Es un cuento que escribí hace veinticinco años, cuando mis narraciones eran endebles y un tanto inocentes. Ni me acordaba de él, pero Jairo Cala Otero, mi amigo y colega, no solo en el periodismo sino en el oficio de escritor y de defensor del buen uso del idioma, como yo, me lo envió e hizo que estos días fueran para mí un festín de bellos recuerdos y de dulces añoranzas.