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Columnista - 17 julio, 2024

Soy colombiano

Hasta hace poco la fiebre del fútbol estuvo acompañándonos sin malestar alguno, haciendo que nos olvidáramos de otros síntomas asociados que en realidad desgastan tanto el cuerpo como el alma de todos aquellos apasionados por este maravilloso deporte.

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Hasta hace poco la fiebre del fútbol estuvo acompañándonos sin malestar alguno, haciendo que nos olvidáramos de otros síntomas asociados que en realidad desgastan tanto el cuerpo como el alma de todos aquellos apasionados por este maravilloso deporte. Y es que no solo se vivió en América sino también del otro lado del charco donde los europeos con caras pintadas y cánticos inentendibles expresaban la pasión por algo que une más que cualquier otra actividad o deporte.

Pero, me quiero detener concretamente en la pasión colombiana, en donde por unas semanas todo un país se unió para pujar con dolor o sin él la aspiración a ganar otra Copa América. Los principios de igualdad, la no distinción de razas, credos o religión, y mucho menos las discrepancias políticas distanciaron el fin común perseguido por todos, ganar la Copa América. Nos unimos y no importaba abrazarnos con el de al lado cuando celebrábamos un gol de nuestra selección, aceptábamos el trago del extraño ante la emoción o el nerviosismo de un partido, solo teníamos lenguas para hablar un solo idioma, aunque muchos no tuvieran la idea de quiénes eran los jugadores, lo que importaba era estar presentes apoyando a nuestra selección.

Sin embargo, sería bueno reflexionar sobre las distintas facetas de apoyo en la diversidad solidaria que despierta esta pasión. La gran mayoría, llámese pueblo, sufre desde siempre, antes de comenzar, en el transcurso y hasta el final. Otros, esporádicamente, se muestran interesados y por momentos se entregan, junto a los primeros, con alma, vida y sombrero, apoyando a nuestra selección, y por último, los que desde la comodidad locativa y de tiempo se asoman casi siempre al final con la camiseta “original” comprada a último minuto, mostrándose como los siempre atentos y que presumen de sabiondos sin humildad y mucho menos respetos por los demás, verdaderos conocedores de la historia que nos une.

Pues bien, siguiendo en esta distinción de fanáticos del fútbol, o mejor aún, de nuestra selección, podríamos incluso analizar comportamientos de los diferentes hinchas, pero lo que nos importa verdaderamente es el fin perseguido por todos, como lo decía, sin importar clase, sexo, raza, credo o afinidad política, aquí lo que importa es desear ganar la Copa aunque no estemos preparados para ello, y es que los actos lo muestran por sí solos. Un país que decide celebrar cívicamente sin atender resultados, ordenado por quien lo dirige, a pesar que en el fondo lo que necesitamos es producir, no da buen ejemplo de un país pujante, como en efecto, lo somos. 

Cuando nuestros medios noticiosos en televisión, siendo puntuales, le dedican ochos horas previas para cubrir el evento final en donde somos protagonistas, también deja mucho que decir, no contando que las emisiones de noticieros durante los días anteriores, el ochenta por ciento de la transmisión, quizás hasta más, son dedicados a todo lo concerniente con nuestra selección, creo con todo respeto, que para eso existe dentro de los mismos canales, programas especializados y dedicados exclusivamente para ello.

Si en las elecciones se permitiera que la Selección Colombia fuera candidata a la Presidencia de la República, ésta barrería en los comicios y no habría necesidad de apelar a la compraventa de votos. Al contrario, todos se meterían la mano al bolsillo para apoyar dicha candidatura, pero, pregunto: ¿después qué? La fiebre que nos acompañó fielmente durante algunos días, sentida desde adentro, pasaría gracias al tratamiento etílico, preferido al farmacéutico, aunque después debamos recurrir a éste por cuestiones de guayabo (tanto moral como físico) y malestar, debiendo afrontar el día de mañana la realidad cotidiana en la que todos estamos inmersos, no importando si somos los de los primeros, los segundos o los terceros.

Somos un país grande, soy colombiano, y las emociones, las preocupaciones y el nerviosismo que me causa la Selección no las despierta ni el recibo de la luz que me acaba de llegar. Vivo en la utopía, al menos hoy presente, de ganar un mundial, pero, antes debemos cambiar y ponernos la camiseta no solo cuando juegue la Selección, sino todos los días, recordándonos cada vez que juegan, de dónde es cada uno que la integra. La razón de ser, los sacrificios, no solo de ellos sino también de sus familias. Cada uno de nosotros nos vemos representados en cada uno de ellos, seamos referentes entonces, y demos ejemplo recordando siempre que la humildad en donde nacen es la verdadera causa de unión de los colombianos. 

Por: Jairo Mejía.

Columnista
17 julio, 2024

Soy colombiano

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

Hasta hace poco la fiebre del fútbol estuvo acompañándonos sin malestar alguno, haciendo que nos olvidáramos de otros síntomas asociados que en realidad desgastan tanto el cuerpo como el alma de todos aquellos apasionados por este maravilloso deporte.


Hasta hace poco la fiebre del fútbol estuvo acompañándonos sin malestar alguno, haciendo que nos olvidáramos de otros síntomas asociados que en realidad desgastan tanto el cuerpo como el alma de todos aquellos apasionados por este maravilloso deporte. Y es que no solo se vivió en América sino también del otro lado del charco donde los europeos con caras pintadas y cánticos inentendibles expresaban la pasión por algo que une más que cualquier otra actividad o deporte.

Pero, me quiero detener concretamente en la pasión colombiana, en donde por unas semanas todo un país se unió para pujar con dolor o sin él la aspiración a ganar otra Copa América. Los principios de igualdad, la no distinción de razas, credos o religión, y mucho menos las discrepancias políticas distanciaron el fin común perseguido por todos, ganar la Copa América. Nos unimos y no importaba abrazarnos con el de al lado cuando celebrábamos un gol de nuestra selección, aceptábamos el trago del extraño ante la emoción o el nerviosismo de un partido, solo teníamos lenguas para hablar un solo idioma, aunque muchos no tuvieran la idea de quiénes eran los jugadores, lo que importaba era estar presentes apoyando a nuestra selección.

Sin embargo, sería bueno reflexionar sobre las distintas facetas de apoyo en la diversidad solidaria que despierta esta pasión. La gran mayoría, llámese pueblo, sufre desde siempre, antes de comenzar, en el transcurso y hasta el final. Otros, esporádicamente, se muestran interesados y por momentos se entregan, junto a los primeros, con alma, vida y sombrero, apoyando a nuestra selección, y por último, los que desde la comodidad locativa y de tiempo se asoman casi siempre al final con la camiseta “original” comprada a último minuto, mostrándose como los siempre atentos y que presumen de sabiondos sin humildad y mucho menos respetos por los demás, verdaderos conocedores de la historia que nos une.

Pues bien, siguiendo en esta distinción de fanáticos del fútbol, o mejor aún, de nuestra selección, podríamos incluso analizar comportamientos de los diferentes hinchas, pero lo que nos importa verdaderamente es el fin perseguido por todos, como lo decía, sin importar clase, sexo, raza, credo o afinidad política, aquí lo que importa es desear ganar la Copa aunque no estemos preparados para ello, y es que los actos lo muestran por sí solos. Un país que decide celebrar cívicamente sin atender resultados, ordenado por quien lo dirige, a pesar que en el fondo lo que necesitamos es producir, no da buen ejemplo de un país pujante, como en efecto, lo somos. 

Cuando nuestros medios noticiosos en televisión, siendo puntuales, le dedican ochos horas previas para cubrir el evento final en donde somos protagonistas, también deja mucho que decir, no contando que las emisiones de noticieros durante los días anteriores, el ochenta por ciento de la transmisión, quizás hasta más, son dedicados a todo lo concerniente con nuestra selección, creo con todo respeto, que para eso existe dentro de los mismos canales, programas especializados y dedicados exclusivamente para ello.

Si en las elecciones se permitiera que la Selección Colombia fuera candidata a la Presidencia de la República, ésta barrería en los comicios y no habría necesidad de apelar a la compraventa de votos. Al contrario, todos se meterían la mano al bolsillo para apoyar dicha candidatura, pero, pregunto: ¿después qué? La fiebre que nos acompañó fielmente durante algunos días, sentida desde adentro, pasaría gracias al tratamiento etílico, preferido al farmacéutico, aunque después debamos recurrir a éste por cuestiones de guayabo (tanto moral como físico) y malestar, debiendo afrontar el día de mañana la realidad cotidiana en la que todos estamos inmersos, no importando si somos los de los primeros, los segundos o los terceros.

Somos un país grande, soy colombiano, y las emociones, las preocupaciones y el nerviosismo que me causa la Selección no las despierta ni el recibo de la luz que me acaba de llegar. Vivo en la utopía, al menos hoy presente, de ganar un mundial, pero, antes debemos cambiar y ponernos la camiseta no solo cuando juegue la Selección, sino todos los días, recordándonos cada vez que juegan, de dónde es cada uno que la integra. La razón de ser, los sacrificios, no solo de ellos sino también de sus familias. Cada uno de nosotros nos vemos representados en cada uno de ellos, seamos referentes entonces, y demos ejemplo recordando siempre que la humildad en donde nacen es la verdadera causa de unión de los colombianos. 

Por: Jairo Mejía.