Estamos en tiempo de Navidad; tiempo en el que se hacen más vivos los deseos de paz, tan necesarios en nuestra patria; tiempo propicio para el reencuentro con los amigos y la familia, que también les deseo a mis lectores; tiempo de balances y propósitos, necesarios en ese proceso de mejoramiento continuo que es la vida.
Aunque la Navidad se haya “comercializado”, en el fondo conserva el espíritu que la inspira.
Estamos en tiempo de Navidad; tiempo en el que se hacen más vivos los deseos de paz, tan necesarios en nuestra patria; tiempo propicio para el reencuentro con los amigos y la familia, que también les deseo a mis lectores; tiempo de balances y propósitos, necesarios en ese proceso de mejoramiento continuo que es la vida.
El año que termina fue de incertidumbre y confrontación, hasta cuando la democracia le dio a la izquierda un inédito triunfo, que acatamos quienes creemos que la democracia es un bien supremo que debemos preservar, sin menoscabo de la independencia para señalar con respeto nuestras diferencias, pero también para acompañar toda propuesta que beneficie al país y, en mi caso, como presidente de FEDEGÁN, para la ganadería, la producción y la vida rural.
Ese fue el razonamiento que nos guió para aceptar el diálogo del Gobierno y firmar un acuerdo de compra de tierras a los ganaderos con destino a la reforma agraria, pues coincidimos en puntos esenciales: en que la reforma agraria no se puede limitar a la entrega de tierras, pues un título de propiedad no saca a nadie de la pobreza; en que la paz va más allá del silencio de las armas y no es posible sin la recuperación del campo, y en las ventajas de Colombia para ser una potencia agroalimentaria, convicción que, convertida en política pública, representará la redención del campo, el protagonismo de la producción agropecuaria y grandes posibilidades para la ganadería sostenible.
A partir de ese mismo razonamiento y esas coincidencias, además de principios que hemos defendido siempre, como el de la seguridad como bien fundante de la sociedad, acepté hacer parte de la comisión gubernamental en las negociaciones con el ELN, con el apoyo de los ganaderos reunidos en asamblea durante nuestro congreso nacional, en el cual el presidente Petro me hizo públicamente el ofrecimiento.
No es fácil derrotar el escepticismo, cuando la realidad pareciera decirnos que la paz no es posible para Colombia; pero la paz, como la democracia, es otro imperativo que debemos acoger con entusiasmo, como una obligación moral, un propósito nacional que una al país, le devuelva la esperanza y le muestre el camino de la verdadera paz, la del bienestar para todos.
Ese es mi deseo de Navidad, el que se anunció en Belén como premio a la buena voluntad. Pero no podemos quedarnos en el deseo, porque la paz no es solo una negociación ni un asunto solo del Gobierno; sino un compromiso y una construcción colectiva. Construyamos entre todos la paz para Colombia… Esa es mi invitación.
Estamos en tiempo de Navidad; tiempo en el que se hacen más vivos los deseos de paz, tan necesarios en nuestra patria; tiempo propicio para el reencuentro con los amigos y la familia, que también les deseo a mis lectores; tiempo de balances y propósitos, necesarios en ese proceso de mejoramiento continuo que es la vida.
Aunque la Navidad se haya “comercializado”, en el fondo conserva el espíritu que la inspira.
Estamos en tiempo de Navidad; tiempo en el que se hacen más vivos los deseos de paz, tan necesarios en nuestra patria; tiempo propicio para el reencuentro con los amigos y la familia, que también les deseo a mis lectores; tiempo de balances y propósitos, necesarios en ese proceso de mejoramiento continuo que es la vida.
El año que termina fue de incertidumbre y confrontación, hasta cuando la democracia le dio a la izquierda un inédito triunfo, que acatamos quienes creemos que la democracia es un bien supremo que debemos preservar, sin menoscabo de la independencia para señalar con respeto nuestras diferencias, pero también para acompañar toda propuesta que beneficie al país y, en mi caso, como presidente de FEDEGÁN, para la ganadería, la producción y la vida rural.
Ese fue el razonamiento que nos guió para aceptar el diálogo del Gobierno y firmar un acuerdo de compra de tierras a los ganaderos con destino a la reforma agraria, pues coincidimos en puntos esenciales: en que la reforma agraria no se puede limitar a la entrega de tierras, pues un título de propiedad no saca a nadie de la pobreza; en que la paz va más allá del silencio de las armas y no es posible sin la recuperación del campo, y en las ventajas de Colombia para ser una potencia agroalimentaria, convicción que, convertida en política pública, representará la redención del campo, el protagonismo de la producción agropecuaria y grandes posibilidades para la ganadería sostenible.
A partir de ese mismo razonamiento y esas coincidencias, además de principios que hemos defendido siempre, como el de la seguridad como bien fundante de la sociedad, acepté hacer parte de la comisión gubernamental en las negociaciones con el ELN, con el apoyo de los ganaderos reunidos en asamblea durante nuestro congreso nacional, en el cual el presidente Petro me hizo públicamente el ofrecimiento.
No es fácil derrotar el escepticismo, cuando la realidad pareciera decirnos que la paz no es posible para Colombia; pero la paz, como la democracia, es otro imperativo que debemos acoger con entusiasmo, como una obligación moral, un propósito nacional que una al país, le devuelva la esperanza y le muestre el camino de la verdadera paz, la del bienestar para todos.
Ese es mi deseo de Navidad, el que se anunció en Belén como premio a la buena voluntad. Pero no podemos quedarnos en el deseo, porque la paz no es solo una negociación ni un asunto solo del Gobierno; sino un compromiso y una construcción colectiva. Construyamos entre todos la paz para Colombia… Esa es mi invitación.