Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 15 junio, 2020

Tapaboca heroico

Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras. Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí […]

Boton Wpp

Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras.

Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí salir, y al primero que me encuentro es al poeta del barrio Abajo, quien sin pensarlo dos veces me soltó esta perla:

Si en un país tan feliz como el nuestro

te asaltan con la cara pelá;

¿Qué nos espera ahora

que autorizan la cara tapá ..?

Regresé a mi casa desconcertado. No tanto por el verso del poeta, sino porque ya nadie quiere conversar, y el reclamo por mantener la distancia es el nuevo tipo de agresión.  Al parecer, ya no valen los saludos, nadie piensa en abrazos, los besos están prohibidos y el arma mortal es un estornudo.

Pareciera incluso, que el mundo se hubiera detenido bruscamente y que una voz celestial anunciara algo así:

– “Señores pasajeros: los que quieran bajarse, pueden hacerlo, pues de aquí en adelante el viaje no será igual. No hay cielo despejado (por contaminación) y habrá algunas tormentas (por calentamiento global)”.

Eso sí, los de primera clase (VIP) tendrán máscaras de oxígeno y los de clase económica arréglenselas como puedan con las bolsas de vomitar.

¿Y cómo les parece? Al llegar a casa, una iguana de descomunal tamaño (que más parecería una babilla) se atravesó en mi camino y me impedía pasar. Dos ardillas bajaron del almendro, y al parecer conversaron con ella, pero solo cuando procedí a quitarme el tapabocas me permitieron pasar.

Esa noche no dormí bien. Soñé que había dejado una ventana abierta y un extraño animal con cara de murciélago trataba de ingresar. Como pude combatí con él, forcejeamos un buen rato, pero al fin lo logré sacar. Al volver a conciliar el sueño (quizás ya en la madrugada) un bello loro de plumaje verde y cabeza roja de manera cordial me comenzó a hablar.

– ¿Por qué esa nueva moda de andar con la cara tapada como cualquier vulgar bandolero? – me dijo con cara de inquisidor -.

– Hay una pandemia – le contesté -.

– ¿Pandemia? ¿Qué es eso? ¿Alguna nueva religión?

– No, es un virus que se ha propagado por el mundo amenazando mortalmente a la humanidad.

– ¡Ah! ¿Entonces esa es la razón por la cual las ciudades se han convertido en grandes zoológicos, donde las casas hacen de jaulas, y las calles son senderos de contemplación?

– No tanto – le afirmé – ya la gente ha empezado a salir guardando unos protocolos de seguridad.

– Pero me preocupa que van a estar todos con el rostro cubierto, y no se van a poder distinguir. Y hasta me pregunto cómo harán las autoridades para identificar los buenos de los malos; ¿O los vivos de los bobos?

– No te preocupes – le dije – ya inventarán algo para este fin. Por ejemplo, podría ser que los malos políticos lleven en su tapaboca rubricado el rostro de Mickey Mouse; los banqueros el de Rico Mc Pato; los obreros el de Mario Bross; los ladrones la del Chompiras; y los contratistas el de Super Ratón.

Me levanté sobresaltado, pensando que el mismo Franz Kafka me había venido a visitar. Llamé entonces a mi amiga Gloria (una reputada poetisa cartagenera) especialista en metamorfosis humana, pero desafortunadamente no encontró ninguna explicación. Se limitó a decirme:

“En esta Cartagena heroica

a pesar de esta horrible pesadilla;

 una nueva generación de águilas raudales,

 repudiamos el cemento y la varilla.

 Hoy, ante semejante exabrupto;

absurdo edificio por su intromisión,

los cartageneros, ni catervas, ni vencejos;

solo hablamos de su demolición.”

Solo, decirle a Gloria que estamos de su lado, pues sería grave que por un ambicioso proyecto de viviendas (si se puede llamar viviendas a un apartamento de 45m2), la ciudad pierda su categoría de patrimonio histórico de la humanidad. Además, de lograr el loable propósito será una lección sin antecedentes en el país, y un “tapaboca heroico” a la impunidad, los desafueros y la corrupción.

Columnista
15 junio, 2020

Tapaboca heroico

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Ignacio Consuegra Bolivar

Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras. Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí […]


Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras.

Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí salir, y al primero que me encuentro es al poeta del barrio Abajo, quien sin pensarlo dos veces me soltó esta perla:

Si en un país tan feliz como el nuestro

te asaltan con la cara pelá;

¿Qué nos espera ahora

que autorizan la cara tapá ..?

Regresé a mi casa desconcertado. No tanto por el verso del poeta, sino porque ya nadie quiere conversar, y el reclamo por mantener la distancia es el nuevo tipo de agresión.  Al parecer, ya no valen los saludos, nadie piensa en abrazos, los besos están prohibidos y el arma mortal es un estornudo.

Pareciera incluso, que el mundo se hubiera detenido bruscamente y que una voz celestial anunciara algo así:

– “Señores pasajeros: los que quieran bajarse, pueden hacerlo, pues de aquí en adelante el viaje no será igual. No hay cielo despejado (por contaminación) y habrá algunas tormentas (por calentamiento global)”.

Eso sí, los de primera clase (VIP) tendrán máscaras de oxígeno y los de clase económica arréglenselas como puedan con las bolsas de vomitar.

¿Y cómo les parece? Al llegar a casa, una iguana de descomunal tamaño (que más parecería una babilla) se atravesó en mi camino y me impedía pasar. Dos ardillas bajaron del almendro, y al parecer conversaron con ella, pero solo cuando procedí a quitarme el tapabocas me permitieron pasar.

Esa noche no dormí bien. Soñé que había dejado una ventana abierta y un extraño animal con cara de murciélago trataba de ingresar. Como pude combatí con él, forcejeamos un buen rato, pero al fin lo logré sacar. Al volver a conciliar el sueño (quizás ya en la madrugada) un bello loro de plumaje verde y cabeza roja de manera cordial me comenzó a hablar.

– ¿Por qué esa nueva moda de andar con la cara tapada como cualquier vulgar bandolero? – me dijo con cara de inquisidor -.

– Hay una pandemia – le contesté -.

– ¿Pandemia? ¿Qué es eso? ¿Alguna nueva religión?

– No, es un virus que se ha propagado por el mundo amenazando mortalmente a la humanidad.

– ¡Ah! ¿Entonces esa es la razón por la cual las ciudades se han convertido en grandes zoológicos, donde las casas hacen de jaulas, y las calles son senderos de contemplación?

– No tanto – le afirmé – ya la gente ha empezado a salir guardando unos protocolos de seguridad.

– Pero me preocupa que van a estar todos con el rostro cubierto, y no se van a poder distinguir. Y hasta me pregunto cómo harán las autoridades para identificar los buenos de los malos; ¿O los vivos de los bobos?

– No te preocupes – le dije – ya inventarán algo para este fin. Por ejemplo, podría ser que los malos políticos lleven en su tapaboca rubricado el rostro de Mickey Mouse; los banqueros el de Rico Mc Pato; los obreros el de Mario Bross; los ladrones la del Chompiras; y los contratistas el de Super Ratón.

Me levanté sobresaltado, pensando que el mismo Franz Kafka me había venido a visitar. Llamé entonces a mi amiga Gloria (una reputada poetisa cartagenera) especialista en metamorfosis humana, pero desafortunadamente no encontró ninguna explicación. Se limitó a decirme:

“En esta Cartagena heroica

a pesar de esta horrible pesadilla;

 una nueva generación de águilas raudales,

 repudiamos el cemento y la varilla.

 Hoy, ante semejante exabrupto;

absurdo edificio por su intromisión,

los cartageneros, ni catervas, ni vencejos;

solo hablamos de su demolición.”

Solo, decirle a Gloria que estamos de su lado, pues sería grave que por un ambicioso proyecto de viviendas (si se puede llamar viviendas a un apartamento de 45m2), la ciudad pierda su categoría de patrimonio histórico de la humanidad. Además, de lograr el loable propósito será una lección sin antecedentes en el país, y un “tapaboca heroico” a la impunidad, los desafueros y la corrupción.