Se ha dicho que el cristianismo es la herencia que el imperio romano le dejó al mundo; en el pacto celebrado entre Constantino y los cristianos en el concilio de Nicea, año 315, y los siguientes como el de Hipona y el de Cartago a finales del siglo IV, se sellaron las concesiones que tanto […]
Se ha dicho que el cristianismo es la herencia que el imperio romano le dejó al mundo; en el pacto celebrado entre Constantino y los cristianos en el concilio de Nicea, año 315, y los siguientes como el de Hipona y el de Cartago a finales del siglo IV, se sellaron las concesiones que tanto Roma como el cristianismo primitivo se hicieron. De allí heredamos los atuendos de clérigos y prelados, así como las prácticas y ritos paganos, incorporados al Nuevo Testamento (NT), ausentes en el AT. Roma, a través de sus conquistas fue tomando, de cada pueblo, sus prácticas religiosas y algunos de sus dioses, en un sincretismo extendido. El cristianismo por su parte, también había tomado muchos de los conceptos del dualismo de Zoroastro, igual que del Libro de los muertos de los egipcios. Tom Harpur en su libro, El Cristo profano, dice que no hay nada en el NT que no haya sido tomado de los misterios egipcios y agrega: “Mucho antes de la llegada del Cristo, los egipcios y otros pueblos creían en la venida de un mesías, un nacimiento virginal y la encarnación del espíritu en la carne”. También dice que Cristo murió crucificado como Horus y por lo tanto es una versión de Horus, datado 3000 años a. C., así como la Venus romana lo es de la Isis egipcia. Pero la cruz no fue la insignia inicial de los cristianos, sino el pez. La repetición de estas liturgias se volvió parte de nuestra cultura a tal punto que hoy podemos afirmar que no se sabe hasta dónde llega la devoción cristiana y dónde comienza el paganismo o viceversa. El cristianismo se montó sobre las bases del amor y la justicia pero esto no ha dado los rendimientos esperados, mucha sangre ha corrido en nombre de Dios; creo que la hipotética inmolación de Cristo fue en vano, las culpas no se han lavado, aunque, según Mateo 10:34-36, Jesús no vino a traer la paz sino la guerra; y, según Lucas 22:36, Jesús dijo: “El que no tenga una espada que venda su manto y compre una”. Por eso, quizás, las páginas de la Biblia aún huelen a sangre; según el periodista, investigador y académico peruano Eric Frattini (Los papas y el sexo), en un inventario pormenorizado dice que en 1106 versículos de la Biblia se citan diversas formas de matar, lapidar, degollar, pasar a cuchillo; 515 narran anatemas, masacres o exterminios; en 787 se citan casos concretos de venganza, menosprecio a la vida, odio, cólera, enemistad, y en 96 de ellos se incita a la violación de las mujeres. La misoginia bebe en las canteras de los credos religiosos. Es curioso que hoy en Colombia, la mayoría de aquellos sectores que se autodenominan cristianos, están en las toldas de los amigos de la guerra y de la injusticia social, su dios es el dinero fácil; sus prácticas religiosas no los han hecho más coherentes poniendo de mamparas a sus iglesias a cuyos seguidores manejan emocionalmente. Las guerras de Josué contra Jericó y Hai, por orden de Yahvé, eran de exterminio y sevicia total pero la devoción las ha banalizado. En Semana Santa muchos creen lavar sus pecados cargando unos pedestales pero terminada esta vuelven a sus andanzas terrenales, la vida continúa igual. De nada ha servido el paradigmático discurso de las siete palabras ni el lavatorio de pies. Lo que necesitamos es un verdadero discurso de paz, de justicia social y de sinceridad sin ritos paganos.
Se ha dicho que el cristianismo es la herencia que el imperio romano le dejó al mundo; en el pacto celebrado entre Constantino y los cristianos en el concilio de Nicea, año 315, y los siguientes como el de Hipona y el de Cartago a finales del siglo IV, se sellaron las concesiones que tanto […]
Se ha dicho que el cristianismo es la herencia que el imperio romano le dejó al mundo; en el pacto celebrado entre Constantino y los cristianos en el concilio de Nicea, año 315, y los siguientes como el de Hipona y el de Cartago a finales del siglo IV, se sellaron las concesiones que tanto Roma como el cristianismo primitivo se hicieron. De allí heredamos los atuendos de clérigos y prelados, así como las prácticas y ritos paganos, incorporados al Nuevo Testamento (NT), ausentes en el AT. Roma, a través de sus conquistas fue tomando, de cada pueblo, sus prácticas religiosas y algunos de sus dioses, en un sincretismo extendido. El cristianismo por su parte, también había tomado muchos de los conceptos del dualismo de Zoroastro, igual que del Libro de los muertos de los egipcios. Tom Harpur en su libro, El Cristo profano, dice que no hay nada en el NT que no haya sido tomado de los misterios egipcios y agrega: “Mucho antes de la llegada del Cristo, los egipcios y otros pueblos creían en la venida de un mesías, un nacimiento virginal y la encarnación del espíritu en la carne”. También dice que Cristo murió crucificado como Horus y por lo tanto es una versión de Horus, datado 3000 años a. C., así como la Venus romana lo es de la Isis egipcia. Pero la cruz no fue la insignia inicial de los cristianos, sino el pez. La repetición de estas liturgias se volvió parte de nuestra cultura a tal punto que hoy podemos afirmar que no se sabe hasta dónde llega la devoción cristiana y dónde comienza el paganismo o viceversa. El cristianismo se montó sobre las bases del amor y la justicia pero esto no ha dado los rendimientos esperados, mucha sangre ha corrido en nombre de Dios; creo que la hipotética inmolación de Cristo fue en vano, las culpas no se han lavado, aunque, según Mateo 10:34-36, Jesús no vino a traer la paz sino la guerra; y, según Lucas 22:36, Jesús dijo: “El que no tenga una espada que venda su manto y compre una”. Por eso, quizás, las páginas de la Biblia aún huelen a sangre; según el periodista, investigador y académico peruano Eric Frattini (Los papas y el sexo), en un inventario pormenorizado dice que en 1106 versículos de la Biblia se citan diversas formas de matar, lapidar, degollar, pasar a cuchillo; 515 narran anatemas, masacres o exterminios; en 787 se citan casos concretos de venganza, menosprecio a la vida, odio, cólera, enemistad, y en 96 de ellos se incita a la violación de las mujeres. La misoginia bebe en las canteras de los credos religiosos. Es curioso que hoy en Colombia, la mayoría de aquellos sectores que se autodenominan cristianos, están en las toldas de los amigos de la guerra y de la injusticia social, su dios es el dinero fácil; sus prácticas religiosas no los han hecho más coherentes poniendo de mamparas a sus iglesias a cuyos seguidores manejan emocionalmente. Las guerras de Josué contra Jericó y Hai, por orden de Yahvé, eran de exterminio y sevicia total pero la devoción las ha banalizado. En Semana Santa muchos creen lavar sus pecados cargando unos pedestales pero terminada esta vuelven a sus andanzas terrenales, la vida continúa igual. De nada ha servido el paradigmático discurso de las siete palabras ni el lavatorio de pies. Lo que necesitamos es un verdadero discurso de paz, de justicia social y de sinceridad sin ritos paganos.