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Columnista - 27 marzo, 2014

Siempre de mal a peor

Para escribir esta columna no requiero referentes remotos, me es suficiente la reseña de situaciones vividas. Recuerdo cuando comencé la primaria en el año 1957 en la Escuela Parroquial de Valledupar, bajo la disciplina de dos profesores rigurosos, el indígena, Miguel Arrollo, formado por el padre Vicente de Valencia, España, y Blas Orozco Monsalvo, educador […]

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Para escribir esta columna no requiero referentes remotos, me es suficiente la reseña de situaciones vividas. Recuerdo cuando comencé la primaria en el año 1957 en la Escuela Parroquial de Valledupar, bajo la disciplina de dos profesores rigurosos, el indígena, Miguel Arrollo, formado por el padre Vicente de Valencia, España, y Blas Orozco Monsalvo, educador autodidacta, ambos enseñaban castigando las malas acciones de sus alumnos. Asimismo actuaba mi madre, Fernanda Churio, con la crianza de sus hijos y nietos que dejaban a su cuidado.

En ese mismo año, el dictador militar, Gustavo Rojas Pinilla, renunció a seguir gobernando a Colombia, ante la presión de la huelga nacional planeada por la dirigencia política conservadora y liberal de aquel tiempo, no para la reorganización correcta del país sino por avidez de poder.
En ese entonces el vallenato, Crispín Villazón de Armas, estudiante de derecho en la Universidad Nacional, con sus arengas fogosas contra el tirano, cautivó a tal dirigencia que tiempo después lo recompensa con su nombramiento comoMinistro del Trabajo y cuando sale del alto cargo fue remplazado por su cuñado, José Antonio Murgas Aponte.

Tras el derrocamiento del Teniente General (que quería perpetuarse en el poder) surgió el Frente Nacional, nefasto periodo de 16 años, en el que los dirigentes de los dos partidos tradicionales se repartieron el presupuesto estatal, que aún siguen malversando, con el agravante adicional que en el siguiente cuatrienio gubernamental la corrupción es mayor.

Álvaro Uribe Vélez,en sus dos presidencias consecutivas por su ambición propició la corrupción, a tal punto que indujoa altos funcionarios y a jerarcas del ejército a cometer delitos. Por ende, variosde ellos están encarcelados o en espera de sentencia judicial. Uno se encuentra huyendo de la justicia y otra asilada en Panamá. Algunos ya cumplieron la condena.El resto con la incertidumbre de posibles indagaciones.

Tan vergonzosa realidad, refleja la magnitud de la corrupción en Colombia, que siempre va de mal a peor. Así lo confirma el escandaloso resultado del recién pasado debate electoral, a través del cual salieron elegidos muchos congresistas que respaldan la reelección del presidente JM Santos, quien como su antecesor sea el principal promotor y beneficiario de la corrupción, repartiendo cuantiosas sumas del erario para conseguir votos y negándolo aunque sea vox populi.

Lo más preocupante son las gravísimas consecuencias de tanta corrupción, entre las cuales sobresalen el menoscabo de la democracia y de la credibilidad en la institucionalidad; es decir, cada día crece la desconfianza en las autoridades, desde el Presidente de la República hasta la de menor rango. Por ejemplo, el Ejército que antes era muy respetado ahora está tan desprestigiado como la Policía.

 

 

Columnista
27 marzo, 2014

Siempre de mal a peor

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

Para escribir esta columna no requiero referentes remotos, me es suficiente la reseña de situaciones vividas. Recuerdo cuando comencé la primaria en el año 1957 en la Escuela Parroquial de Valledupar, bajo la disciplina de dos profesores rigurosos, el indígena, Miguel Arrollo, formado por el padre Vicente de Valencia, España, y Blas Orozco Monsalvo, educador […]


Para escribir esta columna no requiero referentes remotos, me es suficiente la reseña de situaciones vividas. Recuerdo cuando comencé la primaria en el año 1957 en la Escuela Parroquial de Valledupar, bajo la disciplina de dos profesores rigurosos, el indígena, Miguel Arrollo, formado por el padre Vicente de Valencia, España, y Blas Orozco Monsalvo, educador autodidacta, ambos enseñaban castigando las malas acciones de sus alumnos. Asimismo actuaba mi madre, Fernanda Churio, con la crianza de sus hijos y nietos que dejaban a su cuidado.

En ese mismo año, el dictador militar, Gustavo Rojas Pinilla, renunció a seguir gobernando a Colombia, ante la presión de la huelga nacional planeada por la dirigencia política conservadora y liberal de aquel tiempo, no para la reorganización correcta del país sino por avidez de poder.
En ese entonces el vallenato, Crispín Villazón de Armas, estudiante de derecho en la Universidad Nacional, con sus arengas fogosas contra el tirano, cautivó a tal dirigencia que tiempo después lo recompensa con su nombramiento comoMinistro del Trabajo y cuando sale del alto cargo fue remplazado por su cuñado, José Antonio Murgas Aponte.

Tras el derrocamiento del Teniente General (que quería perpetuarse en el poder) surgió el Frente Nacional, nefasto periodo de 16 años, en el que los dirigentes de los dos partidos tradicionales se repartieron el presupuesto estatal, que aún siguen malversando, con el agravante adicional que en el siguiente cuatrienio gubernamental la corrupción es mayor.

Álvaro Uribe Vélez,en sus dos presidencias consecutivas por su ambición propició la corrupción, a tal punto que indujoa altos funcionarios y a jerarcas del ejército a cometer delitos. Por ende, variosde ellos están encarcelados o en espera de sentencia judicial. Uno se encuentra huyendo de la justicia y otra asilada en Panamá. Algunos ya cumplieron la condena.El resto con la incertidumbre de posibles indagaciones.

Tan vergonzosa realidad, refleja la magnitud de la corrupción en Colombia, que siempre va de mal a peor. Así lo confirma el escandaloso resultado del recién pasado debate electoral, a través del cual salieron elegidos muchos congresistas que respaldan la reelección del presidente JM Santos, quien como su antecesor sea el principal promotor y beneficiario de la corrupción, repartiendo cuantiosas sumas del erario para conseguir votos y negándolo aunque sea vox populi.

Lo más preocupante son las gravísimas consecuencias de tanta corrupción, entre las cuales sobresalen el menoscabo de la democracia y de la credibilidad en la institucionalidad; es decir, cada día crece la desconfianza en las autoridades, desde el Presidente de la República hasta la de menor rango. Por ejemplo, el Ejército que antes era muy respetado ahora está tan desprestigiado como la Policía.