Decidí escribir suave, agradable, cerrando los ojos para mirar lo invisible, para escuchar el sonido, ese que armoniza con el universo. El mismo de la música barroca y los cantos gregorianos que resultan hermanos con los intermitentes de la naturaleza, las olas del mar, el de las ranas en el bosque, los grillos y la […]
Decidí escribir suave, agradable, cerrando los ojos para mirar lo invisible, para escuchar el sonido, ese que armoniza con el universo. El mismo de la música barroca y los cantos gregorianos que resultan hermanos con los intermitentes de la naturaleza, las olas del mar, el de las ranas en el bosque, los grillos y la lluvia tal y como se da en un concierto de música de la de verdad; lo que por cierto, no es la sumatoria de unos instrumentos de cuerda, viento o percusión sino la forma como se integran las partes en ese todo produciendo la sinfonía instrumental.
Pero nuestro mundo de hoy, el de los centros urbanos, aun el más pequeños de ellos está sometido a la dictadura del ruido porque existen muchos buses, motos y automóviles y se da una competencia infernal entre equipos de sonido o picós con los parlantes puestos en las calles, vomitando bagreñatos.
La música también puede convertirse en ruido, como el rock, que no solo vibra a ciento veinte ciclos por segundo lo que sumado al alto volumen al que lo producen, rompe no solo la armonía sino los tímpanos, afectando al cerebro exactamente en la zona en donde se encuentra la capacidad de análisis y crítica; es decir, embrutecen.
La agresividad del ruido es tal que se ha utilizado y se utiliza como método de tortura. Recuerden el caso del general Noriega, que perseguido por las tropas de la invasión norteamericana a Panamá se refugió en una embajada y al no poder dispararle con fusiles lo sometieron con potentes altavoces. No pudo resistir más y se entregó.
Hoy cuando el tráfago citadino aliena, lo que toca es mirar para el lado de la naturaleza y buscar muchos de los valores primitivos que hemos desechado o que, a decir verdad, muchas personas ni siquiera han llegado a conocer.
Se ha dicho que andamos demasiado ocupados para escuchar el silencio y es allí en donde está la verdad de nuestro ser interno.
He conocido que desde el punto de vista de la energía y del sonido, las enfermedades no son otra cosa que ruido y desorden armónico. La música barroca o una similar, nos ayuda en los procesos de meditación y ella potencia la estabilización cerebral y emocional reforzando al sistema inmunológico, vacuna efectiva contra la covid-19 en la medida que ayuda a obtener la armonía espiritual.
Entonces ahora sí podemos ir entendiendo el por qué este país anda medio loco, la razón fundamental es el ruido.
Decidí escribir suave, agradable, cerrando los ojos para mirar lo invisible, para escuchar el sonido, ese que armoniza con el universo. El mismo de la música barroca y los cantos gregorianos que resultan hermanos con los intermitentes de la naturaleza, las olas del mar, el de las ranas en el bosque, los grillos y la […]
Decidí escribir suave, agradable, cerrando los ojos para mirar lo invisible, para escuchar el sonido, ese que armoniza con el universo. El mismo de la música barroca y los cantos gregorianos que resultan hermanos con los intermitentes de la naturaleza, las olas del mar, el de las ranas en el bosque, los grillos y la lluvia tal y como se da en un concierto de música de la de verdad; lo que por cierto, no es la sumatoria de unos instrumentos de cuerda, viento o percusión sino la forma como se integran las partes en ese todo produciendo la sinfonía instrumental.
Pero nuestro mundo de hoy, el de los centros urbanos, aun el más pequeños de ellos está sometido a la dictadura del ruido porque existen muchos buses, motos y automóviles y se da una competencia infernal entre equipos de sonido o picós con los parlantes puestos en las calles, vomitando bagreñatos.
La música también puede convertirse en ruido, como el rock, que no solo vibra a ciento veinte ciclos por segundo lo que sumado al alto volumen al que lo producen, rompe no solo la armonía sino los tímpanos, afectando al cerebro exactamente en la zona en donde se encuentra la capacidad de análisis y crítica; es decir, embrutecen.
La agresividad del ruido es tal que se ha utilizado y se utiliza como método de tortura. Recuerden el caso del general Noriega, que perseguido por las tropas de la invasión norteamericana a Panamá se refugió en una embajada y al no poder dispararle con fusiles lo sometieron con potentes altavoces. No pudo resistir más y se entregó.
Hoy cuando el tráfago citadino aliena, lo que toca es mirar para el lado de la naturaleza y buscar muchos de los valores primitivos que hemos desechado o que, a decir verdad, muchas personas ni siquiera han llegado a conocer.
Se ha dicho que andamos demasiado ocupados para escuchar el silencio y es allí en donde está la verdad de nuestro ser interno.
He conocido que desde el punto de vista de la energía y del sonido, las enfermedades no son otra cosa que ruido y desorden armónico. La música barroca o una similar, nos ayuda en los procesos de meditación y ella potencia la estabilización cerebral y emocional reforzando al sistema inmunológico, vacuna efectiva contra la covid-19 en la medida que ayuda a obtener la armonía espiritual.
Entonces ahora sí podemos ir entendiendo el por qué este país anda medio loco, la razón fundamental es el ruido.