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Columnista - 13 marzo, 2015

Si la sal se pudre

“Buen ciudadano, quien no tolera en su patria un poder que proyecte hacerse superior a las leyes”. Es muy arriesgado pretender contextualizar sobre la estructura social del momento y afirmar que los cambios conductuales presentes son efectos normales de la dinámica evolutiva de las sociedades, particularmente la nuestra organizada recientemente bajo diseños jurídicos en su […]

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“Buen ciudadano, quien no tolera en su patria un poder que proyecte hacerse superior a las leyes”.

Es muy arriesgado pretender contextualizar sobre la estructura social del momento y afirmar que los cambios conductuales presentes son efectos normales de la dinámica evolutiva de las sociedades, particularmente la nuestra organizada recientemente bajo diseños jurídicos en su más amplia interpretación social y de derecho.

Lo cierto es que la sociedad colombiana está experimentado una transformación conductual sin precedentes, partiendo del fundamento social, la familia, cuyo concepto y definición formal se quieren revaluar aun a costa de adherirle otros ignominiosos antivalores contrarios a los tradicionales de la ética y la moral.

Sumado a esa novísima inclinación de catequizar que los apretujamientos de individuos son análogos a la estructura celular de la sociedad, se exhibe el desafortunado proceder y conducta de quienes por calidad del encargo público eran para el ciudadano, el referente de la rectitud moral y de integridad: los magistrados, aquellos impertérritos burgueses elegidos para proteger el sistema jurídico total.

Y aunque se quiera justificar que no son todos los elegidos para tales encargos quienes han tomado como eje de su proyecto de vida la cultura de la corrupción, si lo es de manera generalizada las consecuencias sociales de procederes como tales, que traen contaminación, complacencia y aquiescencia paridas por el mismo elegido para ser cabeza de la sociedad y derrotero a seguir.

Si se corrompen aquellos dignatarios del pueblo en las altas Cortes de la justicia, quienes son la sal que da lustre y vida al sistema legislativo, judicial o burócrata para edificar continuadamente una comunidad dentro de los parámetros de probidad y respeto social, ¿Quién entonces salará benéficamente a ésta comunidad?, ¿con que la salaremos? Solo queda echar fuera y hollar al componente corrupto. La renuncia o apartamiento del cargo.

Y esto se consigue cuando el mismo grupo social se inmiscuya en el desarrollo político del Estado y no se desentienda de su funcionamiento, cuando advierta activamente en la toma de decisiones democráticas reflejadas en la participación cuidadosa, prudente y razonada, eligiendo personajes públicos que destaquen su integridad y no a los peores políticos surgidos del oficioso letargo social.

No se puede establecer ahora que la mermelada sea el ingrediente que contrarresta la corrupción de la sal, porque si es así, entonces mi estimado amigo gobiernista saboréela, hártese y nos endosa un poco a los demás,-chupe y nos deja-, aunque estamos seguros que no alcanzará para tantos.

Por Alfonso Suárez Arias

Columnista
13 marzo, 2015

Si la sal se pudre

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
El Pilón

“Buen ciudadano, quien no tolera en su patria un poder que proyecte hacerse superior a las leyes”. Es muy arriesgado pretender contextualizar sobre la estructura social del momento y afirmar que los cambios conductuales presentes son efectos normales de la dinámica evolutiva de las sociedades, particularmente la nuestra organizada recientemente bajo diseños jurídicos en su […]


“Buen ciudadano, quien no tolera en su patria un poder que proyecte hacerse superior a las leyes”.

Es muy arriesgado pretender contextualizar sobre la estructura social del momento y afirmar que los cambios conductuales presentes son efectos normales de la dinámica evolutiva de las sociedades, particularmente la nuestra organizada recientemente bajo diseños jurídicos en su más amplia interpretación social y de derecho.

Lo cierto es que la sociedad colombiana está experimentado una transformación conductual sin precedentes, partiendo del fundamento social, la familia, cuyo concepto y definición formal se quieren revaluar aun a costa de adherirle otros ignominiosos antivalores contrarios a los tradicionales de la ética y la moral.

Sumado a esa novísima inclinación de catequizar que los apretujamientos de individuos son análogos a la estructura celular de la sociedad, se exhibe el desafortunado proceder y conducta de quienes por calidad del encargo público eran para el ciudadano, el referente de la rectitud moral y de integridad: los magistrados, aquellos impertérritos burgueses elegidos para proteger el sistema jurídico total.

Y aunque se quiera justificar que no son todos los elegidos para tales encargos quienes han tomado como eje de su proyecto de vida la cultura de la corrupción, si lo es de manera generalizada las consecuencias sociales de procederes como tales, que traen contaminación, complacencia y aquiescencia paridas por el mismo elegido para ser cabeza de la sociedad y derrotero a seguir.

Si se corrompen aquellos dignatarios del pueblo en las altas Cortes de la justicia, quienes son la sal que da lustre y vida al sistema legislativo, judicial o burócrata para edificar continuadamente una comunidad dentro de los parámetros de probidad y respeto social, ¿Quién entonces salará benéficamente a ésta comunidad?, ¿con que la salaremos? Solo queda echar fuera y hollar al componente corrupto. La renuncia o apartamiento del cargo.

Y esto se consigue cuando el mismo grupo social se inmiscuya en el desarrollo político del Estado y no se desentienda de su funcionamiento, cuando advierta activamente en la toma de decisiones democráticas reflejadas en la participación cuidadosa, prudente y razonada, eligiendo personajes públicos que destaquen su integridad y no a los peores políticos surgidos del oficioso letargo social.

No se puede establecer ahora que la mermelada sea el ingrediente que contrarresta la corrupción de la sal, porque si es así, entonces mi estimado amigo gobiernista saboréela, hártese y nos endosa un poco a los demás,-chupe y nos deja-, aunque estamos seguros que no alcanzará para tantos.

Por Alfonso Suárez Arias