Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras. Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí […]
Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras.
Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí salir, y al primero que me encuentro es al poeta del barrio Abajo, quien sin pensarlo dos veces me soltó esta perla:
Si en un país tan feliz como el nuestro
te asaltan con la cara pelá;
¿Qué nos espera ahora
que autorizan la cara tapá ..?
Regresé a mi casa desconcertado. No tanto por el verso del poeta, sino porque ya nadie quiere conversar, y el reclamo por mantener la distancia es el nuevo tipo de agresión. Al parecer, ya no valen los saludos, nadie piensa en abrazos, los besos están prohibidos y el arma mortal es un estornudo.
Pareciera incluso, que el mundo se hubiera detenido bruscamente y que una voz celestial anunciara algo así:
– “Señores pasajeros: los que quieran bajarse, pueden hacerlo, pues de aquí en adelante el viaje no será igual. No hay cielo despejado (por contaminación) y habrá algunas tormentas (por calentamiento global)”.
Eso sí, los de primera clase (VIP) tendrán máscaras de oxígeno y los de clase económica arréglenselas como puedan con las bolsas de vomitar.
¿Y cómo les parece? Al llegar a casa, una iguana de descomunal tamaño (que más parecería una babilla) se atravesó en mi camino y me impedía pasar. Dos ardillas bajaron del almendro, y al parecer conversaron con ella, pero solo cuando procedí a quitarme el tapabocas me permitieron pasar.
Esa noche no dormí bien. Soñé que había dejado una ventana abierta y un extraño animal con cara de murciélago trataba de ingresar. Como pude combatí con él, forcejeamos un buen rato, pero al fin lo logré sacar. Al volver a conciliar el sueño (quizás ya en la madrugada) un bello loro de plumaje verde y cabeza roja de manera cordial me comenzó a hablar.
– ¿Por qué esa nueva moda de andar con la cara tapada como cualquier vulgar bandolero? – me dijo con cara de inquisidor -.
– Hay una pandemia – le contesté -.
– ¿Pandemia? ¿Qué es eso? ¿Alguna nueva religión?
– No, es un virus que se ha propagado por el mundo amenazando mortalmente a la humanidad.
– ¡Ah! ¿Entonces esa es la razón por la cual las ciudades se han convertido en grandes zoológicos, donde las casas hacen de jaulas, y las calles son senderos de contemplación?
– No tanto – le afirmé – ya la gente ha empezado a salir guardando unos protocolos de seguridad.
– Pero me preocupa que van a estar todos con el rostro cubierto, y no se van a poder distinguir. Y hasta me pregunto cómo harán las autoridades para identificar los buenos de los malos; ¿O los vivos de los bobos?
– No te preocupes – le dije – ya inventarán algo para este fin. Por ejemplo, podría ser que los malos políticos lleven en su tapaboca rubricado el rostro de Mickey Mouse; los banqueros el de Rico Mc Pato; los obreros el de Mario Bross; los ladrones la del Chompiras; y los contratistas el de Super Ratón.
Me levanté sobresaltado, pensando que el mismo Franz Kafka me había venido a visitar. Llamé entonces a mi amiga Gloria (una reputada poetisa cartagenera) especialista en metamorfosis humana, pero desafortunadamente no encontró ninguna explicación. Se limitó a decirme:
“En esta Cartagena heroica
a pesar de esta horrible pesadilla;
una nueva generación de águilas raudales,
repudiamos el cemento y la varilla.
Hoy, ante semejante exabrupto;
absurdo edificio por su intromisión,
los cartageneros, ni catervas, ni vencejos;
solo hablamos de su demolición.”
Solo, decirle a Gloria que estamos de su lado, pues sería grave que por un ambicioso proyecto de viviendas (si se puede llamar viviendas a un apartamento de 45m2), la ciudad pierda su categoría de patrimonio histórico de la humanidad. Además, de lograr el loable propósito será una lección sin antecedentes en el país, y un “tapaboca heroico” a la impunidad, los desafueros y la corrupción.
Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras. Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí […]
Sí. Me preocupa que el tal Tapabocas sea ahora un accesorio de nuestro vestuario. Me preocupa porque en vez de “Tapaboca” debería llamarse “Tapanariz y boca”. Y, porque muy probablemente, su uso le ofrecerá ventajas a quienes con fines perversos esconden sus propias máscaras.
Les digo esto, porque después de tantos días de encierro decidí salir, y al primero que me encuentro es al poeta del barrio Abajo, quien sin pensarlo dos veces me soltó esta perla:
Si en un país tan feliz como el nuestro
te asaltan con la cara pelá;
¿Qué nos espera ahora
que autorizan la cara tapá ..?
Regresé a mi casa desconcertado. No tanto por el verso del poeta, sino porque ya nadie quiere conversar, y el reclamo por mantener la distancia es el nuevo tipo de agresión. Al parecer, ya no valen los saludos, nadie piensa en abrazos, los besos están prohibidos y el arma mortal es un estornudo.
Pareciera incluso, que el mundo se hubiera detenido bruscamente y que una voz celestial anunciara algo así:
– “Señores pasajeros: los que quieran bajarse, pueden hacerlo, pues de aquí en adelante el viaje no será igual. No hay cielo despejado (por contaminación) y habrá algunas tormentas (por calentamiento global)”.
Eso sí, los de primera clase (VIP) tendrán máscaras de oxígeno y los de clase económica arréglenselas como puedan con las bolsas de vomitar.
¿Y cómo les parece? Al llegar a casa, una iguana de descomunal tamaño (que más parecería una babilla) se atravesó en mi camino y me impedía pasar. Dos ardillas bajaron del almendro, y al parecer conversaron con ella, pero solo cuando procedí a quitarme el tapabocas me permitieron pasar.
Esa noche no dormí bien. Soñé que había dejado una ventana abierta y un extraño animal con cara de murciélago trataba de ingresar. Como pude combatí con él, forcejeamos un buen rato, pero al fin lo logré sacar. Al volver a conciliar el sueño (quizás ya en la madrugada) un bello loro de plumaje verde y cabeza roja de manera cordial me comenzó a hablar.
– ¿Por qué esa nueva moda de andar con la cara tapada como cualquier vulgar bandolero? – me dijo con cara de inquisidor -.
– Hay una pandemia – le contesté -.
– ¿Pandemia? ¿Qué es eso? ¿Alguna nueva religión?
– No, es un virus que se ha propagado por el mundo amenazando mortalmente a la humanidad.
– ¡Ah! ¿Entonces esa es la razón por la cual las ciudades se han convertido en grandes zoológicos, donde las casas hacen de jaulas, y las calles son senderos de contemplación?
– No tanto – le afirmé – ya la gente ha empezado a salir guardando unos protocolos de seguridad.
– Pero me preocupa que van a estar todos con el rostro cubierto, y no se van a poder distinguir. Y hasta me pregunto cómo harán las autoridades para identificar los buenos de los malos; ¿O los vivos de los bobos?
– No te preocupes – le dije – ya inventarán algo para este fin. Por ejemplo, podría ser que los malos políticos lleven en su tapaboca rubricado el rostro de Mickey Mouse; los banqueros el de Rico Mc Pato; los obreros el de Mario Bross; los ladrones la del Chompiras; y los contratistas el de Super Ratón.
Me levanté sobresaltado, pensando que el mismo Franz Kafka me había venido a visitar. Llamé entonces a mi amiga Gloria (una reputada poetisa cartagenera) especialista en metamorfosis humana, pero desafortunadamente no encontró ninguna explicación. Se limitó a decirme:
“En esta Cartagena heroica
a pesar de esta horrible pesadilla;
una nueva generación de águilas raudales,
repudiamos el cemento y la varilla.
Hoy, ante semejante exabrupto;
absurdo edificio por su intromisión,
los cartageneros, ni catervas, ni vencejos;
solo hablamos de su demolición.”
Solo, decirle a Gloria que estamos de su lado, pues sería grave que por un ambicioso proyecto de viviendas (si se puede llamar viviendas a un apartamento de 45m2), la ciudad pierda su categoría de patrimonio histórico de la humanidad. Además, de lograr el loable propósito será una lección sin antecedentes en el país, y un “tapaboca heroico” a la impunidad, los desafueros y la corrupción.