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Columnista - 16 octubre, 2012

Tengo una roza sembrada…

Por: Rodolfo Quintero Romero Son pocos los vallenatos que hoy podrían componer versos parecidos a los que adornan esa canción popular llamada “La mujer amarilla”, cuyo autor decía con orgullo que tenía una roza, huerta, sembrada con melón y patilla, porque ya estos dos cultivos prácticamente desaparecieron de la economía campesina local. La mayoría de […]

Por: Rodolfo Quintero Romero

Son pocos los vallenatos que hoy podrían componer versos parecidos a los que adornan esa canción popular llamada “La mujer amarilla”, cuyo autor decía con orgullo que tenía una roza, huerta, sembrada con melón y patilla, porque ya estos dos cultivos prácticamente desaparecieron de la economía campesina local. La mayoría de las patillas que consumimos en nuestros hogares vienen de los Llanos Orientales y el melón es una fruta exótica en nuestros campos.

De acuerdo con un estudio de la Fundación Alpina, de2011, muy pocos componentes de nuestra dieta provienen de nuestro trabajo. Por ejemplo: el plátano llega de Urabá, Córdoba y Quindío; la yuca, de las sabanas de Bolívar, acompañada del ñame; la ahuyama del sur de Bolívar, en épocas de verano; y la cebolla roja de la región de Ocaña y Santander. El 60% de lo que comemos viene de afuera.Sí, claro, el arroz, la carne, la leche y otros productos lácteos son de nuestra cosecha. Algo tenemos que producir…

Lo curioso es que todos esos alimentos también son cultivados aquí, solo que en cantidades marginales o en determinadas épocas del año. Lo cual indica que tenemos los suelos, pisos térmicos y conocimientos para producirlos y abastecer los mercados locales. ¿Por qué, entonces, no lo hacemos? Que responda el actual modelo de desarrollo que, irónicamente, produce los mayores niveles de desnutrición en la población rural encargada de producir los alimentos para las ciudades.

El Cesar es en el Caribe el departamento de mayor tradición agrícola. El primer productor de arroz y palma de aceite. La mayoría de nuestros suelos son planos, fértiles y arables aunque solo el 14% de ellos está dedicado a la agricultura, mientras que el 51,5% lo usa la ganadería extensiva. Sin embargo, dependemos de otros para alimentar a nuestra gente, a pesar de que no ignoramos que entre más lejos de nuestro territorio se cultive lo que consumimos más difícil será que llegue a la mesa de la población de menores ingresos.

Hay una íntima relación entre pobreza, hambre y desnutrición. Según el BID, el índice de pobreza nacional es del 45,5%, pero en nuestro Departamento, a pesar de sus riquezas naturales, es del 60,3%; casi 600 mil personas viven en la pobreza y en condiciones de inseguridad alimentaria. Es sabido que entre menos poder adquisitivo se posea menor cantidad de alimentos se demanda y poca calidad se exige. La pobreza ha condenado a muchos cesarenses a comer poco y a comer mal. ¡Un escándalo!

Necesitamos una estrategia de seguridad alimentaria y nutricional que incluya la producción de alimentos de calidad a precios accesibles; tecnificación de los hatos ganaderos;distritos de riego con mini represas y pozos profundos; alianzas entre la agroindustria y la economía campesina; reforestación comercial y áreas de reservas de bosque nativo; pavimentación de las vías secundarias y terciarias; conservación del medio ambiente; establecimiento de patios productivos en las áreas urbanas;y, el acceso de la población rural a créditos, tierra fértil, servicios públicos, educación y salud, entre otras medidas.

Quizás el tema más importante en la mesa de negociación entre el gobierno y la guerrilla sea el desarrollo rural. No creo que debamos esperar las decisiones que allí se tomen para empezar a dialogar entre nosotros, mujeres y hombres del Cesar, sobre el tipo de desarrollo sostenible que requerimos, para reducir el hambre y la pobreza y construir una paz estable.

[email protected]

 

Columnista
16 octubre, 2012

Tengo una roza sembrada…

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Rodolfo Quintero Romero

Por: Rodolfo Quintero Romero Son pocos los vallenatos que hoy podrían componer versos parecidos a los que adornan esa canción popular llamada “La mujer amarilla”, cuyo autor decía con orgullo que tenía una roza, huerta, sembrada con melón y patilla, porque ya estos dos cultivos prácticamente desaparecieron de la economía campesina local. La mayoría de […]


Por: Rodolfo Quintero Romero

Son pocos los vallenatos que hoy podrían componer versos parecidos a los que adornan esa canción popular llamada “La mujer amarilla”, cuyo autor decía con orgullo que tenía una roza, huerta, sembrada con melón y patilla, porque ya estos dos cultivos prácticamente desaparecieron de la economía campesina local. La mayoría de las patillas que consumimos en nuestros hogares vienen de los Llanos Orientales y el melón es una fruta exótica en nuestros campos.

De acuerdo con un estudio de la Fundación Alpina, de2011, muy pocos componentes de nuestra dieta provienen de nuestro trabajo. Por ejemplo: el plátano llega de Urabá, Córdoba y Quindío; la yuca, de las sabanas de Bolívar, acompañada del ñame; la ahuyama del sur de Bolívar, en épocas de verano; y la cebolla roja de la región de Ocaña y Santander. El 60% de lo que comemos viene de afuera.Sí, claro, el arroz, la carne, la leche y otros productos lácteos son de nuestra cosecha. Algo tenemos que producir…

Lo curioso es que todos esos alimentos también son cultivados aquí, solo que en cantidades marginales o en determinadas épocas del año. Lo cual indica que tenemos los suelos, pisos térmicos y conocimientos para producirlos y abastecer los mercados locales. ¿Por qué, entonces, no lo hacemos? Que responda el actual modelo de desarrollo que, irónicamente, produce los mayores niveles de desnutrición en la población rural encargada de producir los alimentos para las ciudades.

El Cesar es en el Caribe el departamento de mayor tradición agrícola. El primer productor de arroz y palma de aceite. La mayoría de nuestros suelos son planos, fértiles y arables aunque solo el 14% de ellos está dedicado a la agricultura, mientras que el 51,5% lo usa la ganadería extensiva. Sin embargo, dependemos de otros para alimentar a nuestra gente, a pesar de que no ignoramos que entre más lejos de nuestro territorio se cultive lo que consumimos más difícil será que llegue a la mesa de la población de menores ingresos.

Hay una íntima relación entre pobreza, hambre y desnutrición. Según el BID, el índice de pobreza nacional es del 45,5%, pero en nuestro Departamento, a pesar de sus riquezas naturales, es del 60,3%; casi 600 mil personas viven en la pobreza y en condiciones de inseguridad alimentaria. Es sabido que entre menos poder adquisitivo se posea menor cantidad de alimentos se demanda y poca calidad se exige. La pobreza ha condenado a muchos cesarenses a comer poco y a comer mal. ¡Un escándalo!

Necesitamos una estrategia de seguridad alimentaria y nutricional que incluya la producción de alimentos de calidad a precios accesibles; tecnificación de los hatos ganaderos;distritos de riego con mini represas y pozos profundos; alianzas entre la agroindustria y la economía campesina; reforestación comercial y áreas de reservas de bosque nativo; pavimentación de las vías secundarias y terciarias; conservación del medio ambiente; establecimiento de patios productivos en las áreas urbanas;y, el acceso de la población rural a créditos, tierra fértil, servicios públicos, educación y salud, entre otras medidas.

Quizás el tema más importante en la mesa de negociación entre el gobierno y la guerrilla sea el desarrollo rural. No creo que debamos esperar las decisiones que allí se tomen para empezar a dialogar entre nosotros, mujeres y hombres del Cesar, sobre el tipo de desarrollo sostenible que requerimos, para reducir el hambre y la pobreza y construir una paz estable.

[email protected]