmen, que le brinda techo y comida, bajo el compromiso de pagarle cuando pueda trabajar.
Se encuentra indocumentado, por lo que ha sido una lucha mayor hallar trabajo y estos son necesarios en razón a que bajo cualquier modalidad de contrato el empleador debe afiliarlo a la seguridad social. Entonces no tuvo más remedio que entrar al reino de los trabajadores informales y vender manillas hechas de piedras que no son preciosas, pero que no se rayan, como lo demuestra al rasparlas con el suelo.
Con esta venta recauda aproximadamente cien mil pesos semanales, logrando pagar la ayuda recibida y lo restante debe ahorrarlo para luego enviárselo a la madre de su hijo. Paradójicamente su hijo cumplía dos años el mismo día que me abordó, ya imaginarán la profunda nostalgia que expresaban sus ojos.
Antes de venderme su producto me preguntó si tenía algo en contra de los venezolanos. Esto me llamó la atención ampliamente, pero infiero que su pregunta es relacionada con el conocimiento que su mano de obra es más barata que la nuestra y en algunas ocasiones de mayor calidad, en consecuencia desplazando al trabajador local.
Anthony trabaja todo el día en el centro y en las noches circula en la calle 12 y entre las carreras 9 y 19, donde habitualmente hay mayor flujo de personas. En Venezuela trabajaba como operador de máquina de inyección de plásticos y cursaba el cuarto semestre de sus estudios en enfermería. Mencionó el deseo de continuar con sus estudios en Valledupar, le sugerí la Universidad Popular del Cesar, la cual es semipública y tiene entre sus programas de pregrado Enfermería Superior.
Le informé que como prerrequisito de ley, debía convalidar las pruebas que había presentado para el acceso a la universidad de su país, por la Icfes, que son nuestras pruebas de Estado, además debía comprar el pin para poder realizar la inscripción y tener el pasaporte vigente, pero su cara de lamento me hizo percibir que sabía que no ingresaría por la documentación exigida.
Para todo propósito este maracucho tiene el obstáculo de la documentación que le niega cualquier forma de estabilidad, como la de todos los cientos de venezolanos que se desplazan a Colombia en busca de aquella tierra prometida donde imaginan una vida digna, mayor ingreso económico que les permita solventar las necesidades de sus hogares o al menos puedan estudiar. En el caso de Anthony, su universidad entró en paro con las protestas y confiesa que no se atreve a salir a manifestarse en contra del gobierno de Maduro, en la lucha por sus derechos, porque es consciente que le sirve más a su hijo vivo que muerto.
Por Eduardo Luis Perpiñán Chiquillo
Anthony Antencio es un venezolano de 23 años nacido en Maracaibo. Se encuentra en Valledupar hace dos meses aproximadamente y desde que llegó sus días no han sido fáciles. En su primera noche durmió en una banca de la Plaza Alfonso López, al amanecer su cabeza estaba a punto de estallar por las incertidumbres e […]
Anthony Antencio es un venezolano de 23 años nacido en Maracaibo. Se encuentra en Valledupar hace dos meses aproximadamente y desde que llegó sus días no han sido fáciles. En su primera noche durmió en una banca de la Plaza Alfonso López, al amanecer su cabeza estaba a punto de estallar por las incertidumbres e interrogantes sobre su permanencia en un país que no conoce y lo que es peor, a nadie conoce.
En medio del agobiante calor que bañaba la ciudad se encontró con un ‘ángel’, como él describe a quien le ofrece su ayuda, luego de haberle contado su situación. Este místico ángel es una vecina del barrio El Carmen, que le brinda techo y comida, bajo el compromiso de pagarle cuando pueda trabajar.
Se encuentra indocumentado, por lo que ha sido una lucha mayor hallar trabajo y estos son necesarios en razón a que bajo cualquier modalidad de contrato el empleador debe afiliarlo a la seguridad social. Entonces no tuvo más remedio que entrar al reino de los trabajadores informales y vender manillas hechas de piedras que no son preciosas, pero que no se rayan, como lo demuestra al rasparlas con el suelo.
Con esta venta recauda aproximadamente cien mil pesos semanales, logrando pagar la ayuda recibida y lo restante debe ahorrarlo para luego enviárselo a la madre de su hijo. Paradójicamente su hijo cumplía dos años el mismo día que me abordó, ya imaginarán la profunda nostalgia que expresaban sus ojos.
Antes de venderme su producto me preguntó si tenía algo en contra de los venezolanos. Esto me llamó la atención ampliamente, pero infiero que su pregunta es relacionada con el conocimiento que su mano de obra es más barata que la nuestra y en algunas ocasiones de mayor calidad, en consecuencia desplazando al trabajador local.
Anthony trabaja todo el día en el centro y en las noches circula en la calle 12 y entre las carreras 9 y 19, donde habitualmente hay mayor flujo de personas. En Venezuela trabajaba como operador de máquina de inyección de plásticos y cursaba el cuarto semestre de sus estudios en enfermería. Mencionó el deseo de continuar con sus estudios en Valledupar, le sugerí la Universidad Popular del Cesar, la cual es semipública y tiene entre sus programas de pregrado Enfermería Superior.
Le informé que como prerrequisito de ley, debía convalidar las pruebas que había presentado para el acceso a la universidad de su país, por la Icfes, que son nuestras pruebas de Estado, además debía comprar el pin para poder realizar la inscripción y tener el pasaporte vigente, pero su cara de lamento me hizo percibir que sabía que no ingresaría por la documentación exigida.
Para todo propósito este maracucho tiene el obstáculo de la documentación que le niega cualquier forma de estabilidad, como la de todos los cientos de venezolanos que se desplazan a Colombia en busca de aquella tierra prometida donde imaginan una vida digna, mayor ingreso económico que les permita solventar las necesidades de sus hogares o al menos puedan estudiar. En el caso de Anthony, su universidad entró en paro con las protestas y confiesa que no se atreve a salir a manifestarse en contra del gobierno de Maduro, en la lucha por sus derechos, porque es consciente que le sirve más a su hijo vivo que muerto.
Por Eduardo Luis Perpiñán Chiquillo