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Columnista - 8 octubre, 2021

Somos sus hijos

“Amados, ahora somos hijos de Dios…”  1Juan 3,2. Nuestra filiación con Dios es uno de los misterios más apasionantes de toda la Escritura. La efectiva relación con Dios se establece partiendo de su paternidad por medio de la adopción y la aceptación incondicional, manifestada en fiel y eterno amor. La verdad fundamental, piedra del ángulo, […]

“Amados, ahora somos hijos de Dios…”  1Juan 3,2. Nuestra filiación con Dios es uno de los misterios más apasionantes de toda la Escritura. La efectiva relación con Dios se establece partiendo de su paternidad por medio de la adopción y la aceptación incondicional, manifestada en fiel y eterno amor.

La verdad fundamental, piedra del ángulo, sobre la cual descansa nuestra herencia espiritual es que somos hijos de Dios, creados a su imagen, declarados justos, tal como Jesús es justo por cuanto se nos imputa su justicia, cumplida en la muerte y resurrección. Somos suyos por causa de la creación, pues nos creó para gloria de su nombre; pero, además, nos compró para sí por precio de sangre para que nos relacionáramos con él como nuestro Padre.

En la medida en que creamos y andemos conforme con esa verdad, nuestra experiencia diaria del cristianismo práctico producirá rendimientos que nos harán crecer como personas. Pero, si nos olvidamos de los lazos que nos unen y nos esforzamos por tratar de producir en la experiencia diaria esa aceptación que ya Dios nos ha concedido, seremos personas confundidas y trabajosas. Nosotros no servimos a Dios para ganarnos su favor y aceptación; somos favorecidos y aceptados y por eso le servimos. No lo seguimos para ser hijos amados, somos hijos amados y por eso le seguimos.

Amados amigos: La esencia de la vida cristiana victoriosa es creer lo que ya es verdad sobre nosotros. Por supuesto que, el enemigo de nuestras almas tratará de convencernos que somos indignos, inaceptables, enfermos de pecado que nunca llegaremos a ser nada ante los ojos de Dios. Pero, hoy debo advertir con todo el peso de mi conciencia que eso es una mentira que jamás debemos aceptar. La pura verdad es que somos sus hijos amados, declarados justos por los méritos de la Cruz. Creer la mentira del maligno, nuestro enemigo, nos encerrará en una vida estéril y derrotada; mientras que, creer la verdad de Dios sobre nuestra identidad, nos abrirá las puertas para una vida de esplendor y libertad.

La manera en la que percibimos nuestra identidad marcará una enorme diferencia en el éxito que tengamos al tratar con los desafíos y los conflictos de la vida. Es imperativo que creamos la verdad de Dios sobre quiénes somos para poder crecer sanos, fuertes y vigorosos.

“Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. Es trágico reconocer que muchos creyentes se desesperan tratando de llegar a ser lo que ya son. Mi invitación respetuosa es a que vivamos como lo que ya somos. A levantar el rostro, erguir los hombros y caminar como lo que realmente somos, como hijos de luz creados y comprados con un propósito eterno, cual es, glorificar el nombre de nuestro Dios.

Creamos y afirmemos que somos sus hijos amados, dicha herencia nos posiciona en lugares de prominencia… “Amados, ahora somos hijos de Dios”. Un saludo y bendiciones abundantes.  

Columnista
8 octubre, 2021

Somos sus hijos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Amados, ahora somos hijos de Dios…”  1Juan 3,2. Nuestra filiación con Dios es uno de los misterios más apasionantes de toda la Escritura. La efectiva relación con Dios se establece partiendo de su paternidad por medio de la adopción y la aceptación incondicional, manifestada en fiel y eterno amor. La verdad fundamental, piedra del ángulo, […]


“Amados, ahora somos hijos de Dios…”  1Juan 3,2. Nuestra filiación con Dios es uno de los misterios más apasionantes de toda la Escritura. La efectiva relación con Dios se establece partiendo de su paternidad por medio de la adopción y la aceptación incondicional, manifestada en fiel y eterno amor.

La verdad fundamental, piedra del ángulo, sobre la cual descansa nuestra herencia espiritual es que somos hijos de Dios, creados a su imagen, declarados justos, tal como Jesús es justo por cuanto se nos imputa su justicia, cumplida en la muerte y resurrección. Somos suyos por causa de la creación, pues nos creó para gloria de su nombre; pero, además, nos compró para sí por precio de sangre para que nos relacionáramos con él como nuestro Padre.

En la medida en que creamos y andemos conforme con esa verdad, nuestra experiencia diaria del cristianismo práctico producirá rendimientos que nos harán crecer como personas. Pero, si nos olvidamos de los lazos que nos unen y nos esforzamos por tratar de producir en la experiencia diaria esa aceptación que ya Dios nos ha concedido, seremos personas confundidas y trabajosas. Nosotros no servimos a Dios para ganarnos su favor y aceptación; somos favorecidos y aceptados y por eso le servimos. No lo seguimos para ser hijos amados, somos hijos amados y por eso le seguimos.

Amados amigos: La esencia de la vida cristiana victoriosa es creer lo que ya es verdad sobre nosotros. Por supuesto que, el enemigo de nuestras almas tratará de convencernos que somos indignos, inaceptables, enfermos de pecado que nunca llegaremos a ser nada ante los ojos de Dios. Pero, hoy debo advertir con todo el peso de mi conciencia que eso es una mentira que jamás debemos aceptar. La pura verdad es que somos sus hijos amados, declarados justos por los méritos de la Cruz. Creer la mentira del maligno, nuestro enemigo, nos encerrará en una vida estéril y derrotada; mientras que, creer la verdad de Dios sobre nuestra identidad, nos abrirá las puertas para una vida de esplendor y libertad.

La manera en la que percibimos nuestra identidad marcará una enorme diferencia en el éxito que tengamos al tratar con los desafíos y los conflictos de la vida. Es imperativo que creamos la verdad de Dios sobre quiénes somos para poder crecer sanos, fuertes y vigorosos.

“Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. Es trágico reconocer que muchos creyentes se desesperan tratando de llegar a ser lo que ya son. Mi invitación respetuosa es a que vivamos como lo que ya somos. A levantar el rostro, erguir los hombros y caminar como lo que realmente somos, como hijos de luz creados y comprados con un propósito eterno, cual es, glorificar el nombre de nuestro Dios.

Creamos y afirmemos que somos sus hijos amados, dicha herencia nos posiciona en lugares de prominencia… “Amados, ahora somos hijos de Dios”. Un saludo y bendiciones abundantes.