El pasado 7 de agosto fue un día de contradicciones. Por un lado resultó placentero transitar por las desoladas calles vallenatas, sin el estrépito de los motores de carros y motocicletas y sus pitos desapacibles, sin la presencia de grúas merodeadoras a la cazade vehículos supuestamente mal parqueados y sin el bullicio de las gentes. Todo un oasis.