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Columnista - 27 octubre, 2016

Por sus servicios la naturaleza pasa factura

Consecuente con el artículo anterior, seguimos tratando el tema del ambiente y la economía. Hemos encontrado para este aparte como explicación a este asunto, que desde los economistas clásicos se ha aceptado que en la producción se combinaban tres factores: tierra, capital y trabajo. Pero digamos que la idea de tierra ha ido evolucionando. En […]

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Consecuente con el artículo anterior, seguimos tratando el tema del ambiente y la economía. Hemos encontrado para este aparte como explicación a este asunto, que desde los economistas clásicos se ha aceptado que en la producción se combinaban tres factores: tierra, capital y trabajo.

Pero digamos que la idea de tierra ha ido evolucionando. En un principio, se refería al terreno que se utilizaba para la agricultura; sin embargo, había que tener en cuenta todas las actividades en la que se obtuviera un beneficio productivo de la naturaleza, y entonces se habló de recursos naturales.

La compresión del impacto de la producción en la naturaleza y de la interdependencia de la humanidad con su entorno llevó a que se dejara de ver lo natural como algo separado y externo, y se empezara hablar de medioambiente, un sistema en la que la sociedad es una de las partes interdependientes. De esta manera, se reconocía el impacto de la producción en los recursos naturales y dejaban de entenderse como un don gratuito e ilimitado, con el que se podía hacer todo.

La consecuencia de esto es que, así como el dueño de una maquina tiene que reservar dinero para su mantenimiento y para cambiarla cuando sea obsoleta a través de un mecanismo que se llama depreciación, quienes usan los recursos de la naturaleza también deberían mantener una provisión para recuperar su capacidad de producción, cuando su explotación los va agotando.

De esta manera, los recursos naturales se tratarían como los bienes o activos de capital (las máquinas, edificios, equipos, entre otros). Fue así como se empezó a hablar de activos naturales o capital natural.

Si el capital natural es bien usado, se pueden garantizar atributos como su productividad, estabilidad y sostenibilidad. Por ejemplo, el recurso pesquero sería productivo si se logra la máxima captura sin agotar las especies, y estable si la producción no tiene las bruscas oscilaciones de un año para otro que se suelen experimentar. En tal sentido y explicando un poco más este asunto, hablamos del mercado y la propiedad, en consideración a que si hay sobreexplotación de peces para seguir con este ejemplo, es porque el mercado no envía eficientemente las señales a través de los precios: ¡el mercado es culpable!

Si el sitio donde se crían los peces (ciénagas), son secados es porque se rellenan con nuevas tierras para cultivos, (tal como sucede en la ciénaga de Zapatosa), nuevos predios se obtienen por fuera del mercado de tierras: ¡el mercado es inocente! El papel del mercado y de su mecanismo de precios en la conservación de un ambiente sano y productivo es verdaderamente controvertido. Hay argumentos para culparlo del deterioro y del agotamiento, y hay argumentos para pedir que se confié la conservación a su libre funcionamiento. Para esto acudimos al Premio Nobel de Economía de 1976, Milton Friedman, para defender las bondades del mercado aún con el ambiente de por medio, con esta respuesta ante la pregunta de una periodista en 1992: no sé el planeta cuánto esté en capacidad de soportar y no lo sabe tampoco usted. Hace cien años nadie habría pensado que pudiera soportar lo que se produce hoy. Existe una apropiada institución reguladora, en el mercado, en la cual los precios se adecuan a los costos reales. Es un proceso automático que se pondrá a si mismo unos límites, con plena responsabilidad de los ciudadanos sin que nadie ponga límites desde fuera.

Columnista
27 octubre, 2016

Por sus servicios la naturaleza pasa factura

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Hernán Maestre Martínez

Consecuente con el artículo anterior, seguimos tratando el tema del ambiente y la economía. Hemos encontrado para este aparte como explicación a este asunto, que desde los economistas clásicos se ha aceptado que en la producción se combinaban tres factores: tierra, capital y trabajo. Pero digamos que la idea de tierra ha ido evolucionando. En […]


Consecuente con el artículo anterior, seguimos tratando el tema del ambiente y la economía. Hemos encontrado para este aparte como explicación a este asunto, que desde los economistas clásicos se ha aceptado que en la producción se combinaban tres factores: tierra, capital y trabajo.

Pero digamos que la idea de tierra ha ido evolucionando. En un principio, se refería al terreno que se utilizaba para la agricultura; sin embargo, había que tener en cuenta todas las actividades en la que se obtuviera un beneficio productivo de la naturaleza, y entonces se habló de recursos naturales.

La compresión del impacto de la producción en la naturaleza y de la interdependencia de la humanidad con su entorno llevó a que se dejara de ver lo natural como algo separado y externo, y se empezara hablar de medioambiente, un sistema en la que la sociedad es una de las partes interdependientes. De esta manera, se reconocía el impacto de la producción en los recursos naturales y dejaban de entenderse como un don gratuito e ilimitado, con el que se podía hacer todo.

La consecuencia de esto es que, así como el dueño de una maquina tiene que reservar dinero para su mantenimiento y para cambiarla cuando sea obsoleta a través de un mecanismo que se llama depreciación, quienes usan los recursos de la naturaleza también deberían mantener una provisión para recuperar su capacidad de producción, cuando su explotación los va agotando.

De esta manera, los recursos naturales se tratarían como los bienes o activos de capital (las máquinas, edificios, equipos, entre otros). Fue así como se empezó a hablar de activos naturales o capital natural.

Si el capital natural es bien usado, se pueden garantizar atributos como su productividad, estabilidad y sostenibilidad. Por ejemplo, el recurso pesquero sería productivo si se logra la máxima captura sin agotar las especies, y estable si la producción no tiene las bruscas oscilaciones de un año para otro que se suelen experimentar. En tal sentido y explicando un poco más este asunto, hablamos del mercado y la propiedad, en consideración a que si hay sobreexplotación de peces para seguir con este ejemplo, es porque el mercado no envía eficientemente las señales a través de los precios: ¡el mercado es culpable!

Si el sitio donde se crían los peces (ciénagas), son secados es porque se rellenan con nuevas tierras para cultivos, (tal como sucede en la ciénaga de Zapatosa), nuevos predios se obtienen por fuera del mercado de tierras: ¡el mercado es inocente! El papel del mercado y de su mecanismo de precios en la conservación de un ambiente sano y productivo es verdaderamente controvertido. Hay argumentos para culparlo del deterioro y del agotamiento, y hay argumentos para pedir que se confié la conservación a su libre funcionamiento. Para esto acudimos al Premio Nobel de Economía de 1976, Milton Friedman, para defender las bondades del mercado aún con el ambiente de por medio, con esta respuesta ante la pregunta de una periodista en 1992: no sé el planeta cuánto esté en capacidad de soportar y no lo sabe tampoco usted. Hace cien años nadie habría pensado que pudiera soportar lo que se produce hoy. Existe una apropiada institución reguladora, en el mercado, en la cual los precios se adecuan a los costos reales. Es un proceso automático que se pondrá a si mismo unos límites, con plena responsabilidad de los ciudadanos sin que nadie ponga límites desde fuera.