“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí”. Filipenses 3,12 (NBJ). Entendemos por disfunción el desarreglo en el funcionamiento de algo o en la distorsión de la función que le corresponde. También puede ser la alteración en cantidad […]
“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí”. Filipenses 3,12 (NBJ).
Entendemos por disfunción el desarreglo en el funcionamiento de algo o en la distorsión de la función que le corresponde. También puede ser la alteración en cantidad o calidad de una determinada función orgánica.
Muchos provenimos de hogares disfuncionales y nuestras vidas y conductas son igualmente disfuncionales; por eso, sentimos que Dios no puede usarnos. Pero la buena noticia es que Dios supera las disfunciones.
Pensemos en el patriarca José y su familia. Su padre Jacob era un tramposo; sus hermanos le tenían envidia, lo odiaban e intentaron matarlo; lo metieron en una cisterna hasta que decidieron venderlo a una caravana de mercaderes por veinte piezas de plata. La esposa de su jefe Potifar, quiso seducirlo y mintió sobre él. Sus amigos de la cárcel lo olvidaron, fue pasado por alto, maltratado y olvidado. Sin embargo, José tenía una relación tan fuerte con Dios que creció a pesar de todo, Dios estaba con José y en todo lo que hacía, Dios lo prosperaba. Llegó a ser el virrey de todo Egipto con tan solo treinta años.
Dios bendijo a José con una esposa y dos hijos. Llamó José al primogénito Manasés, porque dijo: Dios me hizo olvidar todos mis sufrimientos, y a toda la casa de mi padre. Al segundo, lo llamó Efraín, porque dijo: Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción. Esto significa que José no estaba atado a su pasado disfuncional, los nombres de sus hijos reflejaban la victoria de su futuro por causa de su Dios. La lección aprendida es que lo que cuenta no es lo nos hayan hecho ni lo que hemos hecho, sino lo que haremos en el nombre de Dios.
David también sufrió la disfunción familiar. Nunca nadie había creído en David. Su vida estaba llena de topes y limitaciones, de su familia, su líder, su trasfondo, su juventud, su inexperiencia. Su padre, Isaí de Belén, no lo tuvo en cuenta, no lo mostró, a pesar de tener siete hijos, tenía a David en poca estima cuidando las ovejas. Samuel, el profeta, tenía otra idea de a quién debía ungir como rey. Sus hermanos, lo menospreciaron en la batalla. El rey Saúl, lo descalificó como soldado. El enemigo Goliat, lo tuvo en poco y menospreció su juventud.
¡Solamente Dios creyó en David! Él conocía su corazón, allá lejos de la mirada de los hombres, conocía su adoración, su fidelidad y su valor al cuidado del rebaño. El liderazgo de David levantó el tope para sí mismo, para otros y para toda la nación. Amplió el horizonte y corrió los límites de su honor y su servicio a Dios. Algo bonito que puedo recordar de David, es que el éxito no depende de nuestra fuerza, sino de la fuerza de Dios.
Amados amigos, con el marco de esas experiencias, hoy los animo a creer que hay un nuevo nivel al que Dios quiere llevarnos, no permitamos que nadie nos descalifique ni imponga cargas adicionales a nuestra existencia.
Hemos nacido y estamos creciendo para glorificar al Dios de la vida. Así, cuando todo el mundo diga que todo terminó, que no va más, que Dios nos ha dejado; necesitamos un nuevo aire y una nueva convicción de la presencia de Dios en nosotros.
Levantémonos en la fuerza y la unción del Señor y confiemos que sin importar lo que podamos enfrentar hoy, Dios estará con nosotros. Y como Fares, el hijo de Judá y Tamar, nacido en el ambiente más disfuncional posible, se levantó abriendo brecha y se convirtió en descendiente directo de David y por ende de Jesús, la raíz de David; también nosotros podamos con la ayuda del Señor, convertirnos en abridores de brecha y corredores de muros limitantes, ampliadores de horizontes.
Nuestra oración por todos aquellos que se creen disfuncionales y apartados, ¡Dios puede superar nuestros errores, equivocaciones, errores y disfuncionalidad! Un abrazo y muchas bendiciones.
Por Valerio Mejía Araujo
“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí”. Filipenses 3,12 (NBJ). Entendemos por disfunción el desarreglo en el funcionamiento de algo o en la distorsión de la función que le corresponde. También puede ser la alteración en cantidad […]
“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí”. Filipenses 3,12 (NBJ).
Entendemos por disfunción el desarreglo en el funcionamiento de algo o en la distorsión de la función que le corresponde. También puede ser la alteración en cantidad o calidad de una determinada función orgánica.
Muchos provenimos de hogares disfuncionales y nuestras vidas y conductas son igualmente disfuncionales; por eso, sentimos que Dios no puede usarnos. Pero la buena noticia es que Dios supera las disfunciones.
Pensemos en el patriarca José y su familia. Su padre Jacob era un tramposo; sus hermanos le tenían envidia, lo odiaban e intentaron matarlo; lo metieron en una cisterna hasta que decidieron venderlo a una caravana de mercaderes por veinte piezas de plata. La esposa de su jefe Potifar, quiso seducirlo y mintió sobre él. Sus amigos de la cárcel lo olvidaron, fue pasado por alto, maltratado y olvidado. Sin embargo, José tenía una relación tan fuerte con Dios que creció a pesar de todo, Dios estaba con José y en todo lo que hacía, Dios lo prosperaba. Llegó a ser el virrey de todo Egipto con tan solo treinta años.
Dios bendijo a José con una esposa y dos hijos. Llamó José al primogénito Manasés, porque dijo: Dios me hizo olvidar todos mis sufrimientos, y a toda la casa de mi padre. Al segundo, lo llamó Efraín, porque dijo: Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción. Esto significa que José no estaba atado a su pasado disfuncional, los nombres de sus hijos reflejaban la victoria de su futuro por causa de su Dios. La lección aprendida es que lo que cuenta no es lo nos hayan hecho ni lo que hemos hecho, sino lo que haremos en el nombre de Dios.
David también sufrió la disfunción familiar. Nunca nadie había creído en David. Su vida estaba llena de topes y limitaciones, de su familia, su líder, su trasfondo, su juventud, su inexperiencia. Su padre, Isaí de Belén, no lo tuvo en cuenta, no lo mostró, a pesar de tener siete hijos, tenía a David en poca estima cuidando las ovejas. Samuel, el profeta, tenía otra idea de a quién debía ungir como rey. Sus hermanos, lo menospreciaron en la batalla. El rey Saúl, lo descalificó como soldado. El enemigo Goliat, lo tuvo en poco y menospreció su juventud.
¡Solamente Dios creyó en David! Él conocía su corazón, allá lejos de la mirada de los hombres, conocía su adoración, su fidelidad y su valor al cuidado del rebaño. El liderazgo de David levantó el tope para sí mismo, para otros y para toda la nación. Amplió el horizonte y corrió los límites de su honor y su servicio a Dios. Algo bonito que puedo recordar de David, es que el éxito no depende de nuestra fuerza, sino de la fuerza de Dios.
Amados amigos, con el marco de esas experiencias, hoy los animo a creer que hay un nuevo nivel al que Dios quiere llevarnos, no permitamos que nadie nos descalifique ni imponga cargas adicionales a nuestra existencia.
Hemos nacido y estamos creciendo para glorificar al Dios de la vida. Así, cuando todo el mundo diga que todo terminó, que no va más, que Dios nos ha dejado; necesitamos un nuevo aire y una nueva convicción de la presencia de Dios en nosotros.
Levantémonos en la fuerza y la unción del Señor y confiemos que sin importar lo que podamos enfrentar hoy, Dios estará con nosotros. Y como Fares, el hijo de Judá y Tamar, nacido en el ambiente más disfuncional posible, se levantó abriendo brecha y se convirtió en descendiente directo de David y por ende de Jesús, la raíz de David; también nosotros podamos con la ayuda del Señor, convertirnos en abridores de brecha y corredores de muros limitantes, ampliadores de horizontes.
Nuestra oración por todos aquellos que se creen disfuncionales y apartados, ¡Dios puede superar nuestros errores, equivocaciones, errores y disfuncionalidad! Un abrazo y muchas bendiciones.
Por Valerio Mejía Araujo