Sería subjetivo pensar en la satanización ideológica porque la derecha sea diestra y la izquierda siniestra, o hacerle reparos a la Biblia en Eclesiastés (10:2), cuyo texto literal dice: “El corazón del sabio está a su mano derecha, más el corazón del necio está a su mano izquierda”. Lo relevante no son los extremos, es […]
Sería subjetivo pensar en la satanización ideológica porque la derecha sea diestra y la izquierda siniestra, o hacerle reparos a la Biblia en Eclesiastés (10:2), cuyo texto literal dice: “El corazón del sabio está a su mano derecha, más el corazón del necio está a su mano izquierda”.
Lo relevante no son los extremos, es la conciencia del ser humano, porque de qué sirve la ciencia sino hay conciencia, sería ruina del alma, virtud muy escasa en el mundo político, donde sobreabunda lo perverso y la maquinación graduando a la corrupción.
Es un axioma para la convulsionada Colombia reeditar el pensamiento de José Leonardo Rincón, sacerdote administrador de la Provincia Jesuita en Colombia. En su decálogo expresa: “Régimen es régimen, sea de izquierda o de derecha, y siempre usan el poder para su provecho, y en cualquier bando el pueblo siempre es el que pierde. Yo estoy harto de discursos oportunistas, unos; mediocres, otros; polarizantes, muchos; sinvergüenzas todos. No veo líderes de talla, grandes en dignidad, creíbles y con autoridad moral para convocar y jalonar un diálogo nacional. Toda la clase política está desprestigiada. Todos queremos algo nuevo, algo distinto”, enfatiza el clérigo.
¿Pero por qué no retrotraernos al padre de la Patria?, cuya reflexión parece haber sido escrita hoy, después de casi dos siglos, toda vez que retrata la hora aciaga que vive Colombia en medio del estallido social: “Los tratados son papeles, las constituciones libros, las elecciones combates y la libertad anarquía”.
No hemos salido de estos formatos expuestos por el Libertador Simón Bolívar en el siglo XIX (1828), tras el descrédito de la Constitución y el clamor general de reformas alrededor de las instituciones para superar los estragos de la anarquía, restablecer la tranquilidad del país, consolidar la unidad nacional, aclimatar la paz e imprimirle prosperidad a la nación.
Se predica democracia o gobierno de la gente, por la gente y para la gente, lo que subraya Abraham Lincoln, pero llevado a la práctica en estos tiempos es una falacia, por el barniz de un dogma con trasfondo de mentira y engaño.
Es la conciencia vista desde el punto de vista ético o moral, a lo que se refiere Francois Rabelais, humanista, médico y escritor francés del siglo XVI en su obra ‘Pantagruel’, hombres que no se vendan ni se compren y que sean sinceros, honestos y honrados en lo más íntimo de sus almas y cuya conciencia sea leal al deber, son las claves de un buen gobierno, si auscultamos el sano criterio político de Jefferson.
Históricamente se ha demostrado el enunciado de William Shakespeare: “El hombre mata lo que más quiere y termina pareciéndose a lo que más odia”, que son los extremos ideológicos, que polarizan, crean falsas expectativas de cambio y generan esperanzas, que no engordan, pero alimentan a los bobos.
De todas maneras estamos regidos por el maniqueísmo o dualismo de dos bloques antagónicos, de ideología comunista y capitalista, liderados por China y Estados Unidos, eterna pugna que hoy se refleja en la guerra comercial que hipotéticamente ha escalado a una confrontación que la OMS investiga para determinar hasta qué punto haya podido degenerar en un escenario de armas biológicas con fines bélicos, por esto de la pandemia del virus SARS CoV-2, responsable del covid-19, simple y llanamente porque el hombre no ha salido de la prehistoria y recurre permanentemente a la guerra, parafraseando a José Mujica, anacrónica rivalidad, que no admite el pluralismo ideológico para construir democracia sin explotar el ya refrito miedo de quedar como Venezuela, producto del bloqueo de Estados Unidos, expresión populista con fines electoreros, que no cierra la brecha ni genera ideas creativas para la convivencia social, por cuanto la gente se convence con razón, no con cañón.
Sería subjetivo pensar en la satanización ideológica porque la derecha sea diestra y la izquierda siniestra, o hacerle reparos a la Biblia en Eclesiastés (10:2), cuyo texto literal dice: “El corazón del sabio está a su mano derecha, más el corazón del necio está a su mano izquierda”. Lo relevante no son los extremos, es […]
Sería subjetivo pensar en la satanización ideológica porque la derecha sea diestra y la izquierda siniestra, o hacerle reparos a la Biblia en Eclesiastés (10:2), cuyo texto literal dice: “El corazón del sabio está a su mano derecha, más el corazón del necio está a su mano izquierda”.
Lo relevante no son los extremos, es la conciencia del ser humano, porque de qué sirve la ciencia sino hay conciencia, sería ruina del alma, virtud muy escasa en el mundo político, donde sobreabunda lo perverso y la maquinación graduando a la corrupción.
Es un axioma para la convulsionada Colombia reeditar el pensamiento de José Leonardo Rincón, sacerdote administrador de la Provincia Jesuita en Colombia. En su decálogo expresa: “Régimen es régimen, sea de izquierda o de derecha, y siempre usan el poder para su provecho, y en cualquier bando el pueblo siempre es el que pierde. Yo estoy harto de discursos oportunistas, unos; mediocres, otros; polarizantes, muchos; sinvergüenzas todos. No veo líderes de talla, grandes en dignidad, creíbles y con autoridad moral para convocar y jalonar un diálogo nacional. Toda la clase política está desprestigiada. Todos queremos algo nuevo, algo distinto”, enfatiza el clérigo.
¿Pero por qué no retrotraernos al padre de la Patria?, cuya reflexión parece haber sido escrita hoy, después de casi dos siglos, toda vez que retrata la hora aciaga que vive Colombia en medio del estallido social: “Los tratados son papeles, las constituciones libros, las elecciones combates y la libertad anarquía”.
No hemos salido de estos formatos expuestos por el Libertador Simón Bolívar en el siglo XIX (1828), tras el descrédito de la Constitución y el clamor general de reformas alrededor de las instituciones para superar los estragos de la anarquía, restablecer la tranquilidad del país, consolidar la unidad nacional, aclimatar la paz e imprimirle prosperidad a la nación.
Se predica democracia o gobierno de la gente, por la gente y para la gente, lo que subraya Abraham Lincoln, pero llevado a la práctica en estos tiempos es una falacia, por el barniz de un dogma con trasfondo de mentira y engaño.
Es la conciencia vista desde el punto de vista ético o moral, a lo que se refiere Francois Rabelais, humanista, médico y escritor francés del siglo XVI en su obra ‘Pantagruel’, hombres que no se vendan ni se compren y que sean sinceros, honestos y honrados en lo más íntimo de sus almas y cuya conciencia sea leal al deber, son las claves de un buen gobierno, si auscultamos el sano criterio político de Jefferson.
Históricamente se ha demostrado el enunciado de William Shakespeare: “El hombre mata lo que más quiere y termina pareciéndose a lo que más odia”, que son los extremos ideológicos, que polarizan, crean falsas expectativas de cambio y generan esperanzas, que no engordan, pero alimentan a los bobos.
De todas maneras estamos regidos por el maniqueísmo o dualismo de dos bloques antagónicos, de ideología comunista y capitalista, liderados por China y Estados Unidos, eterna pugna que hoy se refleja en la guerra comercial que hipotéticamente ha escalado a una confrontación que la OMS investiga para determinar hasta qué punto haya podido degenerar en un escenario de armas biológicas con fines bélicos, por esto de la pandemia del virus SARS CoV-2, responsable del covid-19, simple y llanamente porque el hombre no ha salido de la prehistoria y recurre permanentemente a la guerra, parafraseando a José Mujica, anacrónica rivalidad, que no admite el pluralismo ideológico para construir democracia sin explotar el ya refrito miedo de quedar como Venezuela, producto del bloqueo de Estados Unidos, expresión populista con fines electoreros, que no cierra la brecha ni genera ideas creativas para la convivencia social, por cuanto la gente se convence con razón, no con cañón.