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Columnista - 4 abril, 2025

Son lo mismo

Una vez acepté tomarme el trago amargo del triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales del 2022 y sobrevivir a su veneno, cosa que afortunadamente logré, me refugié conscientemente en la esperanza de que este gobierno se alejara del Socialismo del Siglo XXI de los Castro, Chávez, Maduro y Ortega, entre otros.

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Una vez acepté tomarme el trago amargo del triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales del 2022 y sobrevivir a su veneno, cosa que afortunadamente logré, me refugié conscientemente en la esperanza de que este gobierno se alejara del Socialismo del Siglo XXI de los Castro, Chávez, Maduro y Ortega, entre otros. Sinceramente esperé que Gustavo Petro, una vez posesionado, replicara las políticas socialdemócratas de Pepe Mujica en Uruguay, o de aquellas desarrolladas recientemente por el presidente Borich en Chile, pero no, esa esperanza murió rápidamente. 

La campaña cochina que el Pacto Histórico puso en marcha para afectar al gobierno del presidente Duque, que hacía parte de una estrategia de manipulación mediática para enfilarse a ganar las presidenciales,  lo que a la postre les funcionó, me marcó profundamente porque no tenía antecedentes frescos, diferentes al “cuento” del hacker que la campaña Santos puso a andar contra Oscar Iván Zuluaga en su momento; veían perdida las elecciones, Zuluaga ganó en la primera vuelta muy a pesar del dineral público que el gobierno de entonces invirtió para blindar el desastroso proceso de paz, pero fuera de eso, nada más que maquinarias aceitadas era la usanza electoral hasta entonces. Muy a pesar de esa campaña inmunda, esperaba, por el bien de Colombia, lo que les narré en el párrafo anterior.

Desafortunadamente, cuando se dan las salidas de Cecilia López Montaño, de José Antonio Ocampo y de Alejandro Gaviria -aclaro que no admiro a ninguno y que a la centro-izquierda la he combatido siempre-, del gabinete, las preocupaciones aumentaron. Vimos cómo Petro los instrumentalizó, cómo ellos fueron idiotas útiles de una propuesta que maquilló sus argucias con su presencia, para evitar un desplome económico iniciando el gobierno. Cuando eso le funcionó a Petro y a su recua, despidió a estos señores y se enfiló en desarrollar desde el ejecutivo su ideal de gobierno: la izquierda radical, la de los nefastos personajes que ya nombramos. Marx los inspiró, les mostró que dedicados a esa política retrógrada y anacrónica podrían llegar al poder y ahí, ya siendo ellos, podrían perpetuarse.

Esta izquierda colombiana ha dejado algo en claro: lo que realmente les chocaba, lo que los molestaba, lo que les preocupaba, no era un tema de ideologías ni de la búsqueda del deber ser de una sociedad; el problema simplemente tenía que ver con que no eran ellos los que gobernaban, con que ellos no aceptaban vivir sin desfalcar al Estado, con que otros eran quienes se enriquecían a través de la política y no ellos. Ya en el poder, generaron una crisis absoluta en todo lo público para contratar personas poco idóneas pero afines a su proyecto -familiares y amigos- y, desde el nepotismo, apoderarse del poder, no soltarlo y extender sus tentáculos asquerosos por todos lados. 

Dejemos esto en claro: no les interesa cerrar brechas sociales, al contrario, les conviene mantener en la pobreza a la mayoría, para, desde un discurso estúpido pero convincente, generar odio hacia el que tiene, hacia el empresario, hacia el que ha estudiado y trabajado duro, al que ha construido con méritos un patrimonio decente, para arrebatárselo. Hoy viajan en primera clase, se pasean por el mundo y vemos fotos de ellos cargando bolsas de las más exclusivas boutiques, comen en los mejores restaurantes, gastan como si no hubiera un mañana. Igual que los millonarios que gobiernan en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Ese es el patrón, eso es lo que todos ellos comparten, ese modus vivendi que decían aborrecer, simplemente lo querían para ellos. Todo está dicho.

En paralelo, Petro mina poco a poco la institucionalidad, amenaza a las otras ramas del poder público, genera inestabilidad y deja a los colombianos sin educación, sin vivienda, sin salud. Quienes celebran esto simplemente hacen parte del régimen, se lucran de él. Los demás lo padecemos y extrañamos la Colombia anterior a este gobierno. El pueblo, lo vemos en los noticieros, ha vuelto a valorar a Álvaro Uribe y a Duque, los reencauchó. ¡Volveremos más fuertes!

Por: Jorge Eduardo Ávila.

Columnista
4 abril, 2025

Son lo mismo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jorge Eduardo Ávila

Una vez acepté tomarme el trago amargo del triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales del 2022 y sobrevivir a su veneno, cosa que afortunadamente logré, me refugié conscientemente en la esperanza de que este gobierno se alejara del Socialismo del Siglo XXI de los Castro, Chávez, Maduro y Ortega, entre otros.


Una vez acepté tomarme el trago amargo del triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales del 2022 y sobrevivir a su veneno, cosa que afortunadamente logré, me refugié conscientemente en la esperanza de que este gobierno se alejara del Socialismo del Siglo XXI de los Castro, Chávez, Maduro y Ortega, entre otros. Sinceramente esperé que Gustavo Petro, una vez posesionado, replicara las políticas socialdemócratas de Pepe Mujica en Uruguay, o de aquellas desarrolladas recientemente por el presidente Borich en Chile, pero no, esa esperanza murió rápidamente. 

La campaña cochina que el Pacto Histórico puso en marcha para afectar al gobierno del presidente Duque, que hacía parte de una estrategia de manipulación mediática para enfilarse a ganar las presidenciales,  lo que a la postre les funcionó, me marcó profundamente porque no tenía antecedentes frescos, diferentes al “cuento” del hacker que la campaña Santos puso a andar contra Oscar Iván Zuluaga en su momento; veían perdida las elecciones, Zuluaga ganó en la primera vuelta muy a pesar del dineral público que el gobierno de entonces invirtió para blindar el desastroso proceso de paz, pero fuera de eso, nada más que maquinarias aceitadas era la usanza electoral hasta entonces. Muy a pesar de esa campaña inmunda, esperaba, por el bien de Colombia, lo que les narré en el párrafo anterior.

Desafortunadamente, cuando se dan las salidas de Cecilia López Montaño, de José Antonio Ocampo y de Alejandro Gaviria -aclaro que no admiro a ninguno y que a la centro-izquierda la he combatido siempre-, del gabinete, las preocupaciones aumentaron. Vimos cómo Petro los instrumentalizó, cómo ellos fueron idiotas útiles de una propuesta que maquilló sus argucias con su presencia, para evitar un desplome económico iniciando el gobierno. Cuando eso le funcionó a Petro y a su recua, despidió a estos señores y se enfiló en desarrollar desde el ejecutivo su ideal de gobierno: la izquierda radical, la de los nefastos personajes que ya nombramos. Marx los inspiró, les mostró que dedicados a esa política retrógrada y anacrónica podrían llegar al poder y ahí, ya siendo ellos, podrían perpetuarse.

Esta izquierda colombiana ha dejado algo en claro: lo que realmente les chocaba, lo que los molestaba, lo que les preocupaba, no era un tema de ideologías ni de la búsqueda del deber ser de una sociedad; el problema simplemente tenía que ver con que no eran ellos los que gobernaban, con que ellos no aceptaban vivir sin desfalcar al Estado, con que otros eran quienes se enriquecían a través de la política y no ellos. Ya en el poder, generaron una crisis absoluta en todo lo público para contratar personas poco idóneas pero afines a su proyecto -familiares y amigos- y, desde el nepotismo, apoderarse del poder, no soltarlo y extender sus tentáculos asquerosos por todos lados. 

Dejemos esto en claro: no les interesa cerrar brechas sociales, al contrario, les conviene mantener en la pobreza a la mayoría, para, desde un discurso estúpido pero convincente, generar odio hacia el que tiene, hacia el empresario, hacia el que ha estudiado y trabajado duro, al que ha construido con méritos un patrimonio decente, para arrebatárselo. Hoy viajan en primera clase, se pasean por el mundo y vemos fotos de ellos cargando bolsas de las más exclusivas boutiques, comen en los mejores restaurantes, gastan como si no hubiera un mañana. Igual que los millonarios que gobiernan en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Ese es el patrón, eso es lo que todos ellos comparten, ese modus vivendi que decían aborrecer, simplemente lo querían para ellos. Todo está dicho.

En paralelo, Petro mina poco a poco la institucionalidad, amenaza a las otras ramas del poder público, genera inestabilidad y deja a los colombianos sin educación, sin vivienda, sin salud. Quienes celebran esto simplemente hacen parte del régimen, se lucran de él. Los demás lo padecemos y extrañamos la Colombia anterior a este gobierno. El pueblo, lo vemos en los noticieros, ha vuelto a valorar a Álvaro Uribe y a Duque, los reencauchó. ¡Volveremos más fuertes!

Por: Jorge Eduardo Ávila.