Ya sabemos qué nos espera, es la repuesta resignada, absurda, torpe y fácil de los electores del Cesar. Ni siquiera queremos abrir un espacio para la casualidad, y menos para la esperanza, parece que una mano, o dos, ambas invisibles, nos hubieran tapado los ojos y lo peor, cerrado el cerebro. Andamos deambulando, esperando el […]
Ya sabemos qué nos espera, es la repuesta resignada, absurda, torpe y fácil de los electores del Cesar. Ni siquiera queremos abrir un espacio para la casualidad, y menos para la esperanza, parece que una mano, o dos, ambas invisibles, nos hubieran tapado los ojos y lo peor, cerrado el cerebro.
Andamos deambulando, esperando el día de elecciones para seguir aplaudiendo o quejándonos, en ambos casos sin saber a quién ni porqué. Somos un desastre en cultura política, no nos enseñaron sino las malas prácticas de la politiquería parroquial, el mismo garaje, las mismas ofrendas, iguales promesas, la misma gente con su discurso antiguo o los nuevos con sus discursos nuevos, pero casi siempre irrealizables.
Al fin las palabras nacen y mueren todos los días, hay un enorme cementerio de palabras que esperan olvidarse mansamente. Vivimos el mejor siglo de la humanidad, dicen los expertos. Ya no hay hambrunas masivas, ni pestes incontrolables y no esperamos ninguna guerra con miles de muertos. Es más fácil morir en un atraco callejero, que en actos de terroristas, tienes más posibilidades de morir por sobrepeso, que por falta de alimentos.
Eso no indica que acabamos las enfermedades, ni necesidades que ayer fueron causas de tragedias, siguen los mismos problemas, pero muy limitados y todos aparentemente controlados. La política persigue sus fines, hoy no tan nobles como indica la filosofía, pero los reinados y monarquías de ayer subsisten con otros nombres, periodos y reyes.
Quienes aspiran el poder tienen claro los problemas sociales de este momento, y quienes se despiden están convencidos que sin ellos la ciudad y el departamento serían un desastre, y, claro, un grupito aplaudidor que repite con ellos, y celebran con los nuevos ricos de la región. Apenas ayer eran personas con afugias domesticas conocidas, hoy presumen de magnates con sus nuevos gustos y vicios.
Recorrerán de nuevo el mundo con sus millas acumuladas y volverán la próxima elección a buscar como tiburones las últimas presas del presupuesto que manejaron, y se apropiaron a su antojo.
El compañero Carlos Cadena proponía en su espacio radial, que ante las encuestas, para el caso de Gobernación, era mejor que todos los que no tienen la mínima posibilidad de triunfo renunciaran para dejar tranquilo al único ganador anticipado. Si bien es cierto que es apenas una propuesta individual y sin mayores explicaciones, puede ser y creo, es la intención del comentarista, enviar un mensaje nacional, para decir lo desganados que estamos.
Parece que perdimos la guerra sin comenzarla, nos resigamos a no gastar la última pólvora en la batalla, pues los laureles del triunfo ya tienen nombre. Es una desilusión total, es un malestar heredado, ya no hay quien grite ni quien clame, las golondrinas no tienen ganas de hacer verano, vamos como barcos sin rumbo con marineros dormidos y capitanes desesperanzados.
Cuando estamos a punto de perder la ilusión, pueden suceder cosas, las noches más oscuras esperan una claridad superior. Nos reconforta que tenemos muchos parques para estrenar, cientos de resilientes por todas partes y mil coaching en cada esquina, hasta la biblia le cambiaron sus débiles hojas, por fuertes billetes fáciles. Sobrevivir, no queda más.
Ya sabemos qué nos espera, es la repuesta resignada, absurda, torpe y fácil de los electores del Cesar. Ni siquiera queremos abrir un espacio para la casualidad, y menos para la esperanza, parece que una mano, o dos, ambas invisibles, nos hubieran tapado los ojos y lo peor, cerrado el cerebro. Andamos deambulando, esperando el […]
Ya sabemos qué nos espera, es la repuesta resignada, absurda, torpe y fácil de los electores del Cesar. Ni siquiera queremos abrir un espacio para la casualidad, y menos para la esperanza, parece que una mano, o dos, ambas invisibles, nos hubieran tapado los ojos y lo peor, cerrado el cerebro.
Andamos deambulando, esperando el día de elecciones para seguir aplaudiendo o quejándonos, en ambos casos sin saber a quién ni porqué. Somos un desastre en cultura política, no nos enseñaron sino las malas prácticas de la politiquería parroquial, el mismo garaje, las mismas ofrendas, iguales promesas, la misma gente con su discurso antiguo o los nuevos con sus discursos nuevos, pero casi siempre irrealizables.
Al fin las palabras nacen y mueren todos los días, hay un enorme cementerio de palabras que esperan olvidarse mansamente. Vivimos el mejor siglo de la humanidad, dicen los expertos. Ya no hay hambrunas masivas, ni pestes incontrolables y no esperamos ninguna guerra con miles de muertos. Es más fácil morir en un atraco callejero, que en actos de terroristas, tienes más posibilidades de morir por sobrepeso, que por falta de alimentos.
Eso no indica que acabamos las enfermedades, ni necesidades que ayer fueron causas de tragedias, siguen los mismos problemas, pero muy limitados y todos aparentemente controlados. La política persigue sus fines, hoy no tan nobles como indica la filosofía, pero los reinados y monarquías de ayer subsisten con otros nombres, periodos y reyes.
Quienes aspiran el poder tienen claro los problemas sociales de este momento, y quienes se despiden están convencidos que sin ellos la ciudad y el departamento serían un desastre, y, claro, un grupito aplaudidor que repite con ellos, y celebran con los nuevos ricos de la región. Apenas ayer eran personas con afugias domesticas conocidas, hoy presumen de magnates con sus nuevos gustos y vicios.
Recorrerán de nuevo el mundo con sus millas acumuladas y volverán la próxima elección a buscar como tiburones las últimas presas del presupuesto que manejaron, y se apropiaron a su antojo.
El compañero Carlos Cadena proponía en su espacio radial, que ante las encuestas, para el caso de Gobernación, era mejor que todos los que no tienen la mínima posibilidad de triunfo renunciaran para dejar tranquilo al único ganador anticipado. Si bien es cierto que es apenas una propuesta individual y sin mayores explicaciones, puede ser y creo, es la intención del comentarista, enviar un mensaje nacional, para decir lo desganados que estamos.
Parece que perdimos la guerra sin comenzarla, nos resigamos a no gastar la última pólvora en la batalla, pues los laureles del triunfo ya tienen nombre. Es una desilusión total, es un malestar heredado, ya no hay quien grite ni quien clame, las golondrinas no tienen ganas de hacer verano, vamos como barcos sin rumbo con marineros dormidos y capitanes desesperanzados.
Cuando estamos a punto de perder la ilusión, pueden suceder cosas, las noches más oscuras esperan una claridad superior. Nos reconforta que tenemos muchos parques para estrenar, cientos de resilientes por todas partes y mil coaching en cada esquina, hasta la biblia le cambiaron sus débiles hojas, por fuertes billetes fáciles. Sobrevivir, no queda más.