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Columnista - 22 marzo, 2012

Somos toderos

Por: Andrés Quintero Olmos En un momento dado, en la Capital colombiana se dio un debate que acaparaba todos los medios de comunicación, siendo éste crucial para el porvenir de la patria: todo el mundo estaba ansioso por opinar y decidir sobre aquél. ¿Qué fue lo que pasó? La favorabilidad de la administración capitalina estaba […]

Por: Andrés Quintero Olmos

En un momento dado, en la Capital colombiana se dio un debate que acaparaba todos los medios de comunicación, siendo éste crucial para el porvenir de la patria: todo el mundo estaba ansioso por opinar y decidir sobre aquél.

¿Qué fue lo que pasó? La favorabilidad de la administración capitalina estaba sobre un hilo. Petro se la jugaba toda con la siguiente decisión: prestar o no el estadio del Campín – ¡gran, hermoso y moderno estadio, por cierto!- para los futuros conciertos galácticos en Bogotá.
Las cosas no iban tan mal: todos nosotros, los colombianos o, mejor dicho, los toderos, expertos e inexpertos, ya teníamos nuestra propia opinión sobre el tema, sólo estábamos esperando la primera oportunidad para sacar a flote nuestra argumentación; sin embargo, nada que el tema interesaba a los sabios nacionales.

Pero, hace poco, el debate se extrapoló: cogió otra envergadura cuando, en contra de su aborto, el mismísimo santísimo Procurador dió su concepto jurídicamente religioso. Asimismo, los columnistas del El Espectador, El Tiempo, etc, afilaron sus lápices y debatieron sobre el tema como cardinales peleando con Dios: se dieron duro y los periódicos pudieron vender más noticias con títulos llamativos como este: “Columnistas demandó a otro columnista por injuria”.
El debate sobre el estadio hasta se puso bueno cuando las FARC emitieron un comunicado desde Dinamarca expresando su rechazo frontal al terrorismo de Estado materializado en la sumisión de éste con respecto a los artistas estadounidenses e imperialistas.

Hasta los tecnócratas del DNP aportaron su conocimiento: “Que no, te digo…que el Campín sí puede albergar esos conciertos porque esa inversión está incluida desde tiempo en el Conpes”. Y el domingo, nos levantamos todos con la columna de Daniel Samper Ospina y sus chismes-chistes retóricos que afirmaban algo parecido a esto: “¡Si a Jorgito Celedón le prestaron el Campín pa’ que costeños corronchos bebieran cerveza a 2600 metros más cercas de las estrellas en la cancha sobre la cual Millonarios ganó partidos hace 40 años, entonces, pues yo, sí que estoy de acuerdo con que Petro preste el estadito de aquí en adelante!”.

Lastimosamente, el debate capitalino se divulgó por todo el territorio colombiano, y transformó la discusión en una cuestión de Estado. El mismísimo Presidente de la República dió su opinión al ser entrevistado por Yamid y las ONG’s, en desacuerdo con ésta, atesaron al “presi” a punta de informes insalubres.
Finalmente, Tola y Maruja, tuvieron esa semana más trabajo que de costumbre, no pudieron con tantas ideas metafóricas y demandaron al El Espectador por exceso de trabajo.

Pobre de nosotros provincianos, dominados por la oligarquía capitalina y sus quehaceres laboriosos, sus existencialismos baratos y sus debates perennes. ¡Nosotros los provincianos nos merecemos más que eso! ¡Nos merecemos otros cien años de proximidad!.
La imaginación y la ironía son subterfugios literarios excusadores de la realidad.

Columnista
22 marzo, 2012

Somos toderos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Andrés E. Quintero Olmos

Por: Andrés Quintero Olmos En un momento dado, en la Capital colombiana se dio un debate que acaparaba todos los medios de comunicación, siendo éste crucial para el porvenir de la patria: todo el mundo estaba ansioso por opinar y decidir sobre aquél. ¿Qué fue lo que pasó? La favorabilidad de la administración capitalina estaba […]


Por: Andrés Quintero Olmos

En un momento dado, en la Capital colombiana se dio un debate que acaparaba todos los medios de comunicación, siendo éste crucial para el porvenir de la patria: todo el mundo estaba ansioso por opinar y decidir sobre aquél.

¿Qué fue lo que pasó? La favorabilidad de la administración capitalina estaba sobre un hilo. Petro se la jugaba toda con la siguiente decisión: prestar o no el estadio del Campín – ¡gran, hermoso y moderno estadio, por cierto!- para los futuros conciertos galácticos en Bogotá.
Las cosas no iban tan mal: todos nosotros, los colombianos o, mejor dicho, los toderos, expertos e inexpertos, ya teníamos nuestra propia opinión sobre el tema, sólo estábamos esperando la primera oportunidad para sacar a flote nuestra argumentación; sin embargo, nada que el tema interesaba a los sabios nacionales.

Pero, hace poco, el debate se extrapoló: cogió otra envergadura cuando, en contra de su aborto, el mismísimo santísimo Procurador dió su concepto jurídicamente religioso. Asimismo, los columnistas del El Espectador, El Tiempo, etc, afilaron sus lápices y debatieron sobre el tema como cardinales peleando con Dios: se dieron duro y los periódicos pudieron vender más noticias con títulos llamativos como este: “Columnistas demandó a otro columnista por injuria”.
El debate sobre el estadio hasta se puso bueno cuando las FARC emitieron un comunicado desde Dinamarca expresando su rechazo frontal al terrorismo de Estado materializado en la sumisión de éste con respecto a los artistas estadounidenses e imperialistas.

Hasta los tecnócratas del DNP aportaron su conocimiento: “Que no, te digo…que el Campín sí puede albergar esos conciertos porque esa inversión está incluida desde tiempo en el Conpes”. Y el domingo, nos levantamos todos con la columna de Daniel Samper Ospina y sus chismes-chistes retóricos que afirmaban algo parecido a esto: “¡Si a Jorgito Celedón le prestaron el Campín pa’ que costeños corronchos bebieran cerveza a 2600 metros más cercas de las estrellas en la cancha sobre la cual Millonarios ganó partidos hace 40 años, entonces, pues yo, sí que estoy de acuerdo con que Petro preste el estadito de aquí en adelante!”.

Lastimosamente, el debate capitalino se divulgó por todo el territorio colombiano, y transformó la discusión en una cuestión de Estado. El mismísimo Presidente de la República dió su opinión al ser entrevistado por Yamid y las ONG’s, en desacuerdo con ésta, atesaron al “presi” a punta de informes insalubres.
Finalmente, Tola y Maruja, tuvieron esa semana más trabajo que de costumbre, no pudieron con tantas ideas metafóricas y demandaron al El Espectador por exceso de trabajo.

Pobre de nosotros provincianos, dominados por la oligarquía capitalina y sus quehaceres laboriosos, sus existencialismos baratos y sus debates perennes. ¡Nosotros los provincianos nos merecemos más que eso! ¡Nos merecemos otros cien años de proximidad!.
La imaginación y la ironía son subterfugios literarios excusadores de la realidad.