Nada genera más estrés a un conductor de un carro que ir detrás de una o varias motocicletas. Basta con tener al frente una moto para que comience a pitar, maldecir y exigir que se aparte y ceda el paso. Siente que lo están despojando de un derecho inalienable: el uso exclusivo de la calle. […]
Nada genera más estrés a un conductor de un carro que ir detrás de una o varias motocicletas. Basta con tener al frente una moto para que comience a pitar, maldecir y exigir que se aparte y ceda el paso. Siente que lo están despojando de un derecho inalienable: el uso exclusivo de la calle.
Pero no hay tal. La calle es de todos, es un bien público. Tiene el mismo derecho a usarla un motociclista, el propietario de un carro o un ciclista. No hay prelación, y si la hubiera tendría que ser en favor de los que se desplazan en buses, porque se trata de un considerable número de ciudadanos a bordo de un mismo vehículo, a los que les correspondería, si se suman sus derechos per cápita, un mayor espacio público.
Lo señalo porque hay que defender el legítimo derecho de los motociclistas a usar sus vehículos para movilizarse. Digo vehículos porque parece que no queremos aceptar que motos, bicicletas y carros tienen eso en común: todos son vehículos y como tales quienes los usan tienen iguales derechos y deberes que exigir y cumplir.
Quizás aquí resida el meollo de los problemas que hoy suscitan las motos en Valledupar. Ni los motociclistas ni los conductores de carros ni siquiera los mismos policías de tránsito aceptan el hecho elemental de que las motos son también vehículos. Por ello, los motociclistas tienen que respetar las mismas normas de tránsito que aplican para los otros: no adelantar por la derecha; no circular en contravía ni zigzaguear; no irrespetar semáforos ni subirse a los andenes, etc.
Caso aparte es el mototaxismo que, si bien cumple una labor social importante al suplir la inexistencia de un sistema de transporte masivo, arriesga la vida de sus usuarios al transportarlos sin las medidas más obvias de precaución. En Valledupar, según la universidad Javeriana, el 91% de los pasajeros son mujeres y sólo el 1,3% usa casco. Pero la solución es sencilla: constrúyase un buen sistema de transporte masivo y veremos cómo desaparecen los mototaxis.
El desacato a las reglas de tránsito, el exceso de velocidad y el no uso del casco han incrementado las lesiones y muertes de motociclistas. A estos, hay que educarlos en el manejo seguro y el respeto a las normas. A las autoridades, exigirles mayor control en la expedición de licencias de conducción y fomentar la convivencia tranquila en las calles.
La estigmatización que sufren los motociclistas es antidemocrática e injusta, sobre todo cuando se les relaciona con la criminalidad. Las motos facilitan el accionar de los delincuentes, pero sin ellas, la inseguridad tampoco desaparecería. Por eso cuando oigo que hay que restringir su circulación para reducir la violencia me acuerdo de aquel marido cornudo que pensó solucionar el incordio vendiendo el sofá.
Nada genera más estrés a un conductor de un carro que ir detrás de una o varias motocicletas. Basta con tener al frente una moto para que comience a pitar, maldecir y exigir que se aparte y ceda el paso. Siente que lo están despojando de un derecho inalienable: el uso exclusivo de la calle. […]
Nada genera más estrés a un conductor de un carro que ir detrás de una o varias motocicletas. Basta con tener al frente una moto para que comience a pitar, maldecir y exigir que se aparte y ceda el paso. Siente que lo están despojando de un derecho inalienable: el uso exclusivo de la calle.
Pero no hay tal. La calle es de todos, es un bien público. Tiene el mismo derecho a usarla un motociclista, el propietario de un carro o un ciclista. No hay prelación, y si la hubiera tendría que ser en favor de los que se desplazan en buses, porque se trata de un considerable número de ciudadanos a bordo de un mismo vehículo, a los que les correspondería, si se suman sus derechos per cápita, un mayor espacio público.
Lo señalo porque hay que defender el legítimo derecho de los motociclistas a usar sus vehículos para movilizarse. Digo vehículos porque parece que no queremos aceptar que motos, bicicletas y carros tienen eso en común: todos son vehículos y como tales quienes los usan tienen iguales derechos y deberes que exigir y cumplir.
Quizás aquí resida el meollo de los problemas que hoy suscitan las motos en Valledupar. Ni los motociclistas ni los conductores de carros ni siquiera los mismos policías de tránsito aceptan el hecho elemental de que las motos son también vehículos. Por ello, los motociclistas tienen que respetar las mismas normas de tránsito que aplican para los otros: no adelantar por la derecha; no circular en contravía ni zigzaguear; no irrespetar semáforos ni subirse a los andenes, etc.
Caso aparte es el mototaxismo que, si bien cumple una labor social importante al suplir la inexistencia de un sistema de transporte masivo, arriesga la vida de sus usuarios al transportarlos sin las medidas más obvias de precaución. En Valledupar, según la universidad Javeriana, el 91% de los pasajeros son mujeres y sólo el 1,3% usa casco. Pero la solución es sencilla: constrúyase un buen sistema de transporte masivo y veremos cómo desaparecen los mototaxis.
El desacato a las reglas de tránsito, el exceso de velocidad y el no uso del casco han incrementado las lesiones y muertes de motociclistas. A estos, hay que educarlos en el manejo seguro y el respeto a las normas. A las autoridades, exigirles mayor control en la expedición de licencias de conducción y fomentar la convivencia tranquila en las calles.
La estigmatización que sufren los motociclistas es antidemocrática e injusta, sobre todo cuando se les relaciona con la criminalidad. Las motos facilitan el accionar de los delincuentes, pero sin ellas, la inseguridad tampoco desaparecería. Por eso cuando oigo que hay que restringir su circulación para reducir la violencia me acuerdo de aquel marido cornudo que pensó solucionar el incordio vendiendo el sofá.