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Columnista - 21 noviembre, 2010

Su majestad: la palabra

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público [email protected] Ya antes me he referido a este importante tema, pero nunca será bastante cuando su importancia se mantiene vigente por los siglos de los siglos, especialmente cuando por estos días se reciben noticias locales tan refrescantes, como que una jovencita estudiante de un liceo local obtuvo el […]

Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público
[email protected]

Ya antes me he referido a este importante tema, pero nunca será bastante cuando su importancia se mantiene vigente por los siglos de los siglos, especialmente cuando por estos días se reciben noticias locales tan refrescantes, como que una jovencita estudiante de un liceo local obtuvo el máximo galardón en un reciente concurso nacional de oratoria, gracias a su afición constante a la lectura y a la modulación de voz; y qué tal el otro joven premiado en un concurso , también nacional, en materia de ortografía.  Y como si ello fuera poco, también por estos días los diarios nacionales y locales han estado refiriéndose al tema de “los palabreros” de la casta Wayuu, cuyos miembros designados, infortunadamente, no pudieron viajar recientemente a la lejana Nairobi, para recibir la honrosa distinción de la UNESCO, entidad que decretó que la misión del palabrero es PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD.

Pensamos que este acto nos hace reflexionar de nuevo sobre la sabiduría de los dichos y adagios, en especial aquel que desde niños aprendimos y manejamos: “Dios tarda, pero no olvida”.  Se estaba en mora de hacer tal homenaje a estos sabios y humildes hombres, digno ejemplo para los gobernantes, letrados y todos nosotros, los profesionales, pues la gran mayoría de veces, sin tener o haber alcanzado un grado de cultura superior, con su palabra ayudan a concertar La Paz.

Pero, sabes tu, amigo lector, lo que es “un palabrero”?.  Trataré modestamente de situarte en el lugar correcto, no porque yo sepa más del tema, sino porque posiblemente lo he leído, estudiado y analizado un poco más.  Y porque ahora, que entre nosotros está de moda la “oralidad” con la puesta en marcha del Nuevo Sistema Penal Acusatorio, se hace necesario que entiendan y comprendan las sutiles e importantes diferencias entre un “orador” y un “palabrero”, sin que, de ninguna manera (ni más faltaba), este ejercicio equivalga a desmeritar en lo más mínimo a esos admirados maestros de la palabra.

Por ejemplo, en el tema del palabrero, hay palabras que pierden su significado literal en algunas comunidades.  Tal es la palabra “cárcel” tan utilizada en el argot del orador jurídico, contrario a lo que ocurre entre los Wayuu, compuesta por las 21 castas que habitan en la península de la Guajira Colombiana.  Pues para ellos, la prisión no es sinónimo de la privación de la libertad.  Antes por el contrario, para ellos implica mucha vida, pero encadenada al trabajo, bajo el sol o la luna, pero sin ganar para sí mismo, sino para trabajar para los demás.  Incluso puede significar unión familiar, y eso no aparece en ningún código o libro;  es una consideración que se ha enrizado de generación en generación.  Comprar o criar 700 chivos y 60 reses en un territorio árido y seco como el desierto guajiro, es una faena que involucra mucho más que voluntad y deseos.  En tales circunstancias, tales logros, según los palabreros, no se hacen para engrosar orgullos, ni menos para anotarlo en la columna de ganancias.  Eso es para cumplir una cuota, para garantizar la propia vida, porque un indígena no va a la cárcel, sino que paga con trabajo.

El palabrero Edicto Barroso Sijona, que vive en Guarepati, corregimiento de Puerto López, en la Alta Guajira, y a quien conocí por intermedio de mi amigo Charu, en Manaure, con 69 años a cuestas, me comentó que es palabrero desde muy joven, porque se acostumbró a ser “analista de situaciones”.  Algo casi parecido realiza el defensor (orador) jurídico; pues su labor en el juicio oral comienza con la exposición ante el Juez, de su tesis o teoría del caso.  Pero, contrario al Fiscal, que sí está obligado a “hablar” (exponer su teoría del caso), ya que según la Corte Constitucional, la acusación es el soporte del juicio, el defensor (orador – no palabrero) puede reservarse el derecho a hablar, si considera que la mejor táctica para defender los intereses del acusado, es el silencio; y con ello no viola el derecho a la defensa Técnica. Lo que no puede el orador es ofrecer, aparte de la indemnización integral, ni chivos, ni reses, ni collares, ni sartas de oro, ni de tumas, la piedra más valiosa de la región Wayuu…

Columnista
21 noviembre, 2010

Su majestad: la palabra

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Rafael Nieto Pardo

Por: Luis Rafael Nieto Pardo Defensor público [email protected] Ya antes me he referido a este importante tema, pero nunca será bastante cuando su importancia se mantiene vigente por los siglos de los siglos, especialmente cuando por estos días se reciben noticias locales tan refrescantes, como que una jovencita estudiante de un liceo local obtuvo el […]


Por: Luis Rafael Nieto Pardo
Defensor público
[email protected]

Ya antes me he referido a este importante tema, pero nunca será bastante cuando su importancia se mantiene vigente por los siglos de los siglos, especialmente cuando por estos días se reciben noticias locales tan refrescantes, como que una jovencita estudiante de un liceo local obtuvo el máximo galardón en un reciente concurso nacional de oratoria, gracias a su afición constante a la lectura y a la modulación de voz; y qué tal el otro joven premiado en un concurso , también nacional, en materia de ortografía.  Y como si ello fuera poco, también por estos días los diarios nacionales y locales han estado refiriéndose al tema de “los palabreros” de la casta Wayuu, cuyos miembros designados, infortunadamente, no pudieron viajar recientemente a la lejana Nairobi, para recibir la honrosa distinción de la UNESCO, entidad que decretó que la misión del palabrero es PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD.

Pensamos que este acto nos hace reflexionar de nuevo sobre la sabiduría de los dichos y adagios, en especial aquel que desde niños aprendimos y manejamos: “Dios tarda, pero no olvida”.  Se estaba en mora de hacer tal homenaje a estos sabios y humildes hombres, digno ejemplo para los gobernantes, letrados y todos nosotros, los profesionales, pues la gran mayoría de veces, sin tener o haber alcanzado un grado de cultura superior, con su palabra ayudan a concertar La Paz.

Pero, sabes tu, amigo lector, lo que es “un palabrero”?.  Trataré modestamente de situarte en el lugar correcto, no porque yo sepa más del tema, sino porque posiblemente lo he leído, estudiado y analizado un poco más.  Y porque ahora, que entre nosotros está de moda la “oralidad” con la puesta en marcha del Nuevo Sistema Penal Acusatorio, se hace necesario que entiendan y comprendan las sutiles e importantes diferencias entre un “orador” y un “palabrero”, sin que, de ninguna manera (ni más faltaba), este ejercicio equivalga a desmeritar en lo más mínimo a esos admirados maestros de la palabra.

Por ejemplo, en el tema del palabrero, hay palabras que pierden su significado literal en algunas comunidades.  Tal es la palabra “cárcel” tan utilizada en el argot del orador jurídico, contrario a lo que ocurre entre los Wayuu, compuesta por las 21 castas que habitan en la península de la Guajira Colombiana.  Pues para ellos, la prisión no es sinónimo de la privación de la libertad.  Antes por el contrario, para ellos implica mucha vida, pero encadenada al trabajo, bajo el sol o la luna, pero sin ganar para sí mismo, sino para trabajar para los demás.  Incluso puede significar unión familiar, y eso no aparece en ningún código o libro;  es una consideración que se ha enrizado de generación en generación.  Comprar o criar 700 chivos y 60 reses en un territorio árido y seco como el desierto guajiro, es una faena que involucra mucho más que voluntad y deseos.  En tales circunstancias, tales logros, según los palabreros, no se hacen para engrosar orgullos, ni menos para anotarlo en la columna de ganancias.  Eso es para cumplir una cuota, para garantizar la propia vida, porque un indígena no va a la cárcel, sino que paga con trabajo.

El palabrero Edicto Barroso Sijona, que vive en Guarepati, corregimiento de Puerto López, en la Alta Guajira, y a quien conocí por intermedio de mi amigo Charu, en Manaure, con 69 años a cuestas, me comentó que es palabrero desde muy joven, porque se acostumbró a ser “analista de situaciones”.  Algo casi parecido realiza el defensor (orador) jurídico; pues su labor en el juicio oral comienza con la exposición ante el Juez, de su tesis o teoría del caso.  Pero, contrario al Fiscal, que sí está obligado a “hablar” (exponer su teoría del caso), ya que según la Corte Constitucional, la acusación es el soporte del juicio, el defensor (orador – no palabrero) puede reservarse el derecho a hablar, si considera que la mejor táctica para defender los intereses del acusado, es el silencio; y con ello no viola el derecho a la defensa Técnica. Lo que no puede el orador es ofrecer, aparte de la indemnización integral, ni chivos, ni reses, ni collares, ni sartas de oro, ni de tumas, la piedra más valiosa de la región Wayuu…