PALABRAS DE VIDA ETERNA Por. Marlon Javier Domínguez Nos encontramos en el IV domingo del tiempo de Pascua y el relato del evangelio que se proclama en la Eucaristía de hoy (Juan 10, 11-18) nos cuenta cómo Jesús, en una de sus controversias con los fariseos, hace algunas declaraciones trascendentales sobre sí mismo: “Yo soy […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por. Marlon Javier Domínguez
Nos encontramos en el IV domingo del tiempo de Pascua y el relato del evangelio que se proclama en la Eucaristía de hoy (Juan 10, 11-18) nos cuenta cómo Jesús, en una de sus controversias con los fariseos, hace algunas declaraciones trascendentales sobre sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor… Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí… Yo doy mi vida por las ovejas, etc”. El Señor contrapone su ministerio al ministerio de los fariseos (doctores de la ley) a quienes describe como asalariados, interesados de manera exclusiva por la paga y en modo alguno por las ovejas.Jesús es un verdadero pastor, es el Buen Pastor, un pastor que da la vida por sus ovejas ¡y de qué manera!
El día de hoy ha sido llamado tradicionalmente domingo del buen pastor y en él los fieles católicos suelen felicitar al Papa, los Obispos y los Sacerdotes que ejercen su ministerio in persona Christi para el beneficio de la Iglesia. Aprovecho para felicitar a nuestro Obispo, Monseñor Oscar José Vélez Isaza, y a todos los buenos pastores que Dios ha provisto para la Diócesis de Valledupar. Comparto a continuación con ustedes unas breves reflexiones sobre el ministerio sacerdotal (ejercicio del pastoreo de Cristo) fruto de mis ratos ante Jesús sacramentado, de mis lecturas obligatorias y también de ocio, de mis más grandes alegrías y también mis más profundas crisis. Helas aquí:
¿Qué es ser sacerdote? Es lo más maravilloso que puede pasarle a un hombre, pero también lo más difícil; es ser elegido, sin mérito alguno, para realizar la obra de Dios; es pertenecer entera y eternamente al Dios que te pertenece de la misma manera y que, lo mismo que a Cristo, te susurra siempre al oído “tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”. Ser sacerdote es prestarle cuerpo y alma a Cristo para que consuele, auxilie, ame, perdone, reprenda, sane y bendiga; el sacerdote lleva en el alma un sello indeleble que jamás se borrará; ser sacerdote es actuar en la persona de Cristo, o mejor, ser poseído totalmente por él de tal manera que sea él quien actúe; el sacerdote tiene el poder de perdonar pecados, de abrir las puertas del cielo, de hacer descender el Espíritu de Dios, de convertir en verdadera carne y sangre verdadera del Dios hecho hombre elementos tan simples como el pan y el vino…
El sacerdote está revestido de una altísima dignidad que le viene de su total configuración con Cristo. En la ceremonia de la ordenación el obispo impone las manos sobre la cabeza del candidato y “éste gesto, que significa elección y consagración para un oficio determinado, simboliza también la pertenencia total a Dios. Es como si Dios mismo le dijera: tú eres mío, tú me perteneces, tú estás en el hueco de mis manos…”
Jamás se podrá comprender la grandeza del sacerdocio -¡que incluso está por encima de la dignidad de los ángeles!- Jamás se meditará lo suficiente sobre tan alto misterio… El sacerdote hace muchas cosas y podría hacer muchísimas más. Muchas cosas se pueden decir del sacerdote, pero la más importante de todas es esta: el sacerdote es un HOMBRE. Elegido, consagrado, con los poderes de un Dios en sus manos, pero HOMBRE!!! Con todo lo que ello implica. Nadie considere esto como una limitación, sino más bien como una gracia: ¡tan importante es el ser humano que el mismo Dios se hizo hombre!
Finalmente: el ser sacerdotal no depende del ejercicio de ciertas funciones, por importantes que éstas sean. Recordemos las palabras de Juan Pablo II, el grande: “Una vez sacerdote, sacerdote siempre”. Nuevamente felicitaciones a los buenos pastores.
PALABRAS DE VIDA ETERNA Por. Marlon Javier Domínguez Nos encontramos en el IV domingo del tiempo de Pascua y el relato del evangelio que se proclama en la Eucaristía de hoy (Juan 10, 11-18) nos cuenta cómo Jesús, en una de sus controversias con los fariseos, hace algunas declaraciones trascendentales sobre sí mismo: “Yo soy […]
PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por. Marlon Javier Domínguez
Nos encontramos en el IV domingo del tiempo de Pascua y el relato del evangelio que se proclama en la Eucaristía de hoy (Juan 10, 11-18) nos cuenta cómo Jesús, en una de sus controversias con los fariseos, hace algunas declaraciones trascendentales sobre sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor… Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí… Yo doy mi vida por las ovejas, etc”. El Señor contrapone su ministerio al ministerio de los fariseos (doctores de la ley) a quienes describe como asalariados, interesados de manera exclusiva por la paga y en modo alguno por las ovejas.Jesús es un verdadero pastor, es el Buen Pastor, un pastor que da la vida por sus ovejas ¡y de qué manera!
El día de hoy ha sido llamado tradicionalmente domingo del buen pastor y en él los fieles católicos suelen felicitar al Papa, los Obispos y los Sacerdotes que ejercen su ministerio in persona Christi para el beneficio de la Iglesia. Aprovecho para felicitar a nuestro Obispo, Monseñor Oscar José Vélez Isaza, y a todos los buenos pastores que Dios ha provisto para la Diócesis de Valledupar. Comparto a continuación con ustedes unas breves reflexiones sobre el ministerio sacerdotal (ejercicio del pastoreo de Cristo) fruto de mis ratos ante Jesús sacramentado, de mis lecturas obligatorias y también de ocio, de mis más grandes alegrías y también mis más profundas crisis. Helas aquí:
¿Qué es ser sacerdote? Es lo más maravilloso que puede pasarle a un hombre, pero también lo más difícil; es ser elegido, sin mérito alguno, para realizar la obra de Dios; es pertenecer entera y eternamente al Dios que te pertenece de la misma manera y que, lo mismo que a Cristo, te susurra siempre al oído “tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”. Ser sacerdote es prestarle cuerpo y alma a Cristo para que consuele, auxilie, ame, perdone, reprenda, sane y bendiga; el sacerdote lleva en el alma un sello indeleble que jamás se borrará; ser sacerdote es actuar en la persona de Cristo, o mejor, ser poseído totalmente por él de tal manera que sea él quien actúe; el sacerdote tiene el poder de perdonar pecados, de abrir las puertas del cielo, de hacer descender el Espíritu de Dios, de convertir en verdadera carne y sangre verdadera del Dios hecho hombre elementos tan simples como el pan y el vino…
El sacerdote está revestido de una altísima dignidad que le viene de su total configuración con Cristo. En la ceremonia de la ordenación el obispo impone las manos sobre la cabeza del candidato y “éste gesto, que significa elección y consagración para un oficio determinado, simboliza también la pertenencia total a Dios. Es como si Dios mismo le dijera: tú eres mío, tú me perteneces, tú estás en el hueco de mis manos…”
Jamás se podrá comprender la grandeza del sacerdocio -¡que incluso está por encima de la dignidad de los ángeles!- Jamás se meditará lo suficiente sobre tan alto misterio… El sacerdote hace muchas cosas y podría hacer muchísimas más. Muchas cosas se pueden decir del sacerdote, pero la más importante de todas es esta: el sacerdote es un HOMBRE. Elegido, consagrado, con los poderes de un Dios en sus manos, pero HOMBRE!!! Con todo lo que ello implica. Nadie considere esto como una limitación, sino más bien como una gracia: ¡tan importante es el ser humano que el mismo Dios se hizo hombre!
Finalmente: el ser sacerdotal no depende del ejercicio de ciertas funciones, por importantes que éstas sean. Recordemos las palabras de Juan Pablo II, el grande: “Una vez sacerdote, sacerdote siempre”. Nuevamente felicitaciones a los buenos pastores.