Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y con honor participé como ponente.
Hay homenajes que son más que merecidos. Y no tengo duda que uno muy merecido es la conmemoración de la vida y obra del gran líder liberal Horacio Serpa, mi amigo.
Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y con honor participé como ponente.
El libro es una compilación de las memorias de Horacio y el incalculable impacto que tuvo como servidor público. Cada página refleja su gran pasión: la búsqueda de la paz. Serpa se dedicó con convicción a construir el sueño de Colombia un país en paz.
Guardo con cariño recuerdos de varias etapas de la vida que tuve la oportunidad de acompañarlo: el gobierno Samper, el Partido Liberal y su ingreso a la Internacional Socialista, y la Constituyente del 91. Horacio llevó con altura las banderas liberales defendiendo sus posiciones con un tono de voz inconfundible, pero siempre guardando un respeto sagrado por las demás posiciones.
A pesar de pertenecer a partidos y movimientos opuestos Horacio guardó una cordial y respetuosa relación con quienes compartió la constituyente: el presidente César Gaviria, y los co-presidentes Álvaro Gómez, de Salvación nacional, y Antonio Navarro, del M19.
Hay una foto que tiene un valor simbólico muy poderoso, son ellos cuatro frente a la estatua de Núñez, con diferentes formas de ver el mundo pero trabajaron en llave por una nueva constitución a la que le apostó el país, para que las palabras tuvieran más fuerza que las balas.
La marcha al Caguán fue otro símbolo de sus tres campañas a la presidencia, cuando con tenacidad notificó su apoyo a la paz de Pastrana, decisión que finalmente le costó la presidencia.
Horacio fue un funcionario ejemplar que se destacó en la más amplia gama de tareas que desempeñó con lujo de detalles. Es de los pocos colombianos qué pasó por todas las ramas del estado: fue juez, gobernador, representante a la Cámara, senador, procurador, ministro, embajador y tres veces candidato a la presidencia.
A pesar de todas esas posiciones, jamás perdió su esencia humana. Se recuerdan sus gestos de lealtad y amistad sincera con Samper, pero era su actitud constante con todos sus copartidarios y compañeros de vida política, los respetó y les dedicó horas enteras a construir caminos de apoyo al bienestar del país basado en la amistad y en el aprecio personal.
Fue una figura pública sobresaliente como persona, como padre, como hombre de familia y como incondicional amigo.
Le tocó enfrentar al paramilitarismo que siempre lo combatió y hostigó hasta impedir su participación en política. Siempre tuvo la sensación de que enormes poderes del país harían lo imposible para que nunca llegara a la presidencia.
Los grandes hombres poco hablan de sí mismos, dejan que los hechos hablen por sí solos. Por eso salía siempre con una frase calculada y elaborada con cuidado para cada momento. Así se declaró “perdedor pero no derrotado”, o “nunca habrán derrotas eternas”, o que “el poder público es efímero”, “en política nada está escrito” o “me vencieron una vez a nombre de la paz y me derrotaron otra vez a nombre de la guerra”. Todas esas frases lo describen como persona y dimensionan su talante socialdemócrata.
Los grandes líderes deben ser primero grandes hombres, grandes personas. Este homenaje a Horacio nos recuerda que en momentos turbulentos la ingeniería de la humanidad debería estar más orientada a tender puentes que a levantar murallas.
El mejor homenaje a Horacio es que como país tomemos la decisión de nunca rendirnos ante el largo camino de la búsqueda de la paz.
Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y con honor participé como ponente.
Hay homenajes que son más que merecidos. Y no tengo duda que uno muy merecido es la conmemoración de la vida y obra del gran líder liberal Horacio Serpa, mi amigo.
Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y con honor participé como ponente.
El libro es una compilación de las memorias de Horacio y el incalculable impacto que tuvo como servidor público. Cada página refleja su gran pasión: la búsqueda de la paz. Serpa se dedicó con convicción a construir el sueño de Colombia un país en paz.
Guardo con cariño recuerdos de varias etapas de la vida que tuve la oportunidad de acompañarlo: el gobierno Samper, el Partido Liberal y su ingreso a la Internacional Socialista, y la Constituyente del 91. Horacio llevó con altura las banderas liberales defendiendo sus posiciones con un tono de voz inconfundible, pero siempre guardando un respeto sagrado por las demás posiciones.
A pesar de pertenecer a partidos y movimientos opuestos Horacio guardó una cordial y respetuosa relación con quienes compartió la constituyente: el presidente César Gaviria, y los co-presidentes Álvaro Gómez, de Salvación nacional, y Antonio Navarro, del M19.
Hay una foto que tiene un valor simbólico muy poderoso, son ellos cuatro frente a la estatua de Núñez, con diferentes formas de ver el mundo pero trabajaron en llave por una nueva constitución a la que le apostó el país, para que las palabras tuvieran más fuerza que las balas.
La marcha al Caguán fue otro símbolo de sus tres campañas a la presidencia, cuando con tenacidad notificó su apoyo a la paz de Pastrana, decisión que finalmente le costó la presidencia.
Horacio fue un funcionario ejemplar que se destacó en la más amplia gama de tareas que desempeñó con lujo de detalles. Es de los pocos colombianos qué pasó por todas las ramas del estado: fue juez, gobernador, representante a la Cámara, senador, procurador, ministro, embajador y tres veces candidato a la presidencia.
A pesar de todas esas posiciones, jamás perdió su esencia humana. Se recuerdan sus gestos de lealtad y amistad sincera con Samper, pero era su actitud constante con todos sus copartidarios y compañeros de vida política, los respetó y les dedicó horas enteras a construir caminos de apoyo al bienestar del país basado en la amistad y en el aprecio personal.
Fue una figura pública sobresaliente como persona, como padre, como hombre de familia y como incondicional amigo.
Le tocó enfrentar al paramilitarismo que siempre lo combatió y hostigó hasta impedir su participación en política. Siempre tuvo la sensación de que enormes poderes del país harían lo imposible para que nunca llegara a la presidencia.
Los grandes hombres poco hablan de sí mismos, dejan que los hechos hablen por sí solos. Por eso salía siempre con una frase calculada y elaborada con cuidado para cada momento. Así se declaró “perdedor pero no derrotado”, o “nunca habrán derrotas eternas”, o que “el poder público es efímero”, “en política nada está escrito” o “me vencieron una vez a nombre de la paz y me derrotaron otra vez a nombre de la guerra”. Todas esas frases lo describen como persona y dimensionan su talante socialdemócrata.
Los grandes líderes deben ser primero grandes hombres, grandes personas. Este homenaje a Horacio nos recuerda que en momentos turbulentos la ingeniería de la humanidad debería estar más orientada a tender puentes que a levantar murallas.
El mejor homenaje a Horacio es que como país tomemos la decisión de nunca rendirnos ante el largo camino de la búsqueda de la paz.